Decepcionando, que es gerundio
Los desencantos provocan desgarros emocionales que el tiempo aplaca. Pero los dueños de los votos siempre estamos prestos al castigo
En una reciente entrevista publicada en EL PAÍS Semanal, el antropólogo y filósofo Santiago Beruete despachó, entre otras reflexiones de similar calado, la siguiente: “Ninguna relación que dure lo suficiente escapa a la decepción”. Los padres decepcionamos a nuestros hijos, los profesores a sus alumnos, los amigos y los amantes se decepcionan entre sí. Y los partidos políticos decepcionan a sus votantes.
Hay desengaños que tienen mal apaño. Verbigracia, padres e hijos: no hay opción. En general, todos los desencantos provocan desgarros emocionales que el tiempo, más que curar, aplaca. No sucede así en política. Los dueños de los votos son -somos- muy nuestros, y siempre estamos prestos al castigo; bien por la vía del cambio, bien por la de la indiferencia. Léase, abstención.
Sólo así, desde la decepción y el consiguiente despecho, se explican las fluctuaciones electorales que estamos contemplando. Empezaron con el fin del bipartidismo representado por el PSOE y el PP -y la aparición de fuerzas de reemplazo como Podemos y C’s-, y ya no ha parado: los electores, tras más de tres décadas de conformismo bipartidista, centrifugamos fuerzas políticas a toda virolla. Que se lo pregunten a la UPyD de Rosa Díez o a la Izquierda Unida de Alberto Garzón. La primera ya no existe. Los segundos han alcanzado la irrelevancia.
Las encuestas preelectorales anuncian el desgaste de Podemos -el asalto al cielo resultó fallido y los decepcionados con el partido morado suman legión-, mientras que Albert Rivera -antaño la gran esperanza blanca del centro derecha- cambia su producto de estantería cada cinco minutos, en contra de los principios básicos de mercadotecnia que recomiendan fidelizar y no confundir al consumidor.
En diciembre irrumpió en el parqué electoral, con las autonómicas andaluzas, un nuevo partido: VOX. Ni el CIS, pese al poderío demoscópico, supo anticipar su desembarco en el Parlamento andaluz con 12 escaños y cerca de 400.000 votos.
En los cuarteles políticos valencianos se dispararon todas las alarmas. Siguen ululando. En el bloque de centro izquierda por temor al contagio del Sur. No apuntan en ese sentido las encuestas. En el bloque de centro derecha al nuevo competidor se le recibió con esquizofrenia: era una amenaza para los intereses electorales del PPCV y C’s-CV, pero también les abría una grieta de esperanza: la de desalojar al Gobierno del Botánico. La demoscopia tampoco alimenta tal opción. El partido de Santiago Abascal no suma; resta a sus compañeros de bloque.
Y, sin embargo, unos y otros llevan toda la campaña susurrando sobre el “voto oculto” a VOX. Hablas con cualquiera y lo primero que te dice es: “¡Uy! La gente de mi entorno que votaba PP, ahora va a votar a VOX”. Pues vale. Habrá que esperar a 2023 para ver cómo lleva VOX lo de la decepción entre sus votantes.
De momento, su número tres por Valencia, médico, ha sido expedientado por preguntarle a una paciente cómo de duras tenía las tetas. Donald Trump se sentiría orgulloso al saber que su estilo triunfa por estos lares.
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