Fugas en expansión, valses y ‘swing’
La Sinfónica regala a sus abonados un festín de música irresistiblemente atractiva
La Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) ha celebrado sus conciertos de abono de viernes y sábado dirigida por Andrew Litton, viejo conocido y apreciado por anteriores intervenciones con la orquesta. En la primera parte del concierto se interpretó la Sinfonía nº 3, Expansiva, op. 27 de Carl Nielsen (1865 - 1931), en la que actuaron como solistas la soprano Marga Rodríguez y el barítono Christopher Robertson. La segunda estuvo compuesta por la suite de El caballero de la rosa, op. 59 de Richard Strauss (1864 - 1931), y Rapsody in blue de George Gershwin (1898 . 1937), obra siempre exitosa para la Sinfónica en la que actuó como pianista el propio director. Un programa que ya de antemano parecía atractivo pero que en su realización resultó irresistiblemente atractivo para el público.
Litton comenzó la Sinfonía Expansiva de Nielsen obteniendo de la orquesta un sonido lleno de poderío y muy bien empastado. Fue un comienzo que marcó el carácter de una interpretación llena de la claridad delicadeza o fuerza requeridas en la exposición de las líneas melódicas. Esto fue especialmente notable en los abundantes temas fugados que se suceden a lo largo de toda la sinfonía.
Por su excelente control y matización del sonido y una luminosidad realmente refulgente, la versión de Litton y la Sinfónica hizo honor al sobrenombre Expansiva que su propio autor le dio. Tanto, que a algunos nos pudo sugerir las sucesivas expansiones y contracciones del Universo que preconizan algunas teorías cosmogónicas. O, al menos, las del universo que cada sinfonía supone según la célebre frase de Mahler sobre sus obras de este género. Desde su apartada situación a ambos lados del escenario del Palacio de la Ópera, los cantantes solistas añadieron en su intervención una atractiva sensación de brillo y alejamiento.
La suite de El caballero de la rosa es una demostración de cómo la calidad y el éxito no tienen por qué estar reñidos en la música. Y menos si se trata de Richard Strauss que, como señala Carolina Queipo en sus notas al programa de estos conciertos, tenía una gran “capacidad para sacarle provecho monetario al fruto de su talento”.
Y entre ese gran talento straussiano hay que reconocer como primordial su capacidad melódica y su excelencia como orquestador. Ambas cualidades fueron puestas en valor brillantemente por Litton y la OSG. Destacaron las intervenciones de la excelente sección de trompas de la Sinfónica, que Strauss lleva al límite de sus posibilidades acústicas y musicales, el clima sonoro logrado en el solo del oboe de Casey Hill sobre el sonido de lira, arpas y celesta, y los solos de Maaria Leino, concertino invitada para este programa. El ritmo del vals desde su violín fue como la llave de contacto del mecanismo de transporte espaciotemporal a la Viena del XIX que supuso el tutti orquestal.
Rapsody in blue volvió a ser la ocasión que Juan Ferrer aprovecha siempre para mostrar su gran calidad como clarinetista: especialmente en esa especie de escala infinita hacia el cielo sonoro que constituye el solo que da comienzo a la obra. A partir de ahí, la versión estuvo dominada por la fuerza de Litton al piano, tanto en el sentido de intensidad dinámica como en el carácter que imprimió a su intervención como solista. En esta, lo percusivo predominó sobre el swing, ese milagro musical hecho de flexibilidad y fantasía que, curiosamente, brilló menos en las intervenciones del piano solista que en las de la orquesta, brillantemente conducida, también en este sentido por el maestro neoyorquino.
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