Los Coleman ya son también una familia catalana
El argentino Claudio Tolcachir dirige en el Romea el primer montaje catalán de su famosa comedia
Tiene los mimbres de un melodrama tópico y feroz pero no lo es. El humor negro mitiga la crueldad del drama y, sin concesiones sentimentales, emergen los sentimientos de unos personajes que no son lo que parecen. Como autor y director de L´omissió de la família Coleman, el argentino Claudio Tolcachir afianza el éxito de su comedia en un soberbio trabajo de equipo cuyo espíritu va más allá del lucimiento individual de los actores. En su exitosa versión original, los Coleman son una familia argentina. Ahora en el Romea, y en una estupenda traducción de Jordi Galceran, los Coleman son una familia catalana en la primera producción extranjera de su comedia que dirige Tolcachir.
Hablan un catalán natural, tan natural como es para los argentinos su forma de hablar el castellano. Se ha perdido una mayor variedad en los acentos y en la peculiar construcción de los diálogos, pero, gracias a la naturalidad del lenguaje y a la complicidad entre los actores y Tolcachir, el carácter de los personajes, sus manías y costumbres, se adueñan del escenario y nos transmiten la historia con sorprendente proximidad.
El tono de la comedia desconcierta al comienzo. Cuesta entrar en los primeros quince minutos porque se suceden situaciones y diálogos absurdos que, de puro grotesco, impiden ver cómo son los integrantes de la familia y cómo se relacionan en un espacio caótico. Pero, de pronto, un juego perverso permite ir descubriendo, entre frases lapidarias, réplicas mordaces y tics compulsivos, los vínculos que les unen -y también les separan- en su convivencia amarga.
Retrato cruel
Las carcajadas son solo el primer golpe, porque tras la efervescencia y el ágil ritmo de los diálogos, Tolcachir dibuja un relato cruel de la desesperación, el egoísmo y los sueños truncados de una familia desestructurada y en caída libre hacia su disolución. Perverso es el efecto que provoca el autor; tras dejarnos rastrear los lazos que sustentan el cuadro familiar, los destruye ante nuestros ojos a partir de la enfermedad de la abuela, sostén de la familia que ocupa el lugar de su hija, Memé, una madre infantilizada, encantadora en apariencia, egoísta y ausente a la hora de ayudar a unos hijos con discapacidades y alcoholizados.
Es de justicia destacar el gran trabajo de Sergi Torrecilla en la caracterización del trastornado Marito -la víctima más doliente de la omisión que truncó la familia y el personaje más clarividente en su locura-, y el certero instinto de Francesca Piñón (la sarcástica abuela) y Roser Batalla (Memé) en el arte de colocar sus réplicas justo en el instante que mejor potencia su demoledora carga teatral. Bruna Cusí, Vanessa Segura e Ireneu Tranis apuntalan con solventes y bien perfilados retratos el cuadro familiar; Josep Julien encarna con buen tino al doctor y Biel Duran sale airoso sustituyendo, con poco tiempo de ensayos, al indispuesto Marc Rodríguez en el papel de visitante ajeno al conflicto familiar.
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