Memorable Quinta de Mahler en el concierto de la Sinfónica, Litton y Hough
El pianista australiano hizo una versión llena de fuerza y sutileza de las Variaciones sobre un tema de Paganini, de Rajmáninov
La Orquesta Sinfónica de Galicia, dirigida por Andrew Litton, obtuvo esta semana un memorable éxito en sus conciertos del jueves en Santiago y el viernes en A Coruña. En programa, la Rapsodia sobre un tema de Paganini, op. 43 de Serguéi Rajmáninov –en la que intervino como solista Stephen Hough– y la monumental Sinfonía nº 5 de Gustav Mahler.
Las Variaciones sobre un tema de Paganini fueron interpretadas por Hough en una versión plena de fuerza y sutileza. En su diálogo con la Orquesta Sinfónica de Galicia, magistralmente dirigida por Litton, esta fue –como dijo en su momento Lorin Maazel– el gran instrumento que cualquier director querría tener a su disposición. La magnífica versión fue correspondida con una calurosa ovación a la que el pianista australiano correspondió con una serena versión del Nocturno op. 9 nº 2 de Chopin.
La trompeta de John Aigi Hurn marcó el inicio de la Marcha fúnebre con que da comienzo la Sinfonía nº 5 de Mahler con la fuerza interior y gran tensión expresiva que iban a caracterizar una de las versiones más brillantes que la OSG ha hecho de la obra en sus veinte años de vida. Litton mostró una asombrosa capacidad para mostrar cada uno de los detalles de la inmensa obra mahleriana, haciendo resaltar sus grandes líneas estructurales; como árboles que, en contra del dicho, no solo no taparon el bosque sino que mostraron su esplendor conjunto.
Litton exhibió el abigarrado color orquestal y toda la vehemencia contenidos en el segundo, Sútrmisch bewegt. También expuso con diáfana claridad ese contrapunto mahleriano que casi podríamos calificar de fractal por su ramificación progresiva. O, como dijo Bruno Walter, “no por el espesor, sino por la multiplicidad de líneas, sin elementos de relleno, a base de células derivadas de figuras principales”. Fue especialmente en este movimiento donde mostró una elasticidad rítmica espléndida y llena de lógica, pero también donde inició una excesiva demanda dinámica a los metales, que en más ocasiones de las deseables taparon al resto de la orquesta. En el Scherzo, el protagonismo solista fue para la trompa de David Bushnell por su gran seguridad y por el color y musicalidad que solo un músico de su categoría y experiencia puede alcanzar.
El célebre Adagietto fue atacado por Litton con un tempo algo lento pero dotado de la tensión expresiva de quien domina verdaderamente las grandes líneas. Toda una demostración de que la lentitud no tiene por que llevar –como les sucede a algunos directores– al aburrimiento. Fueron notables la precisión de los contrabajos en los pizzicatti y la gran emotividad alcanzada por todas las secciones de la cuerda –espléndidos los violines segundos en su canto–. El arpa de Miguel Ángel Sánchez aportó el mágico chispazo de color que hace dispararse puntualmente una tensión emocional ya más que alta.
El final del quinto movimiento, Rondó, fue resumen de calidades y cualidades de la gran versión interpretada por Litton y la Sinfónica y desató una de esas ovaciones en las que público y orquesta, solistas y director, se funden –con toda la razón– en un continuum de entusiasmo colectivo.
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