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CAFÉ MADRID
Columna
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Elogio de lectores

"Quiero celebrar al hombre que va tallando las páginas de este diario sobre la mesa de un bar hasta dejar cada plana como piel de papel cebolla"

J. F. H.

Quiero celebrar al hombre que va tallando las páginas de este diario sobre la mesa de un bar hasta dejar cada plana como piel de papel cebolla, y a la señora que inicia sus días con la yema del índice sobre la pantalla de su tablet para enterarse del mundo; quiero agradecer a los tertulianos que conforman un criterio en conversación, argumentando el entrecejo con el diario abierto en la página que los apuntala, y al joven universitario que, a pesar del verano, no pierde huella de las noticias ni de las opiniones que todos los días contrasta y refracta sobre la sábana del diario que ha comprado con sus propios ingresos desde hace apenas tres años, y quiero honrar a los lectores que coleccionan el magacín dominical y al gran solitario que no se pierde una sola columna de un sabio y a la mujer que recorta, como antología, cada artículo que es columna de un novelista cuyos libros ha leído desde por lo menos tres lustros. Quiero que estas líneas conformen un solo párrafo donde pueda elogiar la fidelidad de quienes empezaron a leer estos papeles cuando aún no pintaban canas y a los quiosqueros que no solo lo venden, sino que lo leen con el afán de insertar algún que otro comentario con el comprador infalible o el paseante incidental o el suscriptor sin suscripción o el restaurante abonado, y solo quiero felicitar y agradecer a quienes aún perciben la diferencia entre la redacción de un mismo hecho, la diversidad de criterios, la libertad de información y opinión en un país donde las tertulias de televisión han optado por la interrupción, el volumen y el embotellamiento verbal, y también quiero celebrar con gratitud a los miles de lectores que han internacionalizado no solamente la pulpa esencial del diario, sino la prosa y sus variedades con las que se escribe: los giros de todos los acentos, las palabras de cada paisaje, la pluralidad multiplicada del diario con el que siguen descubriendo sílabas los más jóvenes lectores, los niños que quizá lo leen con el auxilio de crayolas y los estudiantes que aprovechan las traducciones a otros idiomas para practicar como políglotas, y también a los políticos que miden sus políticas con la taquicardia diaria del diario y los deportistas que quizá ensanchen su vocabulario de vestuario con las declaraciones que leen en tinta, y a la discreta bailarina que ha leído cada reportaje de viaje en las páginas donde envuelve sus zapatillas o el marchante que antes de envolver pescado entre la manta de tipografía ha leído, al filo del muelle, el decurso de un crimen como quien lee un cuento de detectives infalibles, y quiero celebrar a quien lleva este diario enrollado bajo el brazo en el trayecto invariable de 14 kilómetros subterráneos o el que lo abre en una esquina y lo lee de pie, e incluso quiero celebrar a quienes aseguran ya no leer las páginas de este diario y sin embargo lo citan porque, de todas formas, ya se volvió parte inextricable de la vida misma.

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