¡Chicos, qué hacéis!
Parece que estemos en una campaña electoral permanente donde todo aquello que se dice tenga como único objetivo ganar votos, es decir, restarle votos al contrario. Así no funciona una buena democracia
Manuela Carmena es un personaje inhabitual en el mundo de la política. Durante toda su vida ha estado interesada e implicada en ella. La recuerdo como una combativa joven abogada antifranquista, militante del PSUC, en la Barcelona de los primeros setenta. Después, por casualidad, salvó la vida en la matanza de los abogados de Atocha en enero de 1977 porque había salido por unas gestiones profesionales cuando entraron los matones asesinos de la ultraderecha.
Más adelante emprendió la carrera judicial hasta que se jubiló. Y solo una vez jubilada, ya con setenta años a cuestas, la convencieron para que se presentara a la alcaldía de Madrid liderando una coalición formada en torno a Podemos. Y ganó: ha ocupado el cargo durante cuatro años y está dispuesta a revalidarlo en las próximas elecciones locales, prescindiendo esta vez de Podemos y con una candidatura en torno a su persona al margen de los partidos.
Por tanto, ha vivido desde la primera juventud las vicisitudes de la política pero no ha tenido cargo alguno hasta la provecta edad en que los demás suelen abandonarlos. Ello le permite, quizás, una cierta visión externa de la política de hoy. En El País del pasado domingo la entrevistaron y una de sus respuestas me llamó la atención. La pregunta era: “¿Ha cambiado el debate político?”.
El debate político hoy es pésimo y, sin duda, ello influye en la calidad democrática
Y ahí va, completa, su larga, jugosa, lúcida y sincera respuesta: “Ha empeorado muchísimo. Estamos viviendo un momento muy triste porque la clase política lleva mucho tiempo muy desprestigiada, pero no consigue levantar cabeza y da un malísimo ejemplo; cada uno va a lo suyo y en el diálogo político parece que hay una ansiedad por criticar al otro para diferenciarnos. Mucha gente dice ‘lo que propone este partido es estupendo pero estamos en la oposición y hay que decir no’. Es terrible. A la gente eso le harta y casi le da risa. Nada es ni tan horrible ni tan fantástico. Los discursos de los políticos son infantiles, son simples, son teatrales y la gente de esta sociedad es madura. Yo estoy orgullosa de la sociedad española, que no puede hacer más que mirar con una cierta sonrisa a la clase política diciendo, ‘chicos qué hacéis’.”
No sé si el debate político ha empeorado, creo que sí, pero en estos casos siempre me queda la reserva de aquellos versos de Jorge Manrique: “… que cualquier tiempo pasado fue mejor”. Quizás siempre idealizamos el pasado. Ahora bien, sea o no mejor que antes, el debate político hoy es pésimo y, sin duda, ello influye en la calidad democrática, en la desafección ciudadana hacia los políticos. Están continuamente discutiendo los miserables sucesos del día a día y pierden así la ocasión de tratar los problemas importantes, en especial, los que afectan a la economía y a los servicios del Estado Social, tan estrechamente conectados y quizás más aburridos que los pequeñas corruptelas de turno pero mucho más importantes para la vida de los ciudadanos.
Tiene razón Manuela Carmena cuando dice que muchas veces solo critican para diferenciarse
Tiene razón Carmena cuando dice que muchas veces solo critican para diferenciarse, es decir, que están de acuerdo pero como son la oposición (o el Gobierno) se sienten en el deber de decir lo contrario. Esto, perdonen, no es hacer política, es hacer campaña electoral. El Parlamento es la casa de las discrepancias pero también, y muy especialmente, de los acuerdos: mediante ellos se gobierna y, en un sistema parlamentario, esta labor no la ejerce solo el ejecutivo sino también la oposición. En nuestro caso, parece que estemos en una campaña electoral permanente donde todo aquello que se dice tenga como único objetivo ganar votos, es decir, restarle votos al contrario. Así no funciona una buena democracia.
En este año en el que se cumple el 40 aniversario de la Constitución surgen voces diciendo que debe reformarse o, incluso, que debe cambiarse desde su raíz, iniciar un nuevo proceso constituyente porque el de la Transición estuvo viciado por las influencias del franquismo. Quizás lo que deberíamos plantearnos es renovar nuestra cultura política para que sin tocar ni una coma de la Constitución mejoráramos las instituciones mediante un debate más educado, sobre cuestiones realmente importantes y argumentando las respectivas posiciones.
Mientras no sea así, suscribo las palabras de Carmena y, de forma algo paternalista, no lo niego, tengo la tentación de decirles también a los políticos: “Chicos, qué hacéis”.
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