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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La guerra declarada de Vox contra las mujeres

Lo que el partido de Abascal persigue es ocultar la violencia machista entre las otras violencias del ámbito doméstico para despojarla de su carácter estructural

Un grupo de mujeres durante la huelga feminista del 8 de marzo.
Un grupo de mujeres durante la huelga feminista del 8 de marzo.SANTI BURGOS

De todas las condiciones que Vox podía haber puesto para apoyar la investidura de un presidente del PP en Andalucía ha elegido la supresión de las políticas de género. No es casualidad. Si lo que pretendía era diferenciarse, marcar perfil propio y demostrar que el de Vox es un voto útil para cambiar las cosas, podría haber puesto como condición cualquiera de los muchos puntos de su programa que rompen con los consensos democráticos. Pero no, Vox ha elegido las políticas de igualdad y de lucha contra la violencia machista porque lo que pretende es desafiar al feminismo. Y Casado, ansioso de alcanzar el poder en Andalucía, ya ha comenzado a ceder.

No es seguro que esta andanada de Vox acabe teniendo efectos prácticos, pero lo que cuenta es que con esta estrategia ya ha conseguido poner a debate unas políticas que habían alcanzado un amplio consenso y habían sido incluso objeto de un pacto de Estado. Sabemos que ese pacto fue arrancado con fórceps al PP y que Ciudadanos titubeó en exceso antes de firmarlo, pero ahí está y ahora Vox utiliza su posición en Andalucía para tratar de dinamitarlo.

Machistas que no se reconocían como tales, comienzan a quitarse la careta. No están dispuestos a perder sus privilegios

En 1993, la escritora norteamericana Susan Faludi advertía sobre la reacción del poder machista frente a los logros del movimiento feminista en un libro titulado Backlash: The Undeclared War Against American Women, (Reacción: la guerra no declarada contra las mujeres americanas). En ese libro mostraba los sinuosos argumentos con los que la reacción machista trataba de defenderse. Intentaba hacer ver a las mujeres el alto precio que estaban pagando por su liberación, pues las obligaba a convertirse en superwomen y las condenaba a sufrir por no estar a la altura en el trabajo, por no ser buenas madres y por no llegar a todo en casa. Profesionales frustradas y madres frustradas, eso es lo que les esperaba si seguían los postulados del feminismo.

Esa guerra no declarada fracasó. Las mujeres sufrieron las consecuencias de la doble tarea que aún hoy tienen que asumir, pero nunca volvieron a casa y ahora son mayoría en la docencia, incluida la universitaria, en la judicatura, en la medicina y en muchas profesiones antes copadas por hombres. Pero el machismo siempre ha estado ahí, agazapado, a la defensiva, resistiendo y poniendo trabas a las iniciativas legislativas de discriminación positiva o de protección de las mujeres. Ahora se ha organizado y ha pasado a la ofensiva, esta vez con una guerra abierta, como hemos visto con Trump en Estados Unidos, con Bolsonaro en Brasil y ahora con Vox en España. Una guerra e ción de quienes han visto en el movimiento Me Too y la fenomenal movilización del pasado 8 de marzo una señal de que no hay vuelta atrás, de que las mujeres ya no están dispuestas a seguir tolerando la humillación del abuso y la discriminación. Saben que cada paso que ellas den hacia adelante será un paso que ellos han de dar hacia atrás. Y eso duele. Por eso, muchos machistas que no se reconocían como tales, comienzan a quitarse la careta. No están dispuestos a perder sus privilegios.

Para desacreditar al movimiento feminista, los neomachistas necesitan caracterizarlo como algo perverso, por eso arremeten contra la “ideología de genero”, un término acuñado por el Vaticano con el que la extrema derecha pretende resignificar el feminismo como una ideología totalitaria que divide a la sociedad y persigue a una de sus mitades, los hombres. Lo ha dicho Santiago Abascal, y lo ha repetido Javier Ortega Smith, portavoz de Vox, con todo el desparpajo.

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Con la propuesta de equiparar a hombres y mujeres en el tratamiento de la violencia, lo que Vox persigue es ocultar la violencia machista entre las otras violencias del ámbito doméstico para despojarla de su carácter estructural. Lo que importa en el caso de la violencia de género no es el escenario o el ámbito, sino la causa. Y eso es lo que Vox pretende camuflar. Miente cuando dice que hay tantos hombres agredidos como mujeres. Y miente cuando asegura que la mayoría de las denuncias por malos tratos son falsas. Por ejemplo, de las 166.260 denuncias presentadas en 2017, solo dos fueron consideradas falsas según datos del Consejo General del Poder Judicial.

Ya lo advirtió Simone de Beauvoir: debéis permanecer siempre vigilantes porque bastará cualquier crisis económica, política o religiosa para que los derechos de las mujeres sean de nuevo cuestionados. Ahí estamos.

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