El arte de bloquear
Si los políticos presos han podido presentarse a las elecciones y han visto respaldadas democráticamente sus propuestas, ¿por qué este afán por suspenderlos?
Salva el pescado británico!” leo en el posavasos que tengo encima de la mesa. “Hoy, los barcos de la UE se llevan el 60% del pescado de aguas del Reino Unido”, sigue la denuncia impresa ilustrada por un pez armado con casco y coraza empuñando la bandera británica. Un regalo de Tim Martin, el empresario más activo que tuvo la campaña a favor del Brexit y que mantiene su pulso con quienes quieren permanecer en la Unión Europea. Lo hace a través de su imperio iniciado con la compra de un pub en 1979 y que ha visto multiplicar hasta el millar de locales repartidos por todo el país donde la propaganda cubre mesas y barras a las que se acercan miles de clientes ansiosos de cerveza que esperan beberse gratis si coinciden con el propietario. Éste, que suele visitar todos sus establecimientos cada año, invita a la concurrencia para que el ambiente rupturista no decaiga. Westminster hace el resto.
Afable, campechano y provocador, Mr. Martin ha dejado de servir champagne y vinos de la UE para ofrecerlos australianos. No lo hace por nacionalismo. Al contrario. Le molesta que se lo pregunten porque dice vivir alejado de tal sentimiento. Sus razones son simplemente económicas. Donó 200.000 libras para una campaña que debía concienciar de los engaños de la prensa pro-europea a la que dice conocer de sus tiempos de vendedor de publicidad para el The Times. Afirma con convicción que la salida de la UE supondrá la abolición de impuestos sobre más de 12.000 productos básicos no importados del continente y que esto reducirá los precios en las tiendas aliviando la economía familiar. Su discurso dicharachero y contundente rebate todas las afirmaciones contrarias con la tranquilidad de quien sabe tener el riñón cubierto. La prueba, concluye, es que desde que empezó el culebrón del Brexit, sus ingresos no han parado de aumentar más de lo que lo hacían antes. Y en los 40 años de historia, nunca han notado bache alguno. Por eso se convirtió en el referente empresarial que es y en uno de los hombres de negocios más influyentes.
¿Segundo referéndum? Ni hablar. Y menos si lo propone Theresa May aunque sea a regañadientes. Él es amigo de Boris Johnson y extendiendo el brazo muestra la imposibilidad que encima de la mesa quepa nada que no sea la pinta de cerveza que compartimos sobre el posavasos de la cadena Wetherspoon. Mientras, van pasando los días, las semanas, los meses, los plazos y las alternativas sin que la ejecución del Brexit sea un hecho para desesperación de los socios comunitarios que, de momento, han perdido la oportunidad de ampliar su número de eurodiputados porque los británicos siguen concurriendo a unas urnas que capitalizaran sus contrarios. Nadie puede negar hoy, que el siglo XXI es ya el siglo de las paradojas.
Algo parecido al entuerto que se vive en España con los presos electos y sus posibilidades de seguir ejerciendo de diputados (4) y senador (1) tras haber recogido el acta y acatado la Constitución. El público convertido en espectador del partido de pimpón que se disputan el Tribunal Supremo y el Congreso de los Diputados y que se ha jugado intensamente durante los dos primeros días de la presidencia de Meritxell Batet, se pregunta cómo puede ser. Si los presos han podido presentarse a las elecciones y han visto respaldadas democráticamente sus propuestas, si han podido rellenar formularios oficiales, asistir a la sesión de inicio de legislatura, departir sonrientemente con sus colegas y apostillar su promesa con frases identificadoras de unas posiciones harto conocidas, ¿por qué este afán por suspenderlos?
Los juristas han vuelto a ilustrarnos con otro de sus debates preñados de códigos, artículos y reglamentos. Y nos hacen ver la dimensión superior que representa ser la voz de los electores aunque no se pongan de acuerdo con el posible efecto retroactivo puesto que el presunto delito por el que están siendo juzgados se cometió antes de su elección. Sí. Y también antes de su candidatura y, sin embargo, ésta fue autorizada. ¿Luego? Pues ahí está también el endemoniado embrollo legal que necesita tiempo para desenredar la madeja que jurídicamente es compleja y políticamente tramposa. Es la consecuencia de haber trasladado a los tribunales lo que debiera haber sido resuelto por la diplomacia. Es lógico pues, que llegados a este extremo el independentismo intente tensar las costuras legales del sistema. La ANC y Joan Canadell lo intentarán a partir de ahora también en la economía desde el conquistado púlpito de la Cambra de Comerç de Barcelona.
Lo positivo es que inyecta dinamismo a la democracia a la que, como sistema, siempre se le descubren fisuras porque, como obra humana, es imperfecta. ¿Lo negativo? Que todo se complica más. Llamémosle Procés o Brexit. Lo representen Joan Canadell o Tim Martin.
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