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Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Katy Perry, alpiste para los ojos

La cantante exhibió su pop en medio de un despliegue de caprichosos recursos escénicos

Un momento del concierto de Katy Perry.Foto: atlas

Es que hay que inventar algo, que salvo los críos, que los había en cantidad, ya nadie se sorprende por ver salir a una estrella sobre otra estrella. Así apareció Katy Perry en el Palau Sant Jordi en la noche del jueves, subida y bien agarrada, que de caerse el leñazo sería monumental, a una estructura en forma de estrella que partió del ojo que tan grande como Cuenca dominaba el escenario. Sí, hubo fotos desde el público, pero también la sensación de que en el pop de gran formato se ha inventar algo que no sólo busque pasmar o todo seguirá pareciendo una gigantesca acumulación de recursos caprichosos que cada vez impresionan menos. Porque los niños, emocionados aunque no legos, también tienen los ojos llenos de imágenes impactantes y dentro de poco tampoco se pasmarán. Comenzaba así la única noche de Katy Perry en España ante 12.500 personas.

Con Katy de rojo durante las cinco primeras canciones, lo más destacable, amén de plataformas de altura regulable, dados gigantescos, marionetas y bailarines con cabeza de televisor como la realeza Robot de Saga, el cómic de Brian K. Vaughan y Fiona Staples, fue que Katy gritaba bastante, como si tuviese miedo de no ser oída. Acumulando trucos, en la sexta pieza se quitó la americana del traje blanco que sustituía al vestido rojo y lució un top con pantalla de leds en plan mujer anuncio de Blade Runner. Suerte que cantó un viejo éxito, “Hot N Cold”, que siguió a “Teenage Dream” uno de los cinco números 1 del Billboard que sonarían en la noche. Primeras canciones estimables. Y ella seguía gritando, ahora “buenas noches Barcelona”, mientras el sonido de la banda, pobres, vestidos casi como dálmatas, tiraba a estruendoso. Aún con todo, este segundo bloque del concierto mantuvo el gancho con “California Gurls” y “I Kissed a Girl”, pop blanco y bailable del que obliga a sonreír al escucharlo. No por idiota, por alborozo. Y Katy se marchó volando, literalmente, para cambiarse de vestido otra vez.

La diva reapareció por una trampilla en el centro del escenario vestida de una manera inadecuada para ir a comprar el pan. Los críos estaban felices, y sus progenitores celebrando que su disfrute no se originase en una pantalla, pese a que el ojo debía ser la más grande que las criaturas habían visto en sus cortas vidas: lo que ven en la tele se hacía realidad a lo bestia. En este tramo del concierto sonaron tres piezas más de su último disco, generosamente representado en el repertorio, cuyo nivel fue salvado para los fans por “ET”, otro éxito de antaño. Sí, el último trabajo de Katy no es precisamente ilusionante. El concierto estaba mediado y nada lo hacía especial, incluso los bailarines usaban como en la última gira de Madonna, unas pértigas, aquí tallos de unas rosas XXXL, como barra para bailar. Fue entonces cuando sonó “Bon Appétit” la mejor canción del nuevo disco por su regusto negro, algo que falta en el repertorio de la blanquísima estrella norteamericana que lo busca tejiendo colaboraciones con raperos como Migos, Snoop Dog o Kanye West.

Y la actuación ya no sufrió variaciones sustanciales. Estrella familiar, un Cola-Cao del pop, y a la vez icono gay, Katy siguió cambiándose de vestidos, por lo general onda burbujas Freixenet, continuó mostrando su querencia por el vuelo dándose más paseos aéreos que el ángel Gabriel amnésico, sí usó alas, y alargó innecesariamente el concierto segura de un carisma insuficiente para que sus parlamentos y forzada entrevista a una niña que subió al escenario no sedasen letalmente el ritmo de la actuación, que además hubo de padecer un solo de bajo y de batería seguidos. En suma, que Katy es una superestrella, pero dista eones de reinas como Madonna, no digamos ya Beyoncé, y su despliegue de medios audiovisuales sin guion funciona por acumulación, no por sentido. Cerró con “Firework”, antes “Swish, Swish” y “Roar” habían marcado el cénit musical de la noche y se la tragó una mano. Adiós.

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