_
_
_
_
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Shakira impone su elegancia, contención y ritmo

El primero de los conciertos de la cantante en el Sant Jordi de Barcelona, lejos del atolondramiento de las divas del pop

Concierto de Shakira en el Palau Sant Jordi de Barcelona.
Concierto de Shakira en el Palau Sant Jordi de Barcelona. Juan Barbosa

El escenario lo decía todo. Abierto, diáfano, sin nada que se interpusiese, diseñado para que solo una persona lo llenase. Esta, menuda, iba vestida con una camiseta estampada y unos leggins de lentejuelas con generosas transparencias que dejaban centímetros de pierna tan a la vista como su propia figura, rematada por una melena que hubiese ocultado a media docena de Godivas. Primero se la oyó sin ser vista, partido el escenario por una quirúrgica línea de luz blanca. De repente todo se iluminó y en uno de los inicios de concierto más llamativos y elegantes de la temporada Shakira salió corriendo mientras las luces estallaban para iluminar la escena. A partir de este momento todo sería ella, todo se iniciaría y acabaría en la estrella de Barranquilla. El Sant Jordi lleno a sus pies.

Sus primeras canciones también dieron la pauta de lo que sería la noche, un recorrido por su discografía con especial acento en su último disco, El Dorado, responsable de esta gira aplazada en su momento por problemas en las cuerdas vocales. Y algo de eso se notó aún en la voz de Shakira, que sin estar mellada sí pareció carecer de la potencia y flexibilidad acostumbradas, evitando los cambios de tonalidad. El público lo olvidó al sonar piezas como Si te vas, con presencia guitarrera, o Perro fiel, latigazo de regetón que puso en movimiento a miles de cuerpos, ondulándolos como los cabellos de Shakira en el escenario. La estrella avanzó por el provocador que se adentraba en la pista y fragmentos de El perdón de Nicky Jam apoyaron a Shakira, simpática, comunicativa y alternando en sus parlamentos el castellano con el catalán. Y cuando no hablaba movía la pelvis tal y como lo hizo en Me enamoré. No hacía falta que dijese nada.

Tras el primer interludio, habría dos más, Shakira, ya cambiada de ropa, volvió a demostrar la cadencia de sus caderas bailando antes de entonar Suerte algo parecido a una danza del vientre. Y de nuevo la asistencia la imitó sonriendo aún más que ella, como si la alegría fuese el único estado posible en aquel momento. Confetis dorados a juego con las escamas también doradas de su deshilachada falda y chispas cayendo sobre el escenario ambientaron este momento, uno de los más brillantes del concierto. Por cierto, el espectáculo en ningún momento fue atropellado por sucesiones alocadas de recursos, sino que fue pautado por la elegancia, un acertado uso de las luces, en ocasiones dominadas por un solo color y la convicción de que con Shakira basta para llenar las retinas de sus fieles. Solo resultaron objetables los interludios que lo dividieron en cuatro tramos, pero aún no se ha descubierto un sistema para cambiarse de ropa sin desaparecer del escenario. Todo llegará.

La primera balada, , cayó pasada la mitad del concierto, y eso recordó a la Shakira más azucarada, esa que no palpita con el regetón o las cadencias de hip-hop de Underneath Your Clothes o las del reggae-dub de Can’t Remember To Forget You. Luego habría más baladas, Antología, sin ir más lejos, pero lo que restaba ya era fundamentalmente rítmico, una invitación al abandono que el público se tomó al pie de la letra, transmutando en Sant Jordi en discoteca latina, con esas miradas retadoras de seducción que se brindan incluso cuando bailan dos personas que no desean seducirse, solo entrenarla como los gatos la caza cuando juegan. Y eso que en el escenario el concierto no fue muy físico, agradable contraste con esa corriente del pop que convierte a las divas en atolondradas atletas de la ceca a la meca. Tal pareció que la de Barranquilla comenzase a interiorizar que el tiempo castiga más a los atletas que a los cantantes o, simplemente, que su estado de ánimo no fuese formidable pese a estar, como ella dijo, en casa. Tierno el momento de mostrar el envés de su guitarra con la foto de marido e hijos, presentes en el show, y definitiva una escena final: mientras sonaba La bicicleta bailaban hasta las acomodadoras del recinto. Shakira mantiene el pulso en los inicios de su madurez como persona.

Lo que más afecta es lo que sucede más cerca. Para no perderte nada, suscríbete.
SIGUE LEYENDO

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_