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Fort Pienc, el verdadero ‘barrio chino’ de Barcelona

A partir de la calle Trafalgar, la comunidad se ha asentado en el barrio, donde impulsa el tejido asociativo y comercial

Alfonso L. Congostrina
Un carnicero chino en el local que regenta en Barcelona
Un carnicero chino en el local que regenta en BarcelonaJUAN BARBOSA

El periodista Francisco Madrid publicó en 1925 una colección sobre los bajos fondos del Distrito V de Barcelona. Callejuelas entre la Rambla y el Paral·lel con burdeles, tabernas, cabarets, pobreza y mala vida. Una zona que el periodista bautizó literariamente como Barrio Chino al compararlo con el Chinatown de Manhattan. El nombre, pese a que en aquellas calles nunca había deambulado un asiático, hizo fortuna y la zona no se deshizo del apodo hasta que fue rebautizada como Raval.

Los chinos todavía tardaron unos años en llegar a la capital. Fue poco antes de los Juegos de 1992. Y a un lugar del barrio barcelonés de Sant Pere: la calle Trafalgar, donde se concentraban los grandes almacenes de venta al por mayor. Pronto se quedó pequeño y los chinos siguieron abriendo negocios en Ronda Sant Pere.

La colonia creció. Necesitaba vestirse, comer y cortarse el pelo. Y así nació el verdadero barrio chino de Barcelona. “Nuestros vecinos chinos no viven en Chinatown, eso es un estereotipo injusto, viven en el barrio del Fort Pienc”, corrige Begoña Ruiz, mediadora cultural del proyecto Xeix, un plan municipal para incorporar a la población china en la vida asociativa del barrio. Siete años después, los vecinos chinos son los verdaderos impulsores del tejido asociativo de la zona.

En Fort Pienc apenas hay locales con las persianas bajadas. Sorprenden los textos en mandarín de los locales. Hay supermercados exclusivos de comida china, peluquerías, parafarmacias. “Una de las necesidades de nuestros primeros vecinos chinos fue que sus hijos no perdieran la lengua y cultura originaria. Para ello recurrieron a la Heritage School”, dice Ruiz. Los menores acuden los fines de semana, mientras sus padres trabajan, a un colegio paralelo donde les enseñan el idioma y las costumbres familiares. Shufen Chen es la directora de cuatro de estas escuelas en Barcelona, Badalona, Santa Coloma de Gramenet y Sant Boi. “Además de mandarín, buscamos que conozcan tradiciones catalanas como los castellers o los gegants”.

La peluquería Xinfa Xian de la esquina del paseo Sant Joan con Ali Bei fue la primera que abrió en Barcelona para cubrir las necesidades de los comerciantes de Trafalgar y Ronda Sant Pere. Desde entonces, los comercios de estética han proliferado. En China, la prostitución está prohibida y en ocasiones se utilizan este tipo de negocios para esconder lo que se ha bautizado como “final feliz”.

Una manera de camuflar la prostitución que, según los expertos, es minoritaria pero ha exportado el estigma. Xinfa Xian nada tiene que ver con esas prácticas. “El problema es que hay clientes que entran con una expectativa que violenta a las empleadas”, dice Eva, mediadora del proyecto Xeix.

La Comisionada de Inmigración del Ayuntamiento, Lola López, mantiene que uno de los principales objetivos de su área, junto con la de feminismos, es la lucha contra estos y otros estereotipos.

“Nuestros vecinos chinos son grandes desconocidos. Hay un problema idiomático pero solo es una frontera de códigos. Ellos creen exactamente lo mismo que nosotros creemos de ellos: Que es difícil relacionarse con nosotros”. De la lucha contra los estereotipos surge el grupo Catarsia, un colectivo de jóvenes “asiaticodescendientes” que luchan en las redes sociales contra el estigma.

En Fort Pienc hay gran cantidad de parafarmacias donde los vecinos chinos compran cosméticos europeos y los envían, como regalo, a sus familiares. También bares como el Lleida, que antes pertenecían españoles a los que los chinos no han cambiado de nombre, ni de diario al que están suscritos, ni de menú. “A veces, entre varios empresarios chinos contratan a un chef para que les enseñe a hacer tortilla de patatas o croquetas”, apunta Eva.

En pleno paseo de Sant Joan, una familia china ha creado un pequeño imperio con la venta de productos para la construcción: Factotum, un Ikea oriental. Cerca, Hsieh fundó hace cuatro años su escuela de canto, danza, música y lengua española Moz-Art. “Tengo 30 profesores y solo seis son chinos. El resto son españoles y algunos ya hablan chino”, sonríe Hsieh. En el 67 de la calle Ausiàs Marc, decenas de trajes de novia cuelgan en la tienda Romantic Novia. La comunidad china de Barcelona se casa entre semana, que es cuando menos clientes acuden a sus negocios. En las celebraciones, la novia luce tres vestidos y Romantic Novia se los alquila. El propietario de la tienda graba el vídeo y hace las fotos a los novios juntos a los lugares más emblemáticos de la capital.

En Roger de Flor, la empresa LinkChina hace las traducciones juradas para la comunidad. En estas calles hay inmobiliarias que ofrecen pisos de más de medio millón de euros. Unas ventas que van aparejadas a la obtención de la Golden Visa. Los chinos saben lo importante que es no tener problemas con la residencia en el país. Entre ellos se prestan dinero para crear negocios de los que son responsables. Así evitan poner en peligro sus permisos de trabajo y residencia.

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