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Cerveza, apuestas y nostalgia: el secreto del Ecuavoley

Una especie de vóleibol que se disputa con balones Mikasa, originario de Ecuador, se expande por decenas de parques, convirtiéndose en una algo más que una cita deportiva

Un partido de ecuavoley en las pistas del Parque de la Cuña Verde de Latina, en el barrio Lucero, donde juegan muchos de los mejores jugadores y donde las apuestas por partido son de las más altas.
Un partido de ecuavoley en las pistas del Parque de la Cuña Verde de Latina, en el barrio Lucero, donde juegan muchos de los mejores jugadores y donde las apuestas por partido son de las más altas.DAVID EXPÓSITO

“Mami, si ya me conoces, ¿por qué no le echas bien de ají?”, pregunta alguien en medio de una turba de tenedores y bandejas de plástico. “Fritada no queda. Tengo choclomote con chicharrón”, responde al azar Ana, la vendedora, desde el epicentro de este huracán de hambrientos. Sentada en una silla de plástico, despacha los ingredientes con una coreografía estudiada: cebolla que salta desde la derecha, un trozo de carne que surge del asfalto, unas rodajas de plátano frito brincando por la izquierda. Los saca de bolsas y cubos dispuestos estratégicamente a su alrededor, como si tocara la batería en un grupo de música.

Reparte platos típicos, pero también “agualeche, jugo de coco o ensalada de frutas” por unos pocos euros —entre uno y tres— que agarra a puñados desde varios ángulos y guarda en una riñonera. A sus 45 años, esta mujer ecuatoriana —que prefiere no decir su ciudad natal— suma unas monedas a la cuenta familiar gracias a este tenderete. Lo monta en canchas de Madrid donde se practica ecuavoley, una derivación del vóleibol originaria de Ecuador. Los clientes acuden a esta cita con una intención más que deportiva: el ecuavoley es un punto de encuentro. Un plan que aúna ejercicio, plática, cerveceo, apuestas y llenarse la tripa con comida como la de Ana.

Nicolás (5 años), que acude a las tardes de ecuavoley todos los fines de semana con sus padres y tíos, juega con un balón en las pistas del Parque de la Cuña Verde de Latina, en el barrio Lucero.
Nicolás (5 años), que acude a las tardes de ecuavoley todos los fines de semana con sus padres y tíos, juega con un balón en las pistas del Parque de la Cuña Verde de Latina, en el barrio Lucero.DAVID EXPÓSITO

Hoy, ella ha visto negocio en una pista del distrito de Usera que todos conocen como Los Bomberos porque está pegada, efectivamente, a un parque de bomberos. Flanqueada por el paseo de Santa María de la Cabeza y un acceso a la M30, se usa como estadio no oficial de ecuavoley de lunes a jueves.

Los fines de semana, las opciones se amplían: desde los lugares más populares —San Isidro, Laguna, Villaverde o El Pozo— hasta cualquier descampado o plaza de periferia y poblaciones de extrarradio. Muchos de los ecuatorianos residentes en la Comunidad —que ascienden a 39.161, un 4,12% de la población total extranjera, según el último informe, de 2019— practica esta disciplina. Aseguran que es una tradición y la forma de ocio preferida de sus compatriotas.

“Es lo máximo”, resuella Hugo con la camiseta sudada y olor a réflex. Acaba de perder contra los tres adversarios a los que se enfrentaba. Ese número de participantes es la principal distinción con el vóleibol común, donde cada equipo lo componen seis personas. Aparte, la red se sitúa a 2,85 metros de altura (frente a los 2,24 del oficial) y mide unos 65 centímetros de ancho. Las dimensiones del campo se mantienen (nueve metros cuadrados por cada lado) cuando se dan las condiciones oportunas, pero cambia la puntuación: 12 puntos, con recuperación de saque. A veces, en jornadas más largas, se sube a 15. Y falta el factor clave: la pelota. Nada de una acolchada. Se utiliza una de fútbol. Generalmente, de marca Mikasa: las que pican sólo con mirarlas.

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Ambiente alrededor de la cancha del Parque de las Cuña Verde de Latina, en el barrio Lucero donde se organizan partidas de cartas y otros juegos de mesa. Fuera del campo se mueve mucho más dinero en apuestas que dentro de él. Se trata de un entretenimiento para quienes pasan las tardes en jornadas de ecuavoley.
Ambiente alrededor de la cancha del Parque de las Cuña Verde de Latina, en el barrio Lucero donde se organizan partidas de cartas y otros juegos de mesa. Fuera del campo se mueve mucho más dinero en apuestas que dentro de él. Se trata de un entretenimiento para quienes pasan las tardes en jornadas de ecuavoley.D. E.

Y a las que se refiere Manolo, acompañante de 45 años de Hugo, cuando enseña el antebrazo. Él ejerce de cualquiera de las tres posiciones que comprende el juego (pasador, defensa y rematador) y luce una piel de buey: ni un moratón. “Estamos acostumbrados”, resuelve colocándose una codera y masajeando un Mikasa de triángulos rojos, especial para ecuavoley. Los dos amigos se acercan a estas canchas desde que salen de trabajar hasta la noche. “Pasamos unas tres horas. En invierno casi no hay porque hace más frío y oscurece antes”, afirman, ojeando de perfil la tangana que se acaba de montar: según la categoría de los participantes, las normas son más o menos estrictas, provocando discusiones puntuales a lo largo del partido.

También las provoca el trajín de las apuestas: cada jugador ha soltado 50 euros, y en los laterales se llega a pugnar con cifras de tres ceros, a pesar de que muchos tratan de ocultarlo.

José Luis —al que llaman Manaba, porque viene de la provincia de Manabí, en la costa— controla estos desbarajustes. Le ha tocado colgarse el silbato y ejercer de juez. Cargo que lleva a gala porque significa “que sabe”. “Es que yo soy de los que más juega”, comenta. Aprendió “tocando” en la calle desde pequeño: lo mamó en Ecuador antes de volar, dos décadas atrás, a Madrid. Ahora, con 34 años, se coloca justo debajo de la red y determina la puntuación y si hay algo irregular. El ecuavoley flexibiliza sus reglas dependiendo del tipo de pachanga. Si se hace como prueba o aprendizaje, la bola se puede sujetar más tiempo; si se realiza de forma recreativa, se da manga ancha a estas recepciones del balón, aunque con un límite; y si es en un campeonato no puede haber retención.

Un grupo ecuatoriano toca junto a la cancha de ecuavoley.
Un grupo ecuatoriano toca junto a la cancha de ecuavoley.

Aquí, con participantes de bastante nivel, el esférico pasa incandescente de un lado a otro. Los sonidos son secos —poc, poc— como si se golpeara con un bate de béisbol. Asevera El Gallo que eso no es nada: “En Ecuador nos creerían niños”. Alude así a la calidad del juego en su tierra, enumerando algunas figuras destacadas de nuestra geografía nacional: ‘El Chino de Valencia’, ‘El Pechito’, ‘El Ronaldinho’… Con 52 años y 22 en Madrid, El Gallo se considera un veterano del ecuavoley. “Empecé en El Retiro y éramos poquitos”, rememora, comparándolo su experiencia aquí con la de Ecuador. “Allá todo es legal, se abren hasta tiendas y no nos persigue la policía ni desmantelan los puestos”, protesta, delante de una mesa donde tres personas encadenan timbas de star poker con billetes y calderilla desperdigados entre las cartas.

Una de las quejas recurrentes suele ser esa. En España, lo que sucede en la pista se mira con lupa. Si levantan la cancha es una zona de patinaje u otro deporte, los agentes pueden retirar el tinglado. Y, atendiendo a la ley, queda prohibida la venta y el consumo de alcohol en vía pública.
“A mi cuñado le multaron con 600 euros”, avisa Pablo Arévalo, ‘El Negro’, que enaltece el ecuavoley a “esencia de vida”. “Es nuestro medio para entablar conversaciones, estrechar lazos de amistad o incluso buscar empleo”, razona.Para los ecuatorianos, al horario laboral se le añaden las tardes de confraternar a través de este deporte.

Pistas de ecuavoley en el Pozo Entrevías (Vallecas), donde se juegan varios partidos simultáneamente, situado justo enfrente de la estación de Renfe, es uno de los puntos a los que se desplaza más gente en toda la Comunidad de Madrid.
Pistas de ecuavoley en el Pozo Entrevías (Vallecas), donde se juegan varios partidos simultáneamente, situado justo enfrente de la estación de Renfe, es uno de los puntos a los que se desplaza más gente en toda la Comunidad de Madrid.D. E.

“Vengo a ver a la gente, a evadirme y juntarme con amigos. Luego me vuelvo a casa, me ducho y a dormir”, resume Moisés, albañil de 46 años que vive en Galapagar, un sitio lejano desde el que no le da pereza venir. “Antes jugaba, pero me rompí la rodilla y todavía me molesta”, se resigna, mostrando una sonrisa brillante en lo alto de un macizo cuerpo azabache. Su rutina se la que asumieron muchos ecuatorianos cuando empezaron a llegar a España, a finales de los noventa.

Como prolongación de las costumbres y como bálsamo al dolor del expatriado. Las veladas en las canchas, admiten, alivian la distancia. Aunque pequen de segregación. “Es un reencuentro y una tradición, pero nosotras no solemos participar”, narran Vilma y Melisa, madre e hija de 35 y 15 años, respectivamente.

Sí que hay mujeres que juegan, pero no es lo habitual. Permanecen en las bandas. Consultan el teléfono, cuidan de los pequeños o venden víveres, como Ana. “Mentitas, chiclitos”, grita una de ellas.

Otra llama a su marido. Es Natalia, que espera mientras Aitana, de tres años, ve una película en el móvil. “Me gusta más el fútbol, pero vengo por el ambiente y porque es de mi país”, explica con un helado artesanal de maracuyá que ha fabricado en su nevera. “Tampoco hay españoles. Ahora, con las nuevas generaciones, que se emparejan con gente de muchos sitios, empieza a descubrirse”, analiza el único cocinero varón del parque. Una melena sedosa y un sombrero rojo en concordancia con las botas amortiguan los 62 años con los que sirve caldo de salchicha, ceviche mixto o bollo de pescado. Los adereza con chascarrillos sobre el partido y, para quien lo pida, con bien de ají.

Hay otras pistas mucho más familiares donde se juega solamente por el hecho de hacer deporte. Suelen estar en barrios del extraradio como Getafe o Alcorcón. En la foto, partido en el parque de Castilla la Mancha, en Getafe, donde el dinero que se gana sirve nada más que para sufragar los gastos del día y el mantenimiento necesario.
Hay otras pistas mucho más familiares donde se juega solamente por el hecho de hacer deporte. Suelen estar en barrios del extraradio como Getafe o Alcorcón. En la foto, partido en el parque de Castilla la Mancha, en Getafe, donde el dinero que se gana sirve nada más que para sufragar los gastos del día y el mantenimiento necesario.D. E.
En la foto, una tarde de ecuavoley en las canchas de Pan Bendito (Carabanchel), donde se juega se juega en una pista de patinaje.
En la foto, una tarde de ecuavoley en las canchas de Pan Bendito (Carabanchel), donde se juega se juega en una pista de patinaje.D. E.

Será oficial

Gabriel Caisaguano es el presidente de la Asociación Ecuatoriana de Ecuavoley. En 2000 llegó a Barcelona desde Lacatunga, al sur de Quito, "por su querencia hacia la playa". Hace dos años, cuando estrenaba medio siglo de vida, se mudó a Madrid. Montó la plataforma junto a varios colegas. "No había una reglamentación ni una organización. Queremos que entre en las competencias municipales y autonómicas para que se le reconozca", esgrime desde el local de Villa de Vallecas que ejerce de sede de la agrupación y de cabina para Ecuavoley Radio. "Somos muchos ecuatorianos en España [131.669 empadronados en enero de 2019, según el Instituto Nacional de Estadística, un 2,6% del total de la población extranjera], pero nunca nos hemos movido. Queremos que sea de todos, no una cosa nuestra", defiende.
Por un lado, Caisaguano pretende que el ecuavoley sea una variante oficial del voleibol denominada 'voley 3' porque, explica, no puede haber referencias a una nacionalidad en el nombre. Asegura que es "un deporte centenario" y cita documentos del ecuavoley de 1912. "Lo introdujeron a finales del XIX los norteamericanos que trabajaban en el ferrocarril", apunta, "y jugaban allí con lo que hubiera. De ahí el balón de fútbol y la red distinta".
Otra finalidad es que, al estar reconocido, se podrían destinar espacios específicos y controlar lo que se haga. "Los barrios nos ayudarían. No puede ser que no podamos dejar las redes colgadas o que tengamos que estar pendientes de la policía porque, amparado en su filosofía social, el ecuatoriano suma al deporte otras cosas como apuestas, alcohol o reyertas", concede. Dice Caisaguano que su empresa no es fácil ("es como pedir que te construyan una mezquita") y que debe ir poco a poco: "Hay que pensar que no se reduce a un ejercicio. Es formación integral de la persona. Incluye educación física, pero también diversión, respeto o tolerancia".

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