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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Democracia interna y primarias

Entre la dirección de un partido y su masa electoral -en los casos del PP y del PSOE hablamos de millones de votantes- hay una distancia abismal

Pere Vilanova
Dos militantes del PP en las primarias del pasado día 5.
Dos militantes del PP en las primarias del pasado día 5.Carlos Rosillo

Existen serios malentendidos sobre la naturaleza profunda de la democracia, como mecanismo de mediación entre sociedad y política. La Historia se ha decantado en favor de la democracia representativa frente a la democracia directa. La primera consiste en la elección periódica de representantes, que una vez elegidos han de poder actuar desde instituciones públicas como parlamentos o ayuntamientos, y el sufragio, en su día, les premiará o les castigará.

La democracia directa, el referéndum por ejemplo, existe aquí o allá pero siempre como mecanismo subordinado de acción política. Pero esto, que parece obvio desde la perspectiva de elegir a parlamentarios y concejales, se vuelve más complicado cuando se trata del mecanismo interno de los partidos políticos para elegir a sus máximos dirigentes. Estamos hablando, claro, de las famosas “elecciones primarias”. Excepto en Estados Unidos, donde es una práctica arraigada por dos siglos de práctica, no parece haber funcionado en ningún otro caso.

Si uno compara varios casos recientes en diversas democracias contemporáneas, el partido suele salir más dividido que al principio del ciclo de primarias, y razones hay muchas. Los partidos políticos, en democracia, comportan una paradoja, tienen menos democracia interna que las instituciones públicas en las que operan. Los parlamentos o los consejos municipales, por definición, tienen que representar -según los sufragios obtenidos en las elecciones- a la pluralidad del cuerpo social, con el solo matiz de superar un umbral mínimo de porcentaje de votos. Los partidos son piramidales, y el líder tiene o se supone que debe tener, todo el poder. Ha de encarnar una imagen homogénea de dicho partido, de su programa, de su visión de futuro, y de la relación entre táctica y estrategia. Se supone también que, cerrado el ciclo de primarias, el partido, los cuadros altos e intermedios, cierran filas en torno al nuevo (o renovado líder). Con total lealtad. Los rifirrafes en casos como los Susana Díaz, que en las primarias del PSOE sólo ganó en una de las diecisiete comunidades autónomas, está a la vista, Sánchez sabe que Cesar tenía mejores amigos entre sus próximos. O la complicada mecánica participativa interna de Podemos, desde el "desplazamiento" de Errejón a la provincia, hasta lo que estos días se cuece en Andalucía, son buenos ejemplos de dicha paradoja.

Hay un problema adicional y es de talla. Entre la dirección de un partido y su masa electoral, en los casos del PP y del PSOE hablamos de millones de votantes, hay una distancia abismal. Hablamos de cinco o seis millones. En los procesos de primarias de los que hablamos en estas líneas, la contienda se libra a niveles que van desde "células"(aunque el nombre ya no se lleva) o "agrupaciones" a comités provinciales o similares.

La famosa militancia, que en el caso del PP pasó súbitamente de ochocientos mil miembros a menos de setenta mil, no garantiza el salto a disponer de los votos de millones de electores. Que van y vienen, que se abstienen, que cambian de opción, o que votan con los pies y se quedan en casa. Esta es la principal garantía democrática de la política: los votantes no son disciplinados.

Las primarias dividen, como pasó en Francia con el naufragio del Partido Socialista, la derecha se ha dividido en tres, la extrema derecha, en dos. En Italia ¿quién se preocupa de que el PD (la izquierda) a través de primarias pueda recomponer algo? En Italia los líderes de la Lega o los Grillos compiten entre ellos a través de las redes, las televisiones, y las políticas de comunicación al público más descarnadas que jamás hayamos visto. La partitocracia, que tanto hemos criticado, no ha hecho otra cosa que mudar de piel.

Macron ganó de un modo innovador al apostar por ignorar no solo a los partidos, sino la lógica de primarias en los partidos. Creó un aparato-movimiento, que con un reducido equipo de expertos no en teoría socialista o liberal, sino en comunicación política, le llevó a la Presidencia de Francia. En el caso catalán, Ada Colau deberá apostar más por esta línea de acción que por la creación de un partido a su medida, porqué se trataría de un campo de minas. Y el independentismo, no tiene un partido pero tampoco una sólida coalición. Tiene, como dice el refrán, más jefes que indios, y tiene dos presidentes que son demasiados. Los partidos “de verdad” en su seno, como ERC, harán bien en no dejarse convertir en mayonesa. Es una forma de hablar.

Pere Vilanova, Catedrático de Ciencia Política (UB)

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