De atracador de bancos a servidor público
Durante un tiempo, ya rehabilitado, echaba de menos las dosis de adrenalina: 'Entonces para calmarme me iba al Parque de Atracciones y me montaba en la lanzadera'
Que un poderoso banquero arruine su rutilante carrera y acabe compartiendo celda con el más común de los presos ya casi no sorprende. Mucho más excepcional e inspirador es recorrer el camino inverso: de entusiasta atracador de bancos -más de veinte sucursales constan en su currículo policial- a diligente servidor público del Ayuntamiento de Madrid, y por oposición.
A la historia de Javier Gala Orgaz, nacido hace 58 años en el distrito de Villaverde, le sobra material para un trepidante thriller y, mejor aún, para servir de extraordinario ejemplo de superación. Cometió su primer atraco en 1981 en el barrio de Las Ventas y de la mano, armada, de José Antonio Valdelomar. Curiosamente, Valdelomar, fallecido en 1992, acababa de rodar Deprisa, deprisa, la cinta dirigida por Carlos Saura que contaba la historia de una banda de delincuentes del extrarradio madrileño. La película fue galardonada ese mismo año con el Oso de Oro en el Festival de Berlín. A ese robo, en el que se hicieron con un botín de medio millón de pesetas, le siguieron, en el caso de Javier, una veintena más a lo largo de una década, “sin disparar un solo tiro ni herir a nadie”, quiere dejar claro.
“Yo no valía para dar un tirón a una señora o robar en piso o en una tienda. Nunca lo hice, pero cuando José Antonio, al que conocí en una discoteca de Villaverde, me propuso robar una sucursal bancaria acepté encantado. Los atracadores de bancos eran muy respetados”.
El asalto más aparatoso tuvo como escenario una caja de ahorros en la localidad salmantina de Guijuelo, de donde se llevaron 13 millones de pesetas que no les dio tiempo a repartir. Fueron detenidos por la Guardia Civil tras una espectacular persecución en la que se saltaron a las bravas varios controles de seguridad, sustrajeron dos coches a punta de pistola, sufrieron dos accidentes de tráfico y fueron acorralados cuando huían campo a través. Sucedió el 31 de enero de 1985. “Fue tremendo. Teníamos detrás a decenas de guardia civiles disparando contra nosotros. Yo oía silbar las balas que pasaban rozándome. Porque te aseguro que las balas silban de verdad”, relata el ahora funcionario.
Admite que la mayor parte del dinero de los robos lo destinaba a comprar droga. “Estaba enganchado a la heroína y a la cocaína. A veces hacía planes para invertir o abrir un negocio, pero nunca los realizaba. Coches sí me compraba, tuve dos Seat 1430”.
Nueve años de cárcel
A Javier no le salió gratis su actividad delictiva. En total, nueve años de cárcel en un periplo por 13 presidios. Y podía haber sido peor. El Tribunal Supremo ratificó una condena contra él de 18 años de reclusión, que finalmente no cumplió al beneficiarse de medidas compasivas por la gravedad de su estado de salud.
Una feliz coincidencia: estaba de juez de Vigilancia Penitenciarias su actual jefa, la alcaldesa Manuela Carmena, que hasta en dos ocasiones había recibido a su madre. “Carmena era de las pocas personas de las que todo el mundo hablaba bien, tanto los presos como los funcionarios de prisiones”, asegura Javier, que había sorteado la muerte en muchas ocasiones, pero a mediados de los noventa estaba en las últimas.
Cargaba con una abultada mochila de enfermedades y tristezas –su hermano y su mejor amigo habían muerto–y sus intentos por desengancharse habían fracasado. Le conceden la invalidez permanente.
Sobresaliente oposición
En el verano de 1996 y para no pagar una multa aceptó participar en un programa municipal de rehabilitación en el Centro de Atención a las Adicciones (CAD) de Villaverde. Un equipo municipal formado por una médica (Maribel Sújar) y dos terapeutas ocupacionales (Montse Martínez y Rosa Gómez) le tendió un salvavidas al que Javier se asió con todas sus fuerzas, con tantas que hasta se animó en 2001 a hincar los codos y presentarse a una oposición para ocupar una plaza de ordenanza. Aprobó el psicotécnico con una puntuación de 9,3.
Discreto, tímido, muy educado y diligente en su trabajo –así le define deforma unánime su entorno–, de aspecto impecable y cuidado, el físico de Javier Gala no muestra ni una sola huella de su pasado, y tampoco arrastra secuelas psicológicas. No bebe, no fuma, acude al gimnasio cuatro veces en semana y mantiene una relación estable con su novia desde hace cuatro años. Confiesa sentirse feliz con su apacible vida –“disfruto hasta con los días grises”–pero igual que Sabina, que echaba de menos los trenes que iban hacían el norte, hubo un tiempo en el que Javier añoraba una buena dosis de la adrenalina que se descarga con las emociones fuertes. “Entonces para calmarme me iba al Parque de Atracciones y me montaba en la lanzadera”.
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