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Saber domeñar; sacar de donde no hay

Tras un gran Beethoven con Leonskaja, la Sinfónica y Nesterowicz salvan los muebles de la ‘Quinta’ de Vaughan Williams

Leonskaja y Nesterowicz, durante un ensayo.
Leonskaja y Nesterowicz, durante un ensayo.OSG

La Orquesta Sinfónica de Galicia ha celebrado sus conciertos de abono de viernes y sábado bajo la dirección de Michał Nesterowicz. El programa estuvo compuesto por el Concierto para piano y orquesta número 4 en sol mayor, op. 58 de Beethoven (1770 - 1827) y la Sinfonía número 5 en re mayor de Ralph Vaugahn Williams (1872 - 1958). En el concierto de Beethoven actuó como solista Elisabeth Leonskaja.

Nacida en la Georgia soviética (Tiflis, 1947) y nacionalizada austriaca, Leonskaja es la más genuina representante actual de los pianistas formados en la URSS. Alumna de Jacob Milstein, fue considerada por Sviatoslaw Richter (1915 -1997) como su heredera espiritual. Respecto de esta relación, Leonskaja declaraba hace pocos años recordar su trabajo con Richter como “una de las épocas más importantes de mi vida”.

Los primeros acordes de Leonskaja fueron una brújula que indicó la senda a seguir a quien quisiera seguirla. Y tuvo como fieles compañeros de camino a la Nesterowicz y la Orquesta Sinfónica de Galicia. Una compañía fiel y atenta que recogió el mensaje de esa introducción a cargo del solista, poco usual en la Viena del XIX, e hizo el minucioso despliegue que se espera en el canto por su parte de ese primer tema y el del segundo.

A partir de ahí, Leonskaja fijó el carácter de su interpretación. Fue como un “esto es Beethoven y punto” .En el Allegro moderato inicial y el Rondo, vivace que cierra la obra, Leonskaja logró algo al alcance de pocos intérpretes, domeñar y reconducir la fuerza inherente a la partitura, mostrando la cara menos agresiva del de Bonn. El maravilloso legato de Leonskaja y el perfecto control del sonido de su piano tuvieron su idónea aplicación en los tres movimientos en servicio del autor y de su obra.

Y si los extremos fueron espléndidos, con unas cadenzas llenas de tanto vigor como delicadeza, el culmen de su interpretación se produjo en el Andante con moto central. En este, la serenidad más apacible, esa que solo la experiencia vital puede engendrar, condujo el dramatismo apenas enmascarado por el autor hacia un sentimiento de serena inquietud –valga el oxímoron- que condujo apaciblemente al tercer movimiento. El regalo al público tras la fuerte y más que bien ganada ovación fue la primera de las Tres piezas para teclado, D 946, Allegro assai, obra póstuma de Schubert a la que la maestra austriaca-georgiana imprimió la más adecuada fuerza dramática.

La obra interpretada por Nesterowicz y la Sinfónica tras el descanso fue la Sinfonía número 5 en re mayor de Vaughan Williams. El Preludio que la abre sugiere la imagen de un amanecer brumoso, un apacible despertar en el que poco a poco se va abriendo paso la luz. Vana ilusión: la bruma se convierte en espesa niebla apenas rasgada aquí y allá por la calidad de sonido de las secciones y solistas de la Sinfónica. Orquesta y director tuvieron el gran mérito de mantener viva la atención del auditorio en este primer movimiento. A destacar, la dorada luz de las trompas de David Bushnell y Amy Schimmelman y la de las cuerdas hacia la mitad del movimiento.

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Momentos que traen a la memoria la frase que la tradición pone en boca de Galileo Galilei “e pur si muove”. También parece moverse a veces el segundo movimiento, un scherzo que, pese a todo y como el resto de la obra, no acaba de despegar. Del tercero, Romanza, lo mejor fueron el corno inglés de la solista invitada, Marta Sánchez Paz, en sus solos el oboe de Casey Hill en el diálogo de ambos, el solo de Bushnell, el de violín de Massimo Spadano y el diálogo de los violines con violas y violonchelos. La mejor cualidad del cuarto, Pasacaglia, es no supera en duración al Preludio ni a la Romanza, pese a ser casi el doble de largo del Scherzo. Y es que de donde no hay no se puede sacar.

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