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El sueño quebrado de Mamá África

Aby Mbaye duerme en un pasillo. Abandonó su vivienda social para viajar a Senegal y Cruz Roja la cedió a otra familia

Aby, en el rellano de de la escalera donde está durmiendo, en el barrio de Lavapiés (Madrid).
Aby, en el rellano de de la escalera donde está durmiendo, en el barrio de Lavapiés (Madrid).KIKE PARA

Aby Mbaye no ha parado de llorar desde el viernes, cuando no pudo entrar al piso en el que vivía desde hace 32 meses con dos de sus cuatro hijos, de 15 y 13 años. Hace tres años, Cruz Roja la incluyó en un programa de alojamiento temporal para familias migrantes porque su situación era desesperada y le cedió la vivienda. Todo fue bien durante mucho tiempo, pero hace poco más de un mes tuvo que abandonar Madrid precipitadamente con los dos chicos para ir a Dakar, en Senegal; su hija mayor, de 25 años, había enfermado muy gravemente. Se marchó a Dakar del 16 de julio al 16 de agosto.

“Mi hija tiene problemas de corazón. Ahora le ha afectado al riñón y necesita un trasplante. Tenía que ir a verla”, solloza la mujer, de 48 años. Le llamó por teléfono la cuidadora de su madre. “Ella tiene más de 80 años y no puede hacer nada por mi pequeña”. Mbaye sabe que ha infringido las normas, pero cree que la causa está justificada. “Me avisaron de que no podía estar fuera más de tres semanas y he estado cuatro, así que no me han devuelto las llaves”. Un portavoz de la Cruz Roja sostiene que las normas del programa, un convenio con el Ayuntamiento de Madrid, no permiten ausentarse sin previo aviso y que la casa ha sido “asignada otra a familia migrante con las mismas necesidades”. Hay una lista de espera de otras 64. Además, el portavoz niega que su ausencia tenga que ver con la enfermedad de su hija: “Su despedida fue abrupta. Es una ausencia sin previo aviso y en absoluto está relacionada con un tema médico”.  

Mbaye insiste en que el piso está vacío y que alguien ha recogido sus pertenencias y las ha sacado fuera. Ahora están guardadas en una trastero metálico y transparente junto al piso que ha ocupado durante más de dos años: un primero izquierda de un bloque de tres plantas y siete viviendas a escasos metros del histórico Cine Doré. La mujer se resiste a abandonarlo, así que desde el viernes está instalada en el pasillo del edificio. Duerme sobre una alfombra de arabescos verdes, blancos y negros que hasta no hace mucho utilizaba para rezar. A pocos metros están los cuartos de contadores y el de la basura. Mbaye retira el recipiente con cuidado, abre el grifo y bebe agua. Dolores, una amiga española que vive en la misma calle, se ha hecho cargo de sus hijos, de 15 y 13 años.

Jugadora de balonmano

El equipaje, dos enormes bolsas negras, están a escasos metros, justo enfrente del cristal ante el que se sienta de lunes a viernes un técnico de la ONG. Asegura que apenas duerme, que el suelo es incómodo y que ha tenido que ir al médico porque tiene mareos. Solo come lo que le llevan las vecinas. Ella lo acepta a regañadientes porque no quiere que tengan problemas por su culpa. “Hermana, aquí tienes unos plátanos”, le dice una de ellas. 

“No me voy a mover de aquí hasta que me devuelvan mi casa”, insiste Mbaye mientras sube descalza la escalera metálica por la que se accede a su antigua vivienda. Un portavoz de Cruz Roja responde que eso no es posible. Alega además que el máximo de permanencia en estas viviendas es de 16 meses y que Mbaye se ha beneficiado de varias prórrogas. Y añade: “Tiene concedida la renta mínima de inserción y ahora tiene que ir a Servicios Sociales para que le ayuden y empiece a cobrarla”. Mbaye recela de las promesas porque no ha tenido muy buenas experiencias.

Cuenta que disfrutó de una infancia feliz en Louga, un barrio próspero de Dakar, capital de Senegal. Nació en noviembre de 1969, un mes después de que muriera su padre, juez, en un accidente de tráfico. Iba a estudiar Económicas en la universidad, pero entonces el balonmano profesional se cruzó en su vida. Jugó varios años en el Ndiambour, el mejor club del país, logró varias ligas y defendió a su selección. Como había estudiado castellano durante cuatro años en la escuela, unos agentes le convencieron para mudarse a España, donde jugaría en un equipo, ganaría mucho dinero y tendría su propia casa.

Llegó a Madrid con un visado en el verano de 1994, pero se dio de bruces con la realidad. Pasó cuatro años limpiando en una finca en Ciudad Real y luego sirvió como intérprete en varias comisarias madrileñas. En Lavapiés, sus compatriotas la conocen como Mamá África y están agradecidos por toda la ayuda que les ha prestado. No quiere preocuparles y no les ha hablado de su caso. Obtuvo el permiso de residencia en 1999 y, tras varios empleos, en 2007 llegó a un hotel de lujo cercano al estadio Santiago Bernabéu. Siete años más tarde, la crisis acabó arrancándole los últimos sueños. Cuando se le acabaron los ahorros dejó de pagar el alquiler. Alertó a los servicios sociales y de ahí llegó hasta el centro de Cruz Roja. Ahora vuelve a empezar de cero, pero con un ojo puesto en Senegal, en la operación de su hija.

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