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Tribuna
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El traje nuevo de nuestras universidades

Los campus han de ser por definición abiertos: su información debe ser asequible

Javier de Lucas
Campus de Blasco Ibáñez de la Universidad de Valencia.
Campus de Blasco Ibáñez de la Universidad de Valencia.MÒNICA TORRES

El empeño del Govern del Botánic por hacer de la transparencia uno de los rasgos definitorios de su proyecto político es un acierto, porque sin transparencia no hay democracia o, en todo caso, de muy baja calidad. Entiendo por transparencia la reformulación por Habermas del principio kantiano de publicidad ("son injustas todas las acciones que se refieren al derecho de otros hombres cuyos principios no soportan ser publicados"): la democracia, sostiene Habermas, requiere institucionalización de la publicidad, como garantía del control por parte de los ciudadanos (los soberanos) sobre el ejercicio del poder. La publicidad conecta con las exigencias de información (clara y accesible a todos), participación (de todos) y control, y deviene en el requisito de transparencia. En democracia sucede lo contrario del planteamiento del ancien régime. En éste, el prestigio del rey no reside en su transparencia, sino en su condición sacral, separada, inaccesible al pueblo. En democracia, la auctoritas tiene relación directa con la disposición abierta a la mirada que desnuda los actos del poder. Como enseña el cuento de Andersen, El traje nuevo del Emperador, hay que verlos desnudos, porque es como se puede comprobar si el poder cumple con lo que quiere el pueblo.

¿Cumplen las universidades con ese principio de transparencia? ¿Deben quedar al margen, o modular esas exigencias, en aras de su independencia, su autonomía? A mi juicio, las universidades han de ser por definición abiertas: su información debe ser asequible y las instituciones que representan a todos los ciudadanos deben poder tener los elementos necesarios para ejercer la crítica sobre su funcionamiento, al menos ahí donde se invierten recursos público, las universidades públicas. Hemos avanzado en ese requisito. Pero queda mucho por hacer. Por ejemplo, como ha señalado el colectivo Uni-Digna (www.unidigna.org) hay déficit de transparencia en la selección y promoción del profesorado (y también del personal de administración y servicios). No por ocultación, sino por el procedimiento que nos enseña La carta robada, de Poe: por exceso de luz y de datos y por orientación interesada del foco de visibilidad (lo que en magia se llama misdirection y en cine un macguffin).

Un ejemplo: la evaluación del profesorado pasa por aplicaciones informáticas que impiden en realidad la publicidad del acto de examen y la demostración de capacidades. Es el sistema imperante, que valora lo publicado según el medio de publicación (en razón de su impacto): revistas indexadas en JCR y Scopus. El problema es que esos índices de impacto no son —como algunos piensan ingenuamente— entes de razón, sino instrumentos que refuerzan la posición hegemónica en el mercado de multinacionales como Clarivate (a través de su producto Web of Knowledge) o Elsevier (dueña de Scopus).

Claro, esos indicadores son públicos, pero, ¿alguien puede hablar de evaluación transparente cuando el evaluador no lee ni una página del contenido, ni su autor tiene la posibilidad de defenderlo públicamente? Una Sentencia del Tribunal Supremo de junio de 2018 ha invalidado ese sistema y exigido que ANECA lea el contenido de lo que evalúa. Pero el Ministerio de Pedro Duque de momento se niega a aceptar que eso pueda ir más allá de la validez del caso juzgado.

Podríamos hablar de la falta de transparencia en la adjudicación de subvenciones y proyectos (críticas reiteradas hacia la ANECA pero que, en el caso de la Comunidad Valenciana, se pueden redirigirse a la AVAP). O en las fundaciones o entidades instrumentales (ADEIT, OTRI) que han creado las universidades para actividades que antes eran ejercidas por sus organismos bajo mecanismos de control sencillos y accesibles. O de la dificultad de participación real y control de la información institucional en las tan iluminadas como autocomplacientes páginas web.

Sí. Todavía al ver la ceremonia de tradición multicentenaria y los coloridos ropajes que resaltan la condición de élite de sus miembros, es posible que el niño señale que la Universidad va desnuda y que su pretendido nuevo traje oculta con dificultad algunas de sus vergüenzas.

Javier de Lucas es catedrático de Filosofía del Derecho.

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