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“El cine está hecho para pantallas grandes”

Antonio Valenzuela es uno de los cuatro proyeccionistas que trabajan en el cine Doré. Su padre, aficionado a la técnica cinematográfica, le inició en el séptimo arte

Miguel Ezquiaga
Antonio Valenzuela, uno de los proyeccionistas de los cines Doré
Antonio Valenzuela, uno de los proyeccionistas de los cines Doré inma flores

Antonio Valenzuela desenrolla meticulosamente una película de 35 milímetros; el celuloide utilizado en la industria cinematográfica hasta que hace una década diera comienzo la digitalización. El Cine Doré, sede de la Filmoteca Española, llegó a la conversión solo a medias y todavía hoy guarda dos máquinas analógicas, que desde 2003 este proyeccionista de 46 años manipula con mimo artesano. A veces se asoma al ventanuco y observa la sala de butacas: un haz de luz alcanza la pantalla. Y la voz de Alain Delon en Rocco y sus hermanos(Luchino Visconti, 1960) se cuela por la cabina.

¿El espectador puede discernir una película analógica de otra digital?

La textura y la nitidez son bien distintas. De todas formas, aún se rueda en analógico. El cine de autor, pero también algunas superproducciones. Por ejemplo, La liga de la justicia, el año pasado. Otra cosa es la proyección: a pesar de que una película se filme en 35 milímetros, la productora nos la manda en blu-ray. Conectamos el disco duro al proyector y ya. Visionamos primero el material para comprobar que no esté corrompido, porque a veces el archivo da problemas en medio del pase. Si es así, hay que solicitar otro. Con un rollo es más sencillo detectar el problema y solucionarlo. Es un trabajo minucioso, pero al menos sabes lo que ocurre y si hace falta empalmas la película rota o ajustas la lente cuando la imagen se desencuadra.

Muchas películas antiguas se están digitalizando.

El sistema de escaneado en HDR —High Dynamic Range, o alto rango dinámico— permite extraer el contraste, la gama y el brillo del negativo analógico. Un largo de 90 minutos ocupa cinco rollos y el mismo metraje, en digital, pesa unos tres terabytes. La diferencia fundamental está en el almacenaje, pero todavía no hay pruebas que garanticen la conservación digital a largo plazo. Y es peligroso apostarlo todo a una sola carta. Por otro lado, las películas de 35 milímetros antiguas siempre deben conservarse como referencia. Es ahí donde pueden apreciarse las decisiones que un director tomó en lo que a fotografía se refiere. Es nuestra obligación mantener ese legado histórico y artístico.

En España cada vez quedan menos laboratorios, ¿qué pasa si una copia se malogra?

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Como los cines comerciales se han convertido por completo al formato digital, muchos laboratorios han cerrado. Si un positivo pierde color y vira al magenta, debería encargarse una copia nueva, sin embargo, aquí eso es cada vez más complicado. En ocasiones, nos toca proyectar películas deterioradas. Imagino que en el futuro habrá que traerlas de fuera, pero resultará carísimo.

En la era digital su oficio también peligra.

Para apretar el play no hace falta mucha gente, así que hay grandes cines que cuentan con un solo operario encargado de todas las salas. No necesitan a más personal. Aquí somos cuatro técnicos, pero eso solo ocurre en las filmotecas. Si el analógico se extingue, mi oficio se irá con él.

Usted lo aprendió de su padre.

Mi padre es muy aficionado al cine y tenía rollos de 35 milímetros y cámaras Súper-8. Fue él quien me enseñó a colocar, por primera vez, una película en el proyector. El cine está hecho para pantallas grandes, de ese modo despliega todas sus cualidades: el color, el grano y la luz. Si pones un filme cualquiera primero en el ordenador portátil y después lo proyectas, descubrirás que has visto dos obras completamente diferentes.

¿Antes de trabajar aquí ya acudía al Cine Doré?

He venido mucho como espectador desde la reapertura en 1989. Así descubrí grandes películas. Después, mandé mí currículo y fui seleccionado para el examen de personal laboral. En la filmoteca nunca paras de aprender. Y voy a ver muchos estrenos de cartelera. Aunque mi debilidad son los títulos clásicos.

¿Qué cintas recomendaría?

Sed de mal (Orson Welles, 1958), que cambió para siempre el cine negro. Comienza con un espectacular plano-secuencia de casi cinco minutos. También 2001: Odisea en el espacio (Stanley Kubrick, 1968), un trabajo de múltiples significados. Puedes verla cien veces y siempre extraes algo. Y Pather Panchali (Satyajit Ray, 1955), sobre una pequeña comunidad hindú que vive en la pobreza. Tampoco podría faltar Lawrence de Arabia (David Lean, 1962), una historia épica que cuenta la llegada al sur de Arabia de un oficial inglés en plena I Guerra Mundial.

UN CINE RECUPERADO

El Cine Doré es un edificio modernista erigido en 1923, decorado con motivos naturalistas en blanco sobre rojo y siete columnas adheridas a la fachada principal. Conocido como el Palacio de las Pipas, estuvo cerrado durante 30 años, hasta que en 1982 lo adquirió el consistorio de Enrique Tierno Galván.

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Sobre la firma

Miguel Ezquiaga
Es redactor en la mesa web de EL PAÍS. Antes pasó por Cultura, la unidad de edición del diario impreso y ejerció como reportero en Local. Su labor informativa ha sido reconocida con el Premio Injuve de Periodismo, que otorga el Ministerio de Juventud. Cada martes envía el boletín sobre Madrid.

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