Microscopio
El autor analiza la realidad de la ciudad acercándola a su vista con una lente de aumento
Ése que ronda Madrid sin rumbo y ésa que se detiene a media acera para mirarse en clonada en maniquí de vitrina; aquél que parece hablar a solas y la ninfa que repite lo que va escucha en los diminutos audífonos inalámbricos y también aquéllos que insisten en gritar tonterías como equilibrio verbal sobre los pasos de cebra y el gordito que se ha quitado la ropa para asolearse a la vera de un arroyo inventado en pleno parque de El Retiro y la doña que deambula del brazo de su difunto marido, fantasma impalpable que sin embargo le sigue la conversación en este verano que se prolonga como lánguido atardecer de somnolencia y el niño que da sus primeros pasos el mismo día en que estrena unas gafas de color rojo con las suficientes dioptrías como para que aprenda el nombre y textura de todas las flores o mejor aún, ésos que van cantando viejas canciones de zarzuelas y ésas que rodean a la amiga que parece embarazada o ellas mismas redactadas en tinta en una página de un solo párrafo en medio del capítulo ya casi olvidado donde una joven hoy anciana decidió esconder el pétalo ya reseco de una flor sin olor y ellos, todos, algunos que van en fila por la escalera que baja al Metro en la antigua estación de Gran Vía para verificar si se mantiene la sepia de las viejas fotografías donde ellos mismos creen aparecer en un ayer que ya no parece recuerdo… ésos, todos, algunos, son el reflejo de uno mismo que se multiplica con sólo recorrer en medio del trajín pesado de los calores el sendero largo que se va iluminando con el sol más intenso por los rincones inverificables del Barrio de las Letras hasta desembocar en un callejón de papel que conduce a la Plaza Mayor y se abre como abanico a las faldas del Palacio por donde parece que todo mundo se reúne para celebrar cada atardecer y acercarse al anciano templo egipcio por donde en unas cuantas horas ha de verificarse el amanecer de otro día de verano por el ojo de la aguja de las piedras que se alinean al borde del Parque del Oeste, cruzado por una góndola de teleférico para que el niño que se asome esta misma mañana pueda verse a sí mismo caminando a la vera del ensayo de río por donde caminará cuando se jubile de tantos espejos que reproducen y multiplican la silueta de todos en fila, bajo el cristal de una plaquita de vidrio donde una lágrima conserva intactos los personajes inéditos, formados en fila, todos a una, todos ajenos y sin embargo, unidos e idénticos para que la pupila inmensa observe de lejos el raro fenómeno donde nos multiplicamos todos, cabemos todos y somos lo que somos… vistos en la clarísima definición de un finísimo microscopio.
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