Estaciones
Los políticos están demasiado acostumbrados a no dar cuenta de sus errores y a envolverse en la bandera de la confusión
El otoño iba a ser caliente. Lo pronosticaban los tórridos días del verano. Aquel tiempo de profecías hechas desde la hamaca y con una cerveza en la mano que sirven para empujar el lento paso del estío, período del que algunos creen todavía que no pasa nada. Pero ni las estaciones son lo que eran. Y así hemos cambiado los aspavientos por celebrar la fiesta de Todos los Santos prácticamente en mangas de camisa por buscar afanosamente un cucurucho de papel envolviendo una docena de castañas para que nos calienten las manos desocupadas. Así fue en otra época como indica la tradición y apuran los recuerdos. Pero ahora que ha vuelto el frío, apenas quedan castañeras en activo, huérfanas como estaban de una meteorología que las comprendiera.
El otoño iba a ser contundente. Los políticos se encargarían de ello. Pero sucedió lo que había pronosticado Winston Churchill. Y después de predecir lo que va a pasar mañana, el próximo mes y el año que viene, ahora deben encargarse de explicar por qué no pasó. No lo harán. Están demasiado acostumbrados a no dar cuenta de sus errores y a envolverse en la bandera de la confusión cuando quieren hacer creer que lo intentan.
También con su constante juego de palabras a las que otorgan un sentido no siempre coincidente con su definición. En eso el independentismo es líder. Y si alguien no se había dado cuenta, ha podido comprobarlo en las constantes rememoraciones de octubre. Un mes de nostalgia más que de ilusión, de tragedia más que de comedia aunque algunos toques de surrealismo hayan podido hacer sonreír a los más circunspectos.
Que un líder político de un partido español apoyo imprescindible del gobierno del Estado para intentar aprobar los presupuestos de ese mismo Estado vaya a visitar a la prisión a otro líder político hoy encarcelado por haber intentado romperlo y negociar los presupuestos de España con quien quiere abandonarla, no me negarán que tiene mucho de curioso y poco de lógico. Excepto si se pretende dividir al adversario más de lo que ya lo está. Y evidenciar sus flaquezas, que las tiene, a costa de erosionar una unidad imposible porque los recelos todavía pueden más que los deseos.
Eso es lo que no supo tener en cuenta Artur Mas en su ya lejana obsesión por amasar una amalgama imposible. Pensar que la CUP iba a dar un cheque en blanco a las políticas económicas de sus antagónicos y que iba a aplaudir los difíciles equilibrios del día a día gubernamental como si nada importara y todo fuera posible es visto hoy como uno de los mayores errores tácticos del procés. El tiempo lo ha demostrado. Y lo que el entonces President describió como un paso al lado sus adversarios lo tradujeron como un envío a la papelera de la historia. Y es que confiar en quien pretende la revolución paralela a la independencia es como imaginar a Cambó como amigo de la FAI.
Luego vinieron otras equivocaciones que se vendieron como soluciones únicas a un problema complejo. Y Puigdemont las canalizó por la vía de la resistencia que ha heredado Torra. Sus soflamas lo demuestran. Y un nutrido grupo de catalanes que le creen, se lanza a la calle a protestar cada vez que se les pide sin cuestionarse siquiera si todo lo que les habían dicho era cierto y posible.
Hemos visto que tampoco. Pero no importa porque como ha dicho Toni Comín la responsabilidad era de la ciudadanía por creerse aquello que si no puede ser, no puede ser, y además es imposible. Demasiada frivolidad si no fuera por el drama que desprende. Demasiada insensatez si no fuera por la tragedia que comporta. Ante tamaño despropósito, hay quien insiste en prietas las filas y no desfallecer. Que hay poco que revisar y nada de lo que arrepentirse porque todo se hizo a fin de bien y en aras a un objetivo superior.
Olvidan que sin autocrítica no es posible avanzar. Que sin reconocer los errores no es posible rectificar. Que sin aceptar las limitaciones no es posible cohesionar una sociedad perpleja y cansada de un viaje para el que no había alforjas para tantos tropiezos y castigos porque contra el PP vivían mejor. Y era más divertido.
Ahora ya vemos que el propósito es electoral. Como siempre lo fue. Y que para ello, como proponen desde la Crida, hay que superar a los partidos porque son maquinarias obsoletas. Lo dicen quienes han vivido de ellos, se han reflejado en ellos y han sobrevivido con ellos. Son los nostálgicos que, como Albert Camus, piensan que el otoño es una segunda primavera donde cada hoja es una flor. Y como ya hemos cantado todos "cal que neixin flors a cada instant". Siguiendo con Llach, "que tinguem sort".
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