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“Me preguntaban si era un friki”

La profesionalización de las competiciones de videojuegos ha creado un nuevo segmento de jugador que se gana la vida con el mando y que incluso se ha erigido en un ídolo para el resto de jugadores

Bernat Coll
Óscar Cañellas (‘Mixwell’) y Christian García (‘Lowel’), en el Movistar Center.
Óscar Cañellas (‘Mixwell’) y Christian García (‘Lowel’), en el Movistar Center. CARLOS ROSILLO

Las normas en casa de Óscar Cañellas eran claras. A las 12 de la noche se apaga el ordenador. Daba igual si el chico estaba en la ronda definitiva de una competición internacional de Counter Strike con su equipo a través de Internet. Las normas eran las normas. Por lo que sus padres se llevaron aquel día a medianoche el router de la habitación e Internet quedó cortado. Como la partida y su escuadra, que se quedó con uno menos. Para los padres de Cañellas, el futuro del joven tenía que pasar por los estudios y no por una pantalla. “Entiendo su punto de vista. Era algo generacional”, reconoce el catalán (Girona, 1995), bautizado como Mixwel cuando compite como profesional del equipo de eSports de Movistar Riders.

Cañellas iba para futbolista cuando aún era un niño. Pero cuando volvía de entrenar se pasaba el rato sentado en la cama de su hermano, viéndole jugar online en el ordenador. “Escuchaba todo lo que decía con sus amigos por los auriculares, y era como un vestuario antes de un partido. Aunque parecía mucho más difícil: en el fútbol no hablas tanto”. Pero Óscar tenía un problema. Era el hermano pequeño. “Y mi hermano no me dejaba jugar”, admite. La solución fue sencilla: conocer la clave de acceso al equipo y esperar a que su hermano se fuera de casa algunas noches. A grandes males, grandes remedios. “Entraba a escondidas y jugaba con su perfil, pero tenía que asegurarme de no aparecer online para que sus amigos no me vieran conectado”. ¿Y cuando volvía su hermano? “Oía sus llaves y apagaba el ordenador rápidamente”. Y allí no había pasado nada.

Los videojuegos le engancharon. Cañellas dejó el fútbol cuando se mudó a Canonge y empezó a destacar en los eSports. “Quería vivir de esto”, admite. Su pretensión rozaba lo absurdo cuando en España no existían las grandes competiciones, y mucho menos los contratos profesionales. “A los 12 años ya jugaba en un equipo español y a los 13 o 14 formaba parte de la selección española”, explica. Comenzaba la historia de Mixwel, uno de los mayores talentos nacionales del juego Counter Strike, que a pesar de su juventud lamenta no haber disfrutado antes del auge de los eSports. “En mi época no era tan normal competir; era más solitario. Actualmente todo el mundo juega”.

Las ‘Academy’, una fuente de jugadores

La profesionalización de los eSports llega también hasta la formación. Los equipos pretenden preparar a los jóvenes para minimizar el salto hasta la competición. "Recibimos solicitudes para entrar en nuestra Academy, y las filtramos a partir de unos parámetros", explica Álvaro R. Távora, director formativo del equipo X6tence. Los chicos seleccionados realizan ejercicios y rutinas con el resto de jóvenes promesas desde su casa, conectados a Internet, y reciben instrucciones de los formadores. "Lo primero que preguntan los padres es si somos una empresa. Tienen desconocimiento, y les explicamos que somos un equipo profesional".
El conjunto Movistar Riders recibió 11.000 solicitudes para entrar en su Academy. "Seleccionaremos finalmente a 20 para que trabajen con los códigos de un equipo", razona Fernando Piquer, director del equipo. "Hasta ahora, los jóvenes saltaban de su habitación hasta el primer equipo. Y esto, en un equipo profesional, no ocurre. La intención es minimizar la brecha entre su casa y la competición".

Los recelos de su familia a los videojuegos desaparecieron cuando un equipo norteamericano fue a buscarle con un contrato bajo el brazo. “Viví dos años en Chicago. Fue inolvidable pero duro: vivía solo, lejos de la familia y los amigos”. Allí se convirtió en el primer español en participar en un major, uno de los torneos con más reputación del circuito, y con premios de 250.000 euros. Su popularidad llevó a tres chicas a esperarle a las puertas de su habitación de un hotel para pedirle autógrafos y lo que hiciera falta. “Dijeron en recepción que me traían pizzas y me aguardaron hasta que llegué. Aquello fue heavy porque ya invadieron mi intimidad”.

Antonio Rivas también tuvo que acostumbrarse a perder el anonimato. “¿Tú eres Flipin, verdad?”, le preguntan a menudo, siempre jóvenes y niños. El mote tiene su historia. “Cuando jugaba a fútbol era un poco flipado. Y cuando tuve que introducir un sobrenombre de jugador me salió Flipin”. Rivas tiene 31 años y es uno de los veteranos del circuito. Ha vivido la evolución del sector como pocos. “Cuando yo empecé todo esto era campo”, ilustra a modo de metáfora, “me pagaba los viajes de mi bolsillo. No había ni redes sociales ni whatsapp. Todo ha cambiado mucho”.

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Sus inicios avanzaron con la precariedad de la época. La fibra óptica era una invención del futuro y la banda ancha, una quimera. “Jugábamos en el cibercafé de debajo de casa y, cuando alguien abría una página web, se caía la partida. La conexión era malísima”, recuerda Rivas.

Invertir horas en una pantalla del cíber, sin embargo, generaba una concepción social concreta. “Me preguntaban si era un friki. Los videojuegos se asociaban a alguien bajito, con gafas, granos en la cara y poca vida social. Te lo tomabas con humor”, ríe.

El camino de Rivas hacia el profesionalismo, al contrario del de Cañellas, fue largo. La única recompensa eran los premios de los torneos, generalmente modestos. Y los números no salían. Para ganarse la vida renunció a los videojuegos y se incorporó al mundo laboral. Empezó de operador en una empresa telefónica y derivó a formador. “Pero llegó la crisis y fue muy duro”, lamenta. Pero en la crisis llegó su oportunidad. Volvió a andar sobre sus pasos, compitió de nuevo, y triunfó. “Cobré mi primer sueldo hace cuatro años. Ahora tengo la suerte de ganarme bien la vida”. Los mejores jugadores del mundo de su modalidad pueden cobrar más de 40.000 euros al mes. “En España la media debe ser de más de 1.000 euros”, calcula Rivas.

Exigencia en la élite

Para mantenerse en la élite, sin embargo, ya no vale ser solamente un buen jugador. Los equipos intentan desayunar juntos para fomentar la cohesión y garantizar una buena alimentación. “Por la mañana miramos la base táctica. Analizamos quién lanza una granada y en qué segundo podemos entrar en un espacio. Somos un comando y es como si tenemos que asaltar una casa. Y por la tarde ponemos en práctica lo ensayado”, ilustra Rivas.

Los mejores equipos cuentan con un completo equipo de tecnificación: preparadores físicos, nutricionistas, analistas y entrenadores. “Cuando al principio de temporada no salían los resultados, el psicólogo nos ayudó mucho a gestionar la frustración”, reconoce Christian García, compañero de equipo de Cañellas. “Y nos recomendó hacer una siesta de exactamente 23 minutos para despertarnos descansados pero activos”. García y Cañellas participan actualmente en un bootcamp, una especie de concentración de equipo. “Podemos analizar las zonas débiles de los rivales y estudiar a los adversarios”, explica García, de 22 años.

Los actuales jugadores de eSports coinciden en las cuestiones extradeportivas. Las tareas no acaban cuando terminan las competiciones. “Somos influencers”, reconoce Cañellas. Coincide Rivas: “La diferencia entre vivir bien o muy bien es cuidar tu imagen, las redes sociales y a los aficionados”. Los patrocinadores buscan acercarse a los jóvenes a través de ellos. “Cuanto más impacto social tienes, más importante eres y mejores contratos puedes conseguir. Debemos ser modélicos”, resume Cañellas. En su casa, desde hace un tiempo, nadie corta Internet a medianoche.

Sobre la firma

Bernat Coll
Periodista centrado actualmente en la información sanitaria. Trabaja en la delegación de Catalunya, donde inició su carrera en la sección de Deportes. Colabora en las transmisiones deportivas de Catalunya Ràdio y es profesor del Máster de Periodismo Deportivo de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona.

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