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Crónica
Texto informativo con interpretación

Pendientes del giro de guion

El Parlamento catalán solo sirve como caja de resonancia de asuntos que ocurren fuera de su ámbito de actuación

Manel Lucas Giralt
El president del Parlament, Quim Torra, este jueves en el Parlament.
El president del Parlament, Quim Torra, este jueves en el Parlament.MARTA PÉREZ (EFE)

A priori, este jueves había sesión importante en el Parlament: Quim Torra hacía balance de un año de su gobierno. Se diría que el discurso del president y sus réplicas iban a mantener a sus señorías sentados en su escaño y con todos los sentidos puestos en la intervención. ¿Seguro? Bueno, casi: el presidente del Parlament, Roger Torrent, estaba dando paso a la comparecencia y por las puertas del hemiciclo iban saliendo diputados y diputadas sin prisa pero sin pausa. En los sillones dispuestos en los pasillos exteriores departían amigablemente parlamentarios y parlamentarias de todos los grupos –cada cual con sus colegas, el compadreo transversal hace tiempo que no se ejerce-, y dentro mismo del hemiciclo se podían ver conversaciones breves de escaño a escaño. Ésta era la pasión que despertaba el balance de Quim Torra. Una muestra evidente de que el Parlament ya no rinde por sí mismo, ni siquiera como cámara de control de la acción del Govern; una función que, no se les escapa, requiere previamente que el Govern tenga una acción que pueda ser controlada, lo que no es precisamente fácil de detectar hoy por hoy.

Con lo cual, el legislativo catalán solo sirve como caja de resonancia de asuntos que ocurren fuera de su ámbito de actuación. Por ejemplo en el Tribunal Supremo, claro. El juicio ha condicionado tanto la actividad parlamentaria –y no solo por el hecho, triste, de que haya diputados y diputadas en el banquillo- que el pleno se pospuso un día para permitir el seguimiento de la última sesión.

Y por ejemplo, también, en el Ayuntamiento de Barcelona. Anda el independentismo irritado porque aspiraba a clavar la estelada en uno de los pocos emblemas que se le resisten, y todo apunta, hoy, a que no será así. El nacional-fanatismo ha incendiado las redes disciplinadamente –como cada vez que se da el toque de corneta-, y era previsible que el asunto aflorara en este Parlament-caja de resonancia.

Lo que no imaginaba yo era que quien sacaría el tema sería la presidenta del grupo de los Comunes, Jessica Albiach, sabiendo la que le iba a caer encima. Albiach ha pedido explicaciones por las palabras de la portavoz del Govern, Meritxell Budó, que repitió el mantra de que el apoyo de Manuel Valls a la investidura de Ada Colau era una “operación de Estado” que merecía una “respuesta de país”, concepto doblemente indeterminado: no sabemos qué respuesta plantea ni en qué país está pensando (bueno, algo sí podemos intuir). Budó ya fue interpelada por la prensa por este asunto, y demostró la capacidad dialéctica de Harpo Marx y la flexibilidad argumentativa de un arbotante gótico. Y no era la primera vez. Un exitazo en menos de tres meses de cargo.

Al responder a la temeraria Albiach, Torra ha pasado de puntillas sobre Budó –en sentido figurado- y ha enfilado globalmente contra los Comunes, a los que ha acusado de venderse al establishment y de no dejar gobernar la lista más votada; esto último lo ha dicho mientras le escuchaban los 36 diputados de Ciudadanos. También se ha abalanzado sobre los Comunes Sergi Sabrià, de ERC. A escasos metros de él, cabizbajo en su escaño, Ernest Maragall trataba de sobrellevar con discreción el papel del personaje que iba para protagonista y se cae de la historia en un giro sorpresa del guion.

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