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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Temporada de abundantes imprevistos

Aunque improbable, esto es lo urgente para Cataluña: más allá del juicio, que exista un hacedor de sustento amplio capaz de gestionar una rectificación expresa de lo que ha sido hasta ahora el 'procés'

Sede del Tribunal Supremo en Madrid
Sede del Tribunal Supremo en MadridSamuel Sánchez

Al iniciarse el juicio sobre el 1-O, lo que más tendremos —aún más— es lo que menos conviene a una sociedad abierta, desde fragorosas fake news, videoconferencias Torra-Puigdemont, mucho ruido mediático, simplificación exponencial, himnos legionarios y lamentos secesionistas sobre la falta de independencia del poder judicial en España. La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ya ha hecho un prodigio de okupa semántica: pedir que el juicio sea justo. Cuesta imaginar al alcalde de Milán poniendo en duda la justicia italiana, aunque se haga en Roma. De una parte, se supone que el tribunal hará un alarde de garantismo —en streaming— para evitarle al Tribunal Europeo de Derechos Humanos que en su día tuviese que hacer alguna precisión sobre formalidad procesal. Los conceptos de rebelión y secesión van a tener ocupados a los analistas de guardia. Por otra parte, ya en el umbral de la campaña electoral, lo que se diga en las sesiones judiciales puede fácilmente tomarle la delantera a los contenidos que son propios de un voto municipal, autonómico o al Parlamento Europeo.

Habrá que escuchar atentamente lo que dirán sobre la Unión Europea los candidatos del independentismo, dada la manifiesta eurofobia de Carles Puigdemont y los gritos de “Fora Europa” de quienes ocuparon la sede de la Comisión Europea en Barcelona. ¿Para qué acudir al Tribunal Europeo de Derechos Humanos si se propugna una Cataluña desafecta a Europa? Esta es una grieta enorme y no tan solo porque el catalanismo solía ser europeísta: en las encuestas, el porcentaje de la ciudadanía catalana partidaria de una ruptura con España se reduce mucho si la pregunta incluye que la independencia dejaría a Cataluña en los arrabales extremos de la Unión Europea. Ese porcentaje ha venido siendo siempre muy indicativo aunque en una fase inicial los guionistas del procés lograron que calara la idea de que si te vas de España puedes quedarte en el sistema europeo. El presidente del Parlamento Europea, Antonio Tajani, ya dijo que atacar la Constitución de un Estado miembro es lo mismo que atacar el marco legal de la Unión Europea.

Habrá imprevistos, claro. Ya se sabe que acostumbran a ser lo más incómodo de un momento político y más en uno de tanta complejidad como el actual. Si el giro de Pedro Sánchez sobre el reto de la secesión se confirma con las votaciones sobre los presupuestos generales, es de suponer que va a tener algún efecto sobre los estados de opinión. Si Pedro Sánchez llevase al país, sea o no en otoño, a las urnas para unas elecciones generales, ¿cómo lo asimilará el electorado? Antes, y concretamente en Barcelona, se verá hasta qué punto la truculenta intensidad de la guerra interna en el independentismo altera la hoy frágil composición del hemiciclo municipal, carente de grupos con perspectiva hegemónica. En general, en todas las votaciones del 26 de mayo todavía es una incógnita el impacto de la velada o explícita articulación de un eje PP-C’s-Vox. No será menos sustancial la estrategia del PSOE —y, en su caso, el PSC— para aparcar el enfrentamiento interno, doloroso, sobre las cesiones simbólicas o reales al independentismo catalán.

Incluso es posible que el actual presidente del Gobierno siga diciendo que está a punto de dar con la solución al problema de Cataluña. En primer lugar, esa solución no existe a corto plazo y, en segundo lugar, el problema no es Cataluña, sino la concepción de Cataluña según el nacionalismo y su expansión independentista. En casos así, no hay soluciones a plazo medio, y reconocerlo es uno de los rasgos que define un estadista. Francis Fukuyama está insistiendo en que la sociedad norteamericana se va fragmentando en segmentos que el victimismo basa en identidades cada vez más parciales y limitadas, con lo que ponen en riesgo la posibilidad de deliberación y acción colectiva por parte de una sociedad en su conjunto. Lo propio de la gran política no es fragmentar sino reforzar los nexos de una sociedad. Para la política autoexigente, con sentido histórico e inteligencia, el requerimiento actual es soldar y no excluir. Aunque improbable, eso es lo urgente para Cataluña: más allá del juicio, que exista un hacedor de sustento amplio capaz de gestionar una rectificación expresa de lo que ha sido hasta ahora el procés. Atentos a la pantalla del Tribunal Supremo también tendremos que ir pensando a quién votar en las elecciones de mayo.

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