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Blues / Gary Clark Jr.
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Crudo y rutilante

El guitarrista y cantante de Texas brinda en el Botánico una noche adusta, esencial y, en el mejor sentido, muy seria

Gary Clark durante su actuación en Las Noches del Botánico.
Gary Clark durante su actuación en Las Noches del Botánico. Juanlu Vela

Dos de los cuatro álbumes principales que ocupan por ahora la discografía de Gary Clark Jr. son entregas en vivo, lo que da idea de la querencia de este mozalbete texano por los escenarios. Esa prestancia resulta aún más incontestable, por lo visto este miércoles en las Noches del Botánico, si como primer plato se sirve una lectura soberbia de Come Together, aquel trallazo furibundo del inmortal gafotas de Liverpool. Durante una hora larga, hasta acariciarle el lomo a la medianoche, Clark ejerció su fabulosa piromanía de bluesman de muchos quilates. Abrumador en el dominio de esas seis cuerdas que estremece con unos dedos como látigos, pero cuidadoso siempre de que los árboles no nos impidan ver el bosque: la técnica al servicio del pellizco eléctrico, de la herida y la llaga; nunca de la floritura.

De los entremeses se habían encargado los madrileño-pucelanos Corizonas, injerto afortunado de hard-rock sureño con algunas incursiones en el ‘americana’ o el sonido clásico del pop español de hace medio siglo. Qué esperar de ese hatajo de melenudos con tres guitarristas en sus filas, la soberbia base rítmica Loza-Vacas y un trompetista ¡ucraniano! que remite siempre a la frontera o a los Love de Forever changes. Pero el gran Gary Lee Clark aceleró las pulsaciones, las del metrónomo y las cardíacas. Crudo y rutilante, dueño de un sonido esencial y pantanoso. Y sobrado de argumentos, junto a una banda escueta (segunda guitarra, bajo y batería), para erizarle el vello a las 2.700 almas que volvieron a hacer multitud en esta explanada arbórea de la Complutense.

La noche, como mencionábamos, ya la había comenzado bien el de Austin, pero fue con los diez minutos de When My Train Pulls In cuando adquirió dimensiones mayúsculas. En algún lugar entre Hendrix y aquel Eric Clapton de Cream, referencias ante las que solo cabe la posición de firmes. Enriqueció Clark ese blues con dos solos estratosféricos, por efectivos y nada pedantes; a ratos una sola nota, con distinto pulso e intensidad, le basta para adentrarse en nuestros espinazos.

Añadamos sus posteriores incursiones en el soul con falsete (Our Love, Cold Blooded) para comprender que lo de este espigado caballero del sombrero es una cosa muy seria. El aliento soul siguió presente en la aún inédita (y pegadiza) When I’m Gone o en el falsete extremo de Walk Alone, con vistas al universo de Prince. Clark es un tipo adusto y parco sobre las tablas, pero parece evidente que la guitarra ya ejerce, en su caso, las veces de portavoz.

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