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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La dignidad de las instituciones

Los ataques y descalificaciones que Núria de Gispert lanza contra los adversarios políticos a través de Twitter son impropios de una expresidenta del Parlamento que acaba de recibir la Creu de Sant Jordi

Milagros Pérez Oliva
Núria de Gispert, en una foto de archivo.
Núria de Gispert, en una foto de archivo.Albert Garcia

Una expresidenta del Parlament debería cuidar su imagen pública y seguir teniendo un comportamiento ejemplar después de abandonar el cargo. Es lo que se espera de quien ha ejercido la máxima autoridad en la cámara que representa a todos los catalanes. El tuit en el que Núria de Gispert trata de cerdos a varios de sus adversarios políticos es indigno de quien ha ejercido esa alta responsabilidad pública. No es la primera vez que Núria de Gispert incurre en este tipo de hooliganismo político, pero el hecho de que lanzara este tuit solo dos días después de que le fuera concedida la Creu de Sant Jordi ha provocado una intensa polémica y la petición formal de que le sea retirada. Es un galardón instaurado por la Generalitat en 1981 para distinguir a las personas que, “por sus méritos, hayan prestado servicios destacados a Cataluña en la defensa de su identidad o, con carácter general, en el plano cívico y cultural”.

El polémico tuit reproduce un montaje gráfico en el que debajo de la leyenda “Girauta a Toledo; Arrimadas a Madriz; Millo a Andalusia; Dolors Montserrat a la UE”, aparece la imagen de un cerdo, anagrama de la Associació Catalana de Productors de Porcí, y la frase “Cataluña aumenta sus exportaciones”. No puede decirse que esta forma de comportarse y expresarse sea un servicio destacado a Cataluña. Más bien al contrario. Este y otros mensajes insultantes dan pábulo a las acusaciones de supremacismo con el que se intenta caracterizar a todo el independentismo y otorga credibilidad al victimismo impostado que tanto Ciudadanos como el PP han explotado con notable éxito en el resto de España.

Hay preocupación en amplios sectores de la sociedad catalana por la degradación de la imagen del autogobierno

Es un juego de palabras facilón, más propio de una adolescente traviesa e inmadura que de la señora de 70 años que aparece en la fotografía y que dice dedicar ese tuit a “aquellos que desean que vuelva la dignidad a nuestras instituciones”. La dignidad de las instituciones se defiende evitando este tipo de mensajes.

Un repaso a su cuenta de Twitter, en la que se presenta como portavoz de Demòcrates de Catalunya, produce sonrojo. De Gispert lanza insultos y descalificaciones a todos los candidatos de los partidos no independentistas, con especial encono hacia Inés Arrimadas y Meritxell Batet. Alguien que ha sido presidenta del Parlamento y consejera de Justicia y de Gobernación debe saber que los políticos tienen un rol ejemplarizante, y más en esta época de transparencia extrema. El respeto a los adversarios y las ideas discrepantes figura en la primera lección de cualquier manual de educación para la ciudadanía. Por eso sorprende que una persona cultivada se deje llevar a ese terreno. Y que quienes defienden su misma causa no hayan salido al paso del descrédito que esta actuación provoca. Es un ejemplo de cómo la obcecación política puede nublar el juicio y alterar la percepción de las cosas.

Cuando la Generalitat decidió otorgar a Núria de Gispert la Creu de Sant Jordi conocía perfectamente esta deriva descalificatoria. La expresidenta del Parlament irrumpió en las redes en 2015 y cada vez se ha mostrado más beligerante y agresiva en sus mensajes, hasta el punto de que fue reprobada en el Parlament en octubre de 2018 “por sus reiterados y públicos comentarios vejatorios y excluyentes” contra la líder de Ciudadanos, Inés Arrimadas, y otros diputados. La oposición pide ahora que se le retire la Creu de Sant Jordi. Muchos otros premiados pueden sentirse incómodos de compartir la distinción con alguien con un perfil público tan cuestionable. El presidente Joaquim Torra, que también ha sido criticado por publicar artículos con comentarios despectivos hacia los españoles, se ha apresurado a decir que no se la va a retirar y que con la supresión del polémico tuit es suficiente.

Pero el asunto no va a quedar zanjado tan fácilmente porque llueve sobre mojado. Aflora una gran preocupación en amplios sectores de la sociedad catalana por la degradación de la imagen de las instituciones del autogobierno. No solo porque las prioridades políticas del ejecutivo estén cada vez más alejadas de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos, sino también porque quienes las gobiernan ignoran o desprecian las formalidades en las que descansa la autoridad institucional. Esa degradación es atribuible a la evolución política de los dos últimos años, totalmente anómala, pero también a la actuación personal de quienes están al frente de ellas, comenzando por la de un presidente Torra que se considera a sí mismo vicario de otra voluntad.

Con cada uno de estos incidentes, se baja un peldaño más en el respeto y la estima de los ciudadanos.

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