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MADRID ME MATA
Columna
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La ciudad donde las cosas ocurren

Madrid es aquel grafiti de Neorrabioso que decía "Inmigrantes, vosotros sois el mar de Madrid"

Elvira Sastre

Vengo de recoger la Encomienda de Número de la Orden del Dos de Mayo que la Comunidad de Madrid ha tenido a bien concederme. Apenas han pasado unas horas, así que no tengo todavía la capacidad de expresar en condiciones lo que esto significa para mí, pero voy a intentarlo porque el tiempo apremia.

Me llamaron hace unas semanas para comunicármelo. Yo estaba en Argentina y lo recibí con sorpresa, mucha sorpresa. Pensé dos cosas. La primera: ¿por qué a mí entre todos los escritores? La segunda, que es la que importa en esta columna: ¿por qué a mí si soy de Segovia? Ahí me di cuenta —como cada vez que reflexiono— de lo que significa Madrid, tanto en la superficie como en los adentros.

Madrid, siempre lo digo, es una puerta abierta. Es el sentimiento que uno tiene al volver de un viaje largo y que alguien grite tu nombre en la terminal de llegadas de Barajas. Madrid es la luz amarilla de las farolas por las noches. Madrid es ese perro que siempre perdona tus ausencias y tus malos días. Madrid es un sol constante, pero no dañino; presente, pero no forzado; brillante, pero no molesto. Madrid es una carretera por la que se cruza el naranja de los atardeceres. Madrid es un viaje, qué importa si de dos o de trece horas. Madrid es aquel grafiti de Neorrabioso que decía: “Inmigrantes, vosotros sois el mar de Madrid”. Madrid es ese que se alegra cuando a otro le va bien. Madrid también es soledad, tristeza, abandono, rabia: emociones necesarias para que la vida sea vida. Madrid es un paisaje intocable. Madrid no es un carné, una ideología, una raza, unos papeles, un pasado: Madrid es una historia. Madrid es eso que siento mío sin tenerlo. Madrid es un encuentro. Madrid es la sensación de que, por fin, estamos aquí. Juntos. Y que pase lo que pase, nadie nos va a separar. ¿Habéis sentido alguna vez miedo al besar a alguien? Madrid es un beso seguro.

Hoy escuchaba con atención los discursos de Rafael y Marañón en la entrega de las medallas de oro. Ambos coincidían en lo mismo: esta es la ciudad donde las cosas ocurren sin importar de dónde vengas. Entonces he visto a mi madre, a mi abuela, a Fran y a Andrés sonriendo, y he respondido mis preguntas.

No sabéis la felicidad que siento, no solo por tener en mis manos una medalla preciosa que hace sentir orgullosa a mi familia ni tampoco por haber conocido a personalidades que admiro porque cuidan de esta ciudad, sino porque hoy, de alguna manera extraña o mágica, no sé, he sentido por fin que esta también es mi ciudad, y entonces he pisado con fuerza este suelo que me abraza y he pensado: “Sí, Madrid, ames a quien ames, yo también te quiero”.

Madrid me mata.

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