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WOODY ALLEN
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Barcelona sigue amando a Woody Allen

La gente que abarrotaba los jardines del Palacio Real de Pedralbes estaba allí por simpatía, para demostrar su amor por un personaje querido y admirado en la ciudad

Woody Allen el martes en el festival Jardins de Pedralbes.
Woody Allen el martes en el festival Jardins de Pedralbes.MASSIMILIANO MINOCRI

En Estados Unidos a Woody Allen ya lo han echado a la hoguera y han prendido la pira sin esperar resultados judiciales. Hasta la poderosa Amazon se ha cebado con el cineasta. Por aquí, en cambio, los juicios mediáticos paralelos y las habituales difamaciones en redes sociales han intentado hacer su trabajo con maléfica precisión, pero no parecen haber conseguido gran cosa. Como mínimo no en Barcelona.

Woody Allen fue el primero en agotar las entradas del festival Jardins de Pedralbes y se pusieron a la venta en un momento de ebullición mediática a su alrededor. Las más de tres mil personas que ayer asistieron a su actuación no parecieron en ningún momento arrastradas por el morbo de ver al monstruo depredador en vivo, ni mucho menos. La gente que abarrotaba los jardines del Palacio Real de Pedralbes estaba allí por simpatía, para demostrar su amor por un personaje querido y admirado en la ciudad. Y lo hizo calurosamente aunque en el aspecto musical, y siendo generosos, la cosa no pasara de mediocre.

A la entrada de los jardines muchos se hicieron la foto de rigor con su enorme figurón de cartón a tamaño natural; una empleada del festival te podía hacer la foto con tu propio móvil para que no fuera necesario recurrir a selfies excesivamente forzados.

Es sabido que el público no va a un concierto de Woody Allen por la música. Mientras paseaban por el sumamente agradable entorno de los jardines, con sus bares, tumbonas, estanques animados por el croar de alguna rana y un par de escenarios alternativos, muchos se preguntaban qué iba a tocar el cineasta asustados por el programa de mano en el que se especificaba que "volvía a Barcelona sin un repertorio predeterminado". No, lo importante no es lo que vaya a tocar, ni siquiera cómo lo toque, lo importante es que esté allí, verle en carne y hueso y, sin duda, después poder explicarlo a las amistades que se quedaron sin entrada.

Y Woody Allen volvió a escenificar su papel. El de clarinetista aficionado, él siempre se ha tildado a sí mismo de aficionado, pasando el rato en algún tugurio de Nueva Orleans antes de que la marina estadounidense cerrara el barrio de Storyville, donde estaban los garitos, y expulsara de la ciudad a putas y músicos de jazz. Y hace muy bien su papel de aficionado: en ningún momento da muestras de saber tocar el clarinete, ni se esfuerza por conseguir sacarle algún sonido que no sea molesto para el oído y desentone con el resto de la banda.

Rodeado del solvente sexteto de su amigo Eddy Davis, Allen recorrió viejos estándares de dixieland. Música sencilla y efervescente que hasta consiguió que el público marcara el ritmo con sus pies contra las gradas. Davis hasta cantó alguna entrañable cancioncilla mientras Allen parecía dormitar en su silla. Lo parecía , pero no estaba dormido, llegado el momento saltaba como un resorte y se incorporaba a la banda y hasta tomaba con total naturalidad algún solo.

Setenta y cinco minutos exactos, despedida y, tras la insistencia del público que no había tenido suficiente, regreso para la obligatoria tanda de bises. Misión cumplida. Ahora Allen ya puede seguir buscando localizaciones para rodar su siguiente película en España. Aquí, vista la reacción del público, no va a tener el menor problema. 

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