Un imborrable mapa de la memoria
El Grec trae el celebrado ‘El cartógrafo’, de Juan Mayorga, que triunfa en el Goya
Su estreno absoluto fue en noviembre de 2016 en Valladolid. Pero fue a partir de enero de 2017, tras su estreno en Madrid, que pasó a ser considerado uno de los mejores textos de Juan Mayorga, el único dramaturgo con sillón en la Real Academia Española, que quiso dirigir este texto suyo. Ahora El cartógrafo, en la programación del Festival Grec de Barcelona, puede verse hasta el próximo domingo en el Teatro Goya, donde todas las noches el público, tras permanecer dos horas en sepulcral silencio, se pone en pie para despedir este montaje que ha creado adicción a sus dos únicos actores, Blanca Portillo y José Luis García-Pérez. Ellos, a pesar de estar reclamados constantemente por plataformas televisivas y proyectos escénicos, regresan a este espectáculo y sospechan que así seguirá siendo “durante mucho mucho tiempo”.
Mayorga, que escribió la obra pensando en Portillo y tras un viaje a Varsovia, donde transcurren los hechos, les acompaña porque para él esta pieza no es un montaje más de los muchos que estrena por medio mundo. Como le ocurre a El cartógrafo, que ya ha recorrido varios países y que este verano recalará en la capital polaca, donde finalizará esta etapa.
La obra, que Mayorga califica de “un arca de la memoria”, transita por el gueto de Varsovia (el mayor que creó la Alemania nazi contra los judíos), por las consecuencias inmediatas y no tanto que aquello provocó, por el dolor de las heridas sin cerrar, por leyendas tan creíbles como insólitas, por el derecho a recordar, por la obligación a no olvidar, por el pulso telúrico de una ciudad. Los personajes, doce en total, son abducidos por dos actores en estado de gracia que se convierten en ancianos, en niños, en lo que les dé la gana, sin más herramientas que la complicidad entre ellos, la mirada, la voz y unos cuerpos que hablan a la perfección ese idioma inaudible por el que se sabe cómo el tiempo, y cuánto, ha estado dentro y fuera de la piel de cada personaje. Ellos, García-Pérez y Portillo, afirman que este trabajo “nos ha hecho mejores personas; es un regalo de la vida que a veces ocurre”.
El cartógrafo es una obra que, según ellos “apela a la lucha contra la dictadura del presente y exige la participación activa del público”. Y que termina convirtiendo en cartógrafos a los propios espectadores, a los que, a pesar de participar en un acto tan presentáneo como el teatro, se van a sus casas con deberes que abordar en sus cabezas.
No es casual que Mayorga hable de cuatro líneas de fuerza que recorren esta obra: “Acción, emoción, poesía y pensamiento”. Pero tal y como está planteada la puesta en escena y el papel que juegan los actores, quizá habría que añadir el movimiento como quinta línea de fuerza. Pero no tanto el movimiento físico, sino el que cada espectador traza en el mapa de su conciencia, de su Varsovia personal convertida en viaje iniciático por la memoria.
Todo el equipo del montaje, en el que también participan el iluminador Juan Gómez-Cornejo (que una vez más hace de la luz un personaje), así como el escenógrafo y vestuarista Alejandro Andújar (que ha logrado que su trabajo sea tan importante que es invisible), afirman que estar en Barcelona es un honor porque para ellos la ciudad es un referente. Y aún se muestran más felices tras la respuesta de público y crítica.
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