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OTRES
Columna
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La habitación adolescente

Me costaría entender la ciudad de Madrid sin partir de la antigua habitación en la que crecí

Chenta Tsai Tseng
Getty Images

La puerta de mi habitación antigua no tenía pestillo, así que solía apoyar una silla en él cuando necesitaba refugio. Una habitación propia definida entre paredes de gotelé cubierta de pósters de la Bravo y la Super Pop fijadas con blu tack que se despegaban cada vez que volvía de clase. Mi ordenador de sobremesa se encontraba justo frente a la ventana. La ventana de internet se asemejaba más a mi realidad. Al lado del ordenador, el fascículo entero de Érase Una Vez El Hombre, junto a una maqueta de anatomía. En el número de Pax Romana escondía una Zero, una revista de temática gay.

Crecí a amar y odiar este espacio a partes iguales; al fin y al cabo, fue mi cobijo durante mucho tiempo, un espacio seguro donde proyectar mi identidad sin miedo. Me lo imaginaba más grande, repito siempre que vuelvo a revisitar los vídeos caseros. ¿Cómo era posible que un espacio tan pequeño pudiera acoger tantas memorias y vivencias?

Al lado de la cama estaba el atril y la caja de violín. Habrán pasado cinco años desde que lo volví a sacar. Lo asocio con mi mala experiencia con profesores que, desde la masculinidad tóxica y el maltrato, impartían sus clases. Había un rincón de la pared que estaba garabateado de color negro. Lo hice como forma de alivio después de una pelea bastante grave que tuve durante el recreo con mi bully de aquel momento.

En el tercer cajón debajo del ordenador guardaba cintas de VHS de grabaciones de Queer As Folk, cuando lo echaban en Cuatro a medianoche. Lo grababa en secreto y lo veía en la cocina aprovechando que mis padres se iban a trabajar.

Sin intención de crear un juego de palabras, vivía dentro de un armario. Apenas se veía el suelo de la cantidad de ropa apilada, usada, tirada que había, pruebas y errores que marcaban diferentes épocas de mi adolescencia. Cada una de ellas, un intento de encontrar mi identidad y, a veces, intentando encajar, porque parecía más fácil aun sabiendo que hiciera lo que hiciera, vistiera como vistiera siempre sería un "inadaptado" para ellos, y orgulloso de serlo. Ojalá lo hubiera aceptado mucho antes.

Pasé de cantar las versiones instrumentales de los discos de Popstars: Todo por un sueño a llevar la corbata mal puesta sobre una camiseta y tres cinturones como hacía Avril Lavigne. Mi MSN era Sk8rboi8 porque Sk8rboi ya estaba registrada. De Avril Lavigne reciclé la corbata para vestirme como el vocalista de My Chemical Romance, Gerard Way. Mis estanterías fueron vaciándose de Barbies y llenándose de libros de Mimi, de El Barco de Vapor, Kika Superbruja, Peggy Sue, Harry Potter, Jane Jacobs, Paco Vidarte y Pau B. Preciados…

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Me costaría entender la ciudad sin partir de la antigua habitación en la que crecí, y todos aquellos elementos y objetos que los configuraba. Para mí fue el lugar de origen donde forjé y empecé a cuestionar mi lugar dentro de la ciudad, un mundo interior que explotaría en pedacitos, repartiéndose por todos los rincones de Madrid que encontraría posteriormente y llamaría mis espacios seguros y comunidades, una utopía costumbrista entre paredes de gotelé.

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