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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Más policía no es la solución

Usar el malestar de parte de un barrio y atizar el miedo para obtener réditos políticos es peligroso

Los manifestantes ocupan La Rambla este miércoles.
Los manifestantes ocupan La Rambla este miércoles.MASSIMILIANO MINOCRI

Casi como una tradición, el verano anterior a unas elecciones municipales la Barceloneta vuelve a ver como sus calles se llenan de parte de un vecindario que protesta contra un turismo que parece impregnarlo todo. Si hace cuatro años las consignas estaban principalmente dirigidas hacía la influencia que el insostenible modelo imperante en la zona estaba teniendo sobre el incremento de los alquileres, los comercios y el espacio público, durante el último agosto han ganado protagonismo las soflamas dirigidas hacia la inseguridad y los vendedores ambulantes. Del “Este barrio no está en venta” o “No queremos pisos turísticos”, al “Más policía, más seguridad” y “La Barceloneta, ciudad sin ley”. Pero, ¿qué ha pasado durante estos cuatro años para que el mensaje del vecindario haya cambiado?

El año siguiente a que varios turistas italianos se pasearan desnudos por el barrio, hecho que dio pie a la visibilización de un problema que la Barceloneta denunciaba desde hacía tiempo, Barcelona en Comú llegó al poder. Con la promesa, entre otras, de acabar con los desahucios, mejorar la vida del barrio y poner límite a la proliferación de apartamentos turísticos y hoteles que parecían surgir sin control —no solo en la Barceloneta, sino en toda la ciudad—, el Ayuntamiento del cambio inicio una batería de medidas que, finalmente, han resultado relativamente efectivas, pero, sobre todo, han demostrado los límites de la capacidad política del municipalismo. La libertad global de movimiento del dinero, la explosión del capitalismo de plataforma, el conflicto nacional catalán, las políticas neoliberales implementadas a nivel estatal y europeo o el frente mediático organizado desde algunos medios de comunicación han escapado, como no podía ser de otra manera, a una administración con competencias limitadas. Cuestiones como la pérdida del contacto con los movimientos sociales de Barcelona —aquello de tener un pie en las instituciones y mil en las calles—, el paso de parte importante del activismo local al Ayuntamiento o la propia idiosincrasia de la política local, junto a algunos errores, tampoco han ayudado a los comunes en su intento por cambiar el rumbo de Barcelona.

Ahora bien, ¿está viviendo la Barceloneta un problema real de inseguridad? Pese a las últimas noticias al respecto, las propias estadísticas municipales muestran como la mayoría de los indicadores relacionados con la seguridad llevan años mejorando sensiblemente. Así, la puntación del nivel de seguridad en los barrios de Ciutat Vella ha pasado del 5,4 al 5,7 en el último trienio, mientras que las denuncias han disminuido 0,8 puntos. Sí, han subido los incidentes por actividades molestas en el espacio público, aunque su valor es inferior a la media de la ciudad. Ahora bien, esto no quita que una parte importante del barrio no lo perciba de esta manera, ni que el fenómeno, por su complejidad, deje de estar vinculado a otros factores estructurales. Sin mencionar lo que entendemos por seguridad, entre lo que también podemos citar la incertidumbre de saber si te renuevan el contrato de alquiler o que cientos de bicicletas, patines o segways campen a sus anchas haciendo sentir vulnerables a una parte de la población.

La expresión de malestar de parte del vecindario podría explicarse, quizás, por una doble línea de hechos. Por un lado, la falta de medios y competencias, así como los fallos propios, de un Ayuntamiento cuyo grupo político en el poder no cuenta con mayoría suficiente para tomar ciertas medidas ante situaciones complejas. Y, por otro, por la cercanía de unas elecciones municipales donde se dirimirá, no solo el cambio de rumbo de la propia ciudad, sino también la posibilidad de acceder al simbolismo que Barcelona le otorga a disputas políticas que se producen a mayores escalas. Que determinadas personalidades y partidos políticos estén usando el malestar de parte de un vecindario para atizar una estrategia basada en el miedo, mezclando en el mismo cóctel incivismo, inseguridad y top manta con la finalidad de obtener réditos políticos inmediatos, podría ser una actitud, cuanto menos, peligrosa para ese futuro de convivencia que dicen defender.

Lo que necesitaría la Barceloneta no sería más seguridad y policía, sino sentir que su barrio no ha entrado en un proceso irreversible. Y para esto es necesario poner freno a la plasmación en su espacio urbano de unas dinámicas globales que no dejan de generar injusticia y exclusión. “Más policía, más seguridad” no es la solución cuando tu barrio ha sido vendido.

José Mansilla es antropólogo y profesor universitario.

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