Miró, del derecho y del revés
La fundación del pintor realiza, cara al público, trabajos de conservación del tapiz de una tonelada de peso
Cuatro décadas de vida son muchas. Más si todo ese tiempo se ha estado, inmóvil, pegado a una pared. Es lo que le ha ocurrido a una de las obras más icónicas que conserva la Fundación Joan Miró: el gran tapiz que creó el artista Joan Miró en 1979 con ayuda de otro gran artesano textil, Josep Royo que permitió dar vida y cuerpo a muchos de los sueños del pintor. Sus dimensiones, 11 por 5 metros, y su peso, más de una tonelada, han hecho imposible moverlo desde entonces. Hasta ahora. La Miró ha puesto en marcha un ambicioso proyecto para llevar a cabo los primeros trabajos de conservación para conseguir que está obra tenga una vejez sin achaques.
Había curiosidad por saber cómo había afectado el paso del tiempo a la parte posterior de esta obra ya que se había colocado un forro posterior para protegerlo. La sorpresa ha sido ver que estaba casi como el primer día; incluso conservaba los colores más vivos que en el derecho. El 18 de febrero comenzó la parte más complicada del proceso: colocar dos vigas de hierro con poleas para poder separar el tapiz de la pared. Desde el 4 de marzo se está llevando a cabo las labores de conservación in situ. La responsable es la restauradora Elisabet Serrat. “Está perfecto. Los hilos de algodón de la urdimbre han soportado perfectamente el peso y no se ha destensado. En el reverso no hemos encontrado desperfecto alguno. Tan solo, se ha aplicado vapor para rebajar la tensión de la fibra y se han limpiado los flecos de los bajos”, explica, metida entre la enorme tela y la pared.
Entre el 26 de marzo y hasta el 12 de mayo todos los que visiten la fundación podrán disfrutar de esta oportunidad única de ver la obra por detrás y dar la vuelta para experimentarla como un objeto y no solo como una imagen plana en dos dimensiones. Así, tan cerca, es más que evidente comprobar la fuerza de los materiales y los detalles del trabajo con las que fue realizado.
La composición de la obra, formada por una urdimbre de hilos de algodón entre la que se tejen enormes hebras de lana, pero también lino, yute y algodón, anudadas tanto por el derecho como por el revés visibilizan la importancia que daba Miró a las dos partes de la obra y su interés para que se pudiera ver también por detrás, algo que hasta ahora no ha sido posible. La primera idea, explicó la conservadora jefe de la fundación, Teresa Montaner, fue colocar la obra en la sala de la rampa, en la que están las esculturas, “para que la gente al subir por ella la viera por detrás. Pero al final el tapiz acabó siendo mayor y más pesado y el techo de esa zona no estaba preparado”.
Ahora, a dos metros de la pared, el tapiz se aprecia como una enorme escultura, rotunda y contundente, que adquiere un protagonismo inédito hasta ahora. El efecto se ve potenciado tras retirar las dos obras que estaban colocadas al lado: el Sobreteixim de los ocho paraguas (1973) y Manos volando hacia las constelaciones (1974), una pintura de grandes dimensiones con la misma vocación mural que el tapiz.
El aspecto táctil de la obra se ve tan potente en el anverso como en el reverso, logrado a través de relieves y texturas, y el predominio de los colores elementales (blanco y negro) y los primarios (amarillo, azul y rojo), junto a secundarios como el verde, naranja y violeta; una gama cromática característica de la producción mironiana de esos años. La figura de la mujer, de grandes pies y forma piramidal, ocupa casi todo el tapiz, como si levitara. El mundo celestial aparece en una estrella de ocho puntas y una luna azul.
La historia del tapiz y la del edificio de Sert están muy relacionadas. El 7 de junio de 1979 se presentó la obra después de que durante seis meses, seis tejedores anudaran y tejieran metros y metros de lana de vivos colores. Era su tercera pieza textil por tamaño. Miró tenía 86 años, y reaparecía por primera vez tras una grave caída que había sufrido en 1978.
Antes, Miró y Royo habían realizado en el taller de Tarragona que tenía el artesano textil otras obras similares, que surgían, no por imposición del pintor sobre el artesano, sino por largas deliberaciones. En 1970 el Tapiz de Tarragona, a medio camino entre la pintura, el collage y la tapicería. En 1974 se inauguró el gran Tapiz del World Trade Center, que fue aplastado y destruido el 11 de septiembre de 2001, el mismo día en que las Torres Gemelas fueron derribadas en el atentado terrorista; una pieza desaparecida para siempre pero de la cual la fundación Miró conserva la maqueta original del proyecto. “No se han puesto en contacto nunca con nosotros para ver si se podría volver a hacer”, explicó Montaner. En 1997 crearon el Tapiz de la National Gallery de Washington que sirvió para que el artista y su colaborador pensaran en crear uno para el edificio de su fundación que estaba en construcción.
La enorme pieza —que tuvo que realizarse en medio de una enorme complejidad con telares seguros hechos a media— guardaba en el reverso una sorpresa inesperada: una de las lanzaderas utilizada para confeccionar la obra todavía hilvanada de lana verde, testigo callado de un trabajo excepcional.
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