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“La cultura de bar es lo que define a Madrid”

La micropoeta Ajo retuerce el lenguaje en pequeñas oraciones que rezuman ternura, sarcasmo o cinismo. Sus creaciones se pueden leer en libros, pasos de cebra o escuchar en espectáculos artísticos

La micropoetisa AJO posa delante de un grafiti en el barrio de Chueca, en Madrid.
La micropoetisa AJO posa delante de un grafiti en el barrio de Chueca, en Madrid.ANDREA COMAS

Calcula su tiempo de vida en función del número de viernes acumulados. Y ya suma 3.000, a razón de unos 48 por año. Hagan cuentas. María José Martín de la Hoz, Ajo, se dedica a jugar con las frases hechas en pequeñas dosis de contorsionismo léxico. Autodenominada micropoeta, sus creaciones rezuman humor, acidez o ternura. Las mismas emociones que la guían en su día a día. Lleva décadas enraizada a Madrid, a pesar de haberse criado en Saldaña, provincia de Palencia. A finales de los noventa tuvo un grupo de estilo inclasificable llamado Mil dolores pequeños. Ha organizado festivales y actúa de vez en cuando en veladas que mezclan música, versos y un ambiente cabaretero. También recorre las calles de su barrio, Malasaña, junto a su perrina Musa. En La Realidad, bar del que es socia, da sorbos a un vaso de mezcal, el licor de su adorado México, mientras recordamos al azar una de sus escuetas sentencias: “Perdona por pedirte peras, no sabía que eras un olmo”.

Mucho tiempo ya en estas calles…

Sí, y ahora parece que se cierra un círculo. Llegué con Tierno [Galván] y ahora está Manuela Carmena. Lo peor ha sido el contenido de este bocadillo: los botellismos, Gallardón, Álvarez del Manzano… Un periodo pésimo. Hasta la política cultural ha cambiado una barbaridad.

¿Qué aporta esa cultura a la ciudad?

Es lo que sostiene la sociedad, la que le da identidad y la idiosincrasia. Espero que ahora vuelva un poco la que se fue perdiendo.

Se pueden hasta leer poemas en los pasos de cebra.

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Yo tengo uno en Vallehermoso que pone: "Todo el mundo tiene nada que decir". Porque es que entre las cursileces, las obviedades y los juegos de palabras imposibles que vemos en las redes sociales, parece que es mejor dejar de lado tanta verborrea.

¿Es el micropoema el precursor del tuit?

Yo no me he inventado la brevedad. Es una herramienta que utilizo para expresar mi personalidad. Creo que en lo poco cabe todo. Y, como persona que ama la cultura, me gusta la economía: poner los mínimos recursos para sacarles el máximo provecho. Además, creo que abusamos. Creemos que más es más y, sin embargo, más es demasiado.

Y es precisamente eso es lo más complicado.

Quitar es lo peor. Quedarse en el alambre de espino de las cosas y que cause el efecto que uno quiere es lo más difícil. Yo me dedico a eso: a sacarle filo al lenguaje. Me ayudó mucho trabajar de taquillera en el teatro Alfil, donde me venía gente por todos los lados y tenía que contestar siempre rápido, con mucha velocidad mental.

¿Cómo lo consigue?

Pues porque, prácticamente, todo mi espacio mental se dedica a eso. A darle la vuelta a la tortilla, a ver lo que esconden las palabras. No sé, hace mucho que me dedico a mí misma y tengo tiempo para pensar y tener grandes conversaciones con muy buenos amigos. El lenguaje es un virus y yo estoy infectada.

Infectada de mala leche, ironía, ternura, cinismo… ¿Todo cabe en su micropoesía?

Bueno, soy un producto de mi época. Y todo son comportamientos para sobrevivir emocionalmente. Me interesa mucho el humor, que es un lugar donde coinciden las intuiciones, las inteligencias, las ideologías… Es un catalizador de la gente. Al final hacemos todo para que nos quieran. Y si te ríes, te quieren más.

¿Cuál de esas cualidades es la que más falta ahora?

La gente, en general, se toma demasiado en serio. Falta cintura, elasticidad… Aunque con la revolución feminista cambiará. Nosotras somos más de quitarnos importancia, porque la infraestructura del éxito es masculina.

Ha hablado de su época detrás de una ventanilla, ¿cómo se ve Madrid desde ese puesto?

Era maravilloso. Porque no solo veía pasar el presente, pasado y futuro, sino que viví el cambio de siglo y de milenio. Estaba en primera fila, en la calle del Pez, por donde pasa gente de todo tipo. Y una de las mayores enseñanzas es que si das confianza, se te devuelve. Dejé dinero a muchas personas para que entraran y volvían a propósito a pagarme.

¿Alguna anécdota curiosa o poética?

Tengo muchas. La más curiosa, quizás, es que —estando en el bar José Alfredo— un chico mucho más joven me pidió una calada de un porro y, años más tarde, lo casé y monté este local con él. Eso define Madrid: la cultura de bar, de esperar a que te pasen cosas.

Amiga del rock

"Me estoy dejando la vida en vivirla como si estuviese leyendo mi biografía. Me gustaría que fuese chulísima. Querría escribirla y que no se comprara por un euro en el Vips a las dos semanas del lanzamiento", esgrime Ajo. La micropoeta considera que esa actitud, la del riesgo, es la que le ha llevado a emprender diversas aventuras. Entre otros, cantar un tema con Los Enemigos en la grabación de un disco en directo (y que Rosendo le "hiciera de estilista") o recitar con Julieta Venegas, con quien mantiene una amistad que traspasa los escenarios.

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