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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Viejos árboles de Barcelona

Nadie está obligado a comportarse como un filisteo, es una cuestión de sensibilidad y de creatividad: antes de talar un árbol viejo, más que centenario, lo pensarás varias veces. Aunque tengas los permisos

Pablo Salvador Coderch
Tala del pino en el solar donde se construye un hotel.
Tala del pino en el solar donde se construye un hotel.

Tan añoso como humilde, el pi blanc de esta historia fue talado la semana pasada. Crecía desde hacía más de cien años en un solar entre las calles Dominics y Jesús i Maria de Barcelona, pero estaba afectado por las obras de construcción de un hotel. Cientos de vecinos intentaron preservarlo en vano (“Salvem el pi centenari”, www.change.org). El pino formaba parte de su entorno inmediato, de su vida cotidiana, desde antes de que naciera el más anciano de ellos. Un hachazo borró de pronto más de un siglo de memoria visual, de presencia colectiva.

Los pinos blancos o carrascos son una especie muy común, casi improtegible, ocupan más de 300.000 hectáreas en Cataluña y, oportunistas natos, colonizan los encinares. Ya no sirven de mucho (antes se hacían cajas de madera con ellos). Aunque aguantan mal el frío de verdad, pueden vivir más de doscientos años y alcanzar treinta metros de altura.

La pregunta que ha quedado sin responder en la comunidad es si realmente era inevitable proyectar en el solar un edificio que obligara a echarlo abajo.

El problema es que las corporaciones no tienen memoria, sino solo registros contables

Creo que no, que las cosas se podrían haber hecho de otro modo. Lo aprendí de mis mayores. Así me lo hizo ver un tío mío, arquitecto de profesión, a quien un entrevistador supino le preguntó una vez: ¿Sr. Coderch, se inspiró usted en la abstracción formal de Vasili Kandinski para proyectar la Casa Ugalde? El hombre le miró de hito en hito y negó aburrido: “No. El solar tenía buenas vistas, pero también tres pinos viejos que yo quería preservar, no se debían cortar”.

Y es que casi todo se puede hacer muy bien sin necesidad de echar abajo aquello que la vida ha creado y la historia ha respetado. Nadie está obligado a comportarse como un filisteo, es una cuestión de sensibilidad y, sobre todo, de creatividad: antes de talar un árbol viejo, más que centenario, lo pensarás varias veces. Aunque tengas los permisos correspondientes.

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El problema es que las corporaciones no tienen memoria, sino solo registros contables. Y si llegan a ser importantes, pueden llegar a encargar a alguien que les escriba su historia, pero sus directivos y empleados no verán en su medio de vida los modos de vida que están a punto de afectar con su actividad. Las empresas captan muy bien las dimensiones de un mercado, pues les va su subsistencia en ello, pero son más torpes cuando las cuestiones no son económicas o no lo son directamente. Dicho de otro modo, nos dan medios de vida, pero les cuesta mucho salvaguardar nuestros modos de vida.

El árbol más notable de Barcelona es la “noguera alada de Montjuïc” en el Jardí Botànic Històric

Si aprendemos a apreciar y respetar nuestro entorno, contribuimos casi sin darnos cuenta a superar el hiato entre nuestros medios y nuestros modos de vida. Un ideal antiguo es trabajar con gusto y gustar de la vida. Si las empresas, los ayuntamientos y las personas nos integramos con aquello que nos rodea, la vida es más grata para todos.

En Barcelona, hay bastantes árboles catalogados como de interés local. En defensa de los viejos árboles humildes, les animo a que los descubran, empezando por los de su barrio. Vean la morera de Adrall, 3 (Sant Andreu), la encina de Diagonal 361 (Eixample), la magnolia de Bisbe, 10 (Ciutat Vella) o el cedro del Himalaya, Passeig de Sant Gervasi, 5 (Sarrià- Sant Gervasi), este último muy cerca del derribado pino de Dominics, demasiado humilde para estar protegido. Y así, hay muchos más (la web del ayuntamiento que acabo de citar enumera 144). Estas cosas se enseñan en las escuelas, pero hacen falta tres generaciones para que calen en el alma de la ciudad; son como los árboles mismos, no crecen de repente, de un día para otro.

El árbol más notable de Barcelona es probablemente la “noguera alada de Montjuïc” (Pterocarya rehderiana) en el Jardí Botànic Històric. También tendrá más de un siglo, pues ya estaba allí cuando el Dr. Pius Font i Quer, un militar y botánico ilustrado, dirigió la plantación del Botànic en los años treinta del siglo pasado. Dicen que es el árbol más grueso del término municipal, no lo sé, pero vale el paseo.

La historia de un árbol viejo se pierde el día que lo talan. Pero, aunque nadie recordara ya quién plantó el pino muerto de Dominics, dos niños de esta calle no olvidarán nunca que su madre hizo cuanto pudo por salvarlo. Parte compartida y desgajada de nuestras vidas, algo habremos aprendido todos.

Pablo Salvador Coderch es catedrático de derecho civil.

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