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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La mala digestión y la política de bloques

Con la decisión de apoyar a comunes y socialistas en Barcelona, Valls está reseteando su proyecto político

Milagros Pérez Oliva
Manuel Valls y Ada Colau
Manuel Valls y Ada Colau en el acto de investidura. Albert Garcia

La tensión que se ha vivido en los días previos a la elección de Ada Colau como alcaldesa de Barcelona ha hecho aflorar la dificultad que tienen las fuerzas políticas para adaptarse a un nuevo escenario en el que lo normal ya no es gobernar con mayoría absoluta y ni siquiera con un pacto a dos. Gran parte de las mayorías de gobierno han exigido pactos entre tres o más fuerzas políticas y eso ha hecho que en muchos casos sus protagonistas hayan tenido que traspasar lindes ideológicos y desdecirse de vetos anunciados en el periodo electoral. El resultado es una geometría muy variable en la que ni siquiera la alianza que parecía más sólida, la de ERC y Junts per Catalunya, atados por el pacto soberanista que gobierna la Generalitat, ha resistido.

La batalla de Barcelona ha sido, sin duda, la más virulenta y, por la importancia estratégica que la ciudad tiene para el independentismo, también la más visible. En su desesperada lucha por la alcaldía, haciendo valer su condición de lista más votada, los republicanos han forzado los argumentos hasta extremos insólitos, sin darse cuenta de que la aritmética electoral los iría destrozando uno a uno al poco de ser formulados. En cuanto Valls ofreció sus votos gratis para la investidura de Colau como un “mal menor” si llegaba a un acuerdo de gobierno con los socialistas, el soberanismo contraatacó acusándola de participar en una “operación de Estado” contra el independentismo. Pero el apoyo de los comunes para que ERC alcanzara alcaldías tan importantes como la de Tarragona o de Lleida disolvió ese argumento.

ERC tendrá que demostrar, en cada votación, si es una fuerza progresista o prima su deseo de desgastar a Colau

Los independentistas se esforzaron por presentar como el colmo de la incongruencia política y moral aceptar los votos de Valls y pactar con los “carceleros” del PSC, pero Esquerra Republicana ha pactado con los "carceleros" del PSC en muchos municipios, y en algunos casos, como en Figueres, Tárrega o Sant Cugat, para desbancar a Junts per Catalunya a pesar de ser la lista más votada. El último recurso fue acusar a Colau de actuar movida únicamente por su ambición de poder, como si querer la alcaldía no fuera legítimo y como si Ernest Maragall no pretendiera exactamente lo mismo. Algunos recurrieron incluso a la maledicencia, insinuando que Colau tenía un pacto secreto con Valls. Mal fondo y mal estilo. La batalla política no debería enfangar el debate público de esta manera.

La tensión que se vivió en la plaza de Sant Jaume, con gritos del independentismo contra la alcaldesa Ada Colau, evidenció la mala digestión de los pactos. Hubo escraches en otras plazas y ayuntamientos a cuenta de la tensión por el conflicto soberanista. Demasiadas emociones y demasiada visceralidad, pero es de esperar que el hábito haga al monje y que cuando se hayan sucedido los mandatos con acuerdos múltiples y geometría variable, se vaya consolidando una nueva cultura política en la que el pacto no sea visto como una traición ni como una renuncia, sino como una forma de avanzar hacia los objetivos que cada uno tenga.

Cataluña vive tiempos excepcionales, con poderosos vectores que empujan hacia la polarización y el enfrentamiento, hacia una política de bloques entre independentistas y no independentistas. Pero mucha gente está empezando a estar cansada de tanta tensión. Las instituciones necesitan un respiro. Necesitan volver a la normalidad de la gestión cotidiana, porque el mundo no se para y los problemas, si no se abordan, se enquistan y se agravan.

A falta de que se celebren las elecciones autonómicas para cerrar el ciclo electoral en Cataluña, hay indicios de que el tablero político se está moviendo. Uno de los elementos más novedosos es el papel que puede jugar Manuel Valls. Parece claro que con su gesto de votar a Colau para impedir que la alcaldía fuera a parar a manos independentistas, Valls está reseteando su proyecto político en Cataluña. Su discurso en el Pleno del Ayuntamiento así lo indica. En esta nueva fase, Valls puede estar interesado en distanciarse de Ciudadanos. La marca no ha resultado ser lo que él esperaba cuando decidió implicarse en la política catalana. De hecho, ha entrado en un pronunciado declive. Del más de un millón de votos que obtuvo Inés Arrimadas en las elecciones autonómicas del 21-D, pasó a 477.000 el 28-A con la misma candidata, y luego a 277.000 en las municipales.

También el independentismo ha retrocedido en la ciudad de Barcelona. Ada Colau podrá gobernar ahora con mayor holgura de lo que lo hizo el pasado mandato, y ERC tendrá que demostrar, en cada votación, si actúa como una fuerza progresista, o antepone la agenda identitaria votando a la contra para desgastar a Colau.

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