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Cómo ocultar un cadáver un día de niebla y nieve y callarlo cuatro años

Uno de los acusados de matar a Martin Verfondern en Santoalla admite haber escondido el cuerpo pero afirma que se lo topó. Aquello "era el salvaje oeste", describe el fiscal

El coche parcialmente calcinado de Martin Verfondern, que apareció junto a su cadáver.
El coche parcialmente calcinado de Martin Verfondern, que apareció junto a su cadáver.Nacho Gómez (EL PAÍS)
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Case of murdered Dutchman goes to trial in northern Spain’s “Wild West”

"Hay sitios y sitios, y Santoalla, en el fin de Galicia, es un mundo aparte. Santoalla era el salvaje oeste", ha descrito esta mañana al jurado popular el fiscal Miguel Ángel Ruiz, única acusación en el caso de la muerte de Martin Verfondern, el "holandés de Petín". La primera sesión del juicio que sienta en el banquillo de la Audiencia de Ourense a los hermanos Juan Carlos y Julio Rodríguez, oriundos de la apartada aldea encaramada a la montaña, ha servido para demostrar que el hecho de que un crimen sea o no perfecto depende muchas veces de la casualidad y las circunstancias, más que de una planificación meticulosa. Así al menos lo parece después de oir a Julio, el hermano mayor y único que ha aceptado declarar. El hombre, para el que la fiscalía pide 18 años si se demuestra que pactó el crimen con Juan Carlos (afectado por una discapacidad psíquica), niega desde el primer momento haber matado a su vecino el 19 de enero de 2010. Pero ha reconocido hoy, no obstante, haber ocultado el cadáver en una simple huída hacia adelante, solo "por miedo", cuando se lo topó desplomado dentro del coche al llegar con el tractor cargado de hierba para las vacas, como cada mediodía, a la aldea. "¿Y no se le ocurrió llamar a la Guardia Civil o a la ambulancia?", le ha preguntado el fiscal. "No se me ocurrió... pensé 'habrá que quitarlo de ahí'. Creí que [Verfondern] podía haber tenido problemas con alguien de mi familia y me puse nervioso", ha justificado.

Faltaban únicamente 10 días para el 52º cumpleaños de Martin Verfondern y habían pasado solo 40 jornadas desde que un juzgado había reconocido al matrimonio holandés sus derechos sobre el monte comunal por el que mantenían un enquistado pleito con la única familia nativa de la aldea. Aquel 19 de enero de niebla helada, relata el acusado, al encontrarse por casualidad el cuerpo, lo movió con ayuda de su hermano Juan Carlos, que "apareció" repentinamente, a la posición del acompañante. Tomó el volante del vehículo y empezó a conducir con el muerto por pistas forestales "de tierra y arena" (rutas de montaña sin asfaltar, "con nieve acumulada donde había sombra") hasta que a más de 18 kilómetros, en un pinar, el automóvil del fallecido "empezó a echar humo".

"Tenía el corazón a punto de explotar", ha recordado hoy el acusado ante un jurado popular compuesto por seis mujeres y tres hombres. Sacó el cadáver, lo ocultó con ramas de pino y le prendió fuego. Volvió abordo del coche y, a menos de 100 metros, el Chevrolet Blazer de Martin Verfondern "empezó a arder por sus propios medios" (la Guardia Civil creyó desde el principio que también le había tratado de prender fuego, pero que la nieve impidió la combustión). Julio dejó todo atrás, en aquel paraje de As Touzas da Azoreira (ayuntamiento de A Veiga), y desandó a pie el tortuoso camino que le había llevado "tres cuartos de hora" atravesar en coche todoterreno.

Después guardó silencio y actuó con naturalidad, sin sentirse "sospechoso", hasta el punto de que durante los cuatro años y medio que duró la búsqueda de Martin Verfondern, por momentos muy intensa, no se planteó ayudar en los rastreos para disimular; siguió encargándole cabritos, como de costumbre, a la viuda de la víctima, Margo Pool; e incluso le llegó a plantear si sería que su marido "se había ido con otra", porque en los últimos tiempos se le había visto "con una rubia". Esa posibilidad, la de la traición de la pareja por la que había dejado su trabajo de oficina en Ámsterdam para perderse en la Galicia más remota, solía hacer llorar a Pool, una mujer poco amiga de manifestar en público el dolor.

El fiscal, sin embargo, destaca el profundo conocimiento de las montañas que tiene Julio Rodríguez, que escogió "un sitio perfecto, ideal" para ocultar el cadáver. En las batidas de búsqueda habían participado "cientos de personas, perros, helicópteros, barcas para revisar los embalses de la comarca" y "seguramente no estaríamos ahora en este juicio", ha dicho, si no fuese por la casualidad: en junio de 2014 "un helicóptero de la Guardia Civil, en labores de vigilancia de incendios, tuvo un fallo técnico". Se vio obligado a tomar tierra y "cuando volvió a subir" los agentes vislumbraron un reflejo en el solitario pinar. Era la chapa, despintada, oxidada, del Chevrolet de Verfondern, que aquel día de niebla y nieve no había podido arder. El crimen que durante años pasó por perfecto ya no lo era.

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Juan Carlos, que en cualquiera de las posibilidades que contempla la fiscalía pasa por ser quien apretó el gatillo del rifle, directamente a través de la ventanilla abierta del coche, y se enfrenta a una pena de 17 años (asesinato y tenencia ilícita de armas con la atenuante de su "retraso mental leve"), se ha negado hoy a hablar. A pesar de que en sus primeras declaraciones reveló que le había pegado un tiro a su vecino porque venía "conduciendo como un tolo" ("loco"), su abogada, Sonia Jiménez, niega su implicación e insiste en su "incapacidad". Su hermano Julio tampoco lo cree capaz de disparar: como cazador y propietario de "12 escopetas" que ha dicho ser, hace años él mismo se encargó de enseñar a tirar a su hermano menor y discapacitado, pero este "nunca cazó nada"; no sabía "concretar" el tiro. Julio, que dice que escondió el cuerpo por miedo de que estuviese implicado en la muerte algún pariente, afirma sin embargo que nunca dio credibilidad a esa confesión que luego Carlos cambió por la versión de que "no había salido de casa", porque "estaba atando chorizos" con su madre. A su entender, no era Martin, sino su familia, y en especial su padre, quien se sentía acosado y tenía "miedo" por el caracter supuestamente violento del holandés. De ahí que su hermano pequeño, tras el hallazgo de los huesos, dijera ser el culpable para darse "importancia" y hacerse "el héroe".

"Es fantasioso y tiene la mentalidad de un niño de siete años. Solo puede hacer trabajos muy básicos y aun para esto hay que estar encima de él", describe a Carlos Rodríguez su abogada. Para ella es imposible, por tanto, que este esperase a Verfondern a la entrada del pueblo con el ánimo de acabar con su vida, o que, según un plan acordado con su hermano mayor, disparase el arma y aguardase luego la llegada de Julio con el tractor. En el primero de los casos, si Julio Rodríguez no participó como coautor del crimen y solo actuó como encubridor, la muerte del holandés de Petín "le saldría gratis", advierte el fiscal, por la eximente de parentesco en primer grado.

Según la defensa, la acusación se basa en "especulaciones". Y el fiscal, que admite que en aquella aldea por la que nunca pasaba un alma "nadie vio quién mató a Martin, más que el propio Martin", asegura sin embargo que "se ha trabajado muchísimo para recopilar las pruebas". "Llegó a haber hasta ocho teléfonos intervenidos", ha destacado Miguel Ruiz. El sumario, en el que participaron agentes "que son la élite en la investigación de los delitos contra las personas, expertos en personalidad, peritos en balística, biólogos, psicólogos y médicos del Imelga" reúne "casi 300 testificales".

Al principio, cuando tras recorrer varios países Martin y Margo llegaron a Santoalla en 1997 buscando un paisaje virgen para cambiar radicalmente de vida, la relación entre vecinos era "perfecta", dice Julio Rodríguez. Su padre, incluso, ayudó al forastero a encontrar una casa que comprar, entre todas aquellas que habían quedado cerradas tras la estampida emigrante de la aldea. El objetivo de la acusación es demostrar que el odio entre las dos únicas familias que habitaban Santoalla, en tiempos con más de 30 casas abiertas, nació con aquella convivencia cotidiana y el choque de culturas en medio de la nada, y acabó arreciando cuando los holandeses descubrieron que tenían tantos derechos como los nativos sobre el monte en mano común. Lo que estaba en juego era dividir entre dos los beneficios, comenta el fiscal, "pasar del 100% de las posibles ganancias al 50%". Para explicar "la importancia de la propiedad de los montes en Galicia", el fiscal ha llamado incluso como testigo a un responsable de Medio Rural en la Xunta que intervendrá en una de las sesiones.

Como no había nadie más, el padre de los Rodríguez, Manolo O Gafas, era el presidente de la comunidad y Juan Carlos, pese a su minusvalía, el tesorero. Hoy, asesinado Martin Verfondern, fallecido Manuel Rodríguez de muerte natural y con Carlos en prisión provisional, el presidente es Julio, en libertad con cargos, y la tesorera y secretaria es Margo Pool. La muerte de Verfondern no evitó que ella entrase como comunera y recientemente cobró 10.000 euros por el reparto de beneficios en una venta de madera. Años antes del crimen, en Santoalla se llegó a extender la promesa de que una empresa eólica contemplaba instalar 18 molinos que dejarían, cada uno, 12.000 euros anuales de beneficios a los comuneros.

Cuando Julio llegó con su tractor a la aldea aquel 19 de enero de hace ocho años, la víctima estaba todavía sentada en el puesto del conductor de su Chevrolet Blazer, pero el cuerpo se había vencido sobre el asiento del copiloto. El motor del todoterreno de aquel holandés que "un día le rompió las gafas" a su anciano padre seguía encendido. Y Julio cuenta que no vio sangre ni señal alguna de disparo, pero sabía que estaba muerto y se le "ocurrió" esconderlo. El coche de Verfondern, que volvía del valle, como era su costumbre, de hacer la compra semanal en el supermercado Lidl de O Barco de Valdeorras, estaba parado a la entrada de Santoalla, a unos siete u ocho minutos andando del núcleo de la desmoronada aldea. Carlos "no solía pasear" por allí, pero "apareció" por casualidad.

"Carlos no es capaz de planear nada. Y yo no me puse de acuerdo con mi hermano para matar al holandés, ni el día anterior le dije que me esperase allí", ha negado el acusado. "No recuerda ese tipo de encargos" hechos con tanta antelación, ha querido aclarar. "Si yo llego a saber que estaba muerto, no hubiese subido al pueblo", se ha defendido. Pero Julio subió y ahí estaba el cadáver: "Yo ya veía que eso [la muerte] le iba a pasar en cualquier momento, porque se metía con las personas aunque no tuvieran culpa".

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