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El holandés que nunca apareció

Galicia exporta “terror rural”: reporteros estadounidenses viajan a Petín fascinados por la historia de Martin Verfondern, que se esfumó tras denunciar amenazas

Foto: atlas | Vídeo: VIDEO: ATLAS

Martin Verfondern era un holandés tozudo que temió por su vida meses antes de desaparecer sin dejar rastro en las montañas recónditas. Había llegado a la aldea de Santoalla (Petín) con su esposa hacía más de una década “buscando las aguas más limpias del mundo”, y había prometido no dejar aquel sitio jamás, a pesar de la hostilidad que despertó. Últimamente había viajado a su país para contratar un seguro de vida, y había instalado media docena de cámaras en torno a su pobre casa. Además, no salía a la calle, esa embarrada rúa que huele a chotuno y aire puro, sin algún aparato con el que grabar los enfrentamientos, insultos, amenazas, robos, sabotajes y agresiones que después denunciaba a los medios y al juzgado. Supuestamente, se había declarado una guerra sucia en el lugar, y él se instaló un equipo informático para registrarla y divulgarla a través de Internet. Incluso escribió un guión con la idea de rodar una comedia que se llamaría Escuela para sobrevivir en Santa Eulalia (Santoalla, en la toponimia oficial).

Él, que presumía de ser socio de Amnistía Internacional, definía como “terrorismo rural” aquella convivencia tensa, cosida de provocaciones, que a veces se rasgaba violentamente. El otro bando, según describía Verfondern en septiembre de 2009 a este diario, estaba dirigido por su vecino Manuel (hoy bastante impedido), el octogenario patriarca de los Rodríguez: un “mini Sadam”, un “falangista” —decía el holandés— que todavía mora con su mujer y alguno de sus hijos la otra casa habitada, en el extremo opuesto del pueblo. Si le preguntaban, esta familia se defendía asegurando que ella también llevaba golpes en las peleas. Manuel cuenta incluso que se ganó una baja de un mes tras uno de los incontables choques cotidianos.

Geoffrey Gray, reportero del `New York Times´ y Margo Pool
Geoffrey Gray, reportero del `New York Times´ y Margo PoolPEDRO AGRELO

Pero a los pies de la montaña, en la cabecera municipal de Petín, el extranjero libraba otra batalla con el alcalde de este ayuntamiento que ya no alcanza los mil habitantes. Miguel Bautista es regidor por el PSOE desde hace década y media, y gana las campañas apelando a un “desarrollo rural” que no llega. Hasta su desaparición, el foráneo reivindicó con insistencia unos servicios mínimos para su aldea, “básicos en Europa”, tales como el asfaltado, el desbroce de la carretera, la recogida de basuras y el control de un vertedero inmundo que atoraba con electrodomésticos y animales muertos el otrora arroyo cristalino. Cansado de aguardar, en febrero de 2009 advirtió por carta al gobernante de que iba a denunciar el abandono que sufría y el “peligro” que corría al Rey, al presidente de la Xunta y a la prensa.

Martin Verfondern
Martin VerfondernPEDRO AGRELO

El 19 de enero de 2010 la tierra engulló enterito a Verfondern, con su sueño de una vida descontaminada, su aparatoso vehículo a manchas y las bolsas, en el maletero, del supermercado Lidl, adonde había bajado desde su aldea en ruinas para hacer la compra semanal. Los holandeses de Murcia han aparecido enseguida, mientras que el final del de Ourense sigue siendo un misterio. Si se esfumó voluntariamente, fue una magnífica evasión. Si en realidad lo asesinaron, se trató del crimen perfecto.

Tres años después, la del holandés errante o yacente sigue siendo una historia cuajada de sospechosos a los que nadie ha podido despojar de su inocencia. La foto de Verfondern continúa colgada en páginas de la Interpol; la viuda, Margo Pool, prosigue el proyecto vital en compañía de las cabras; y el matrimonio rival, el único (entre el medio centenar de familias emigradas) que quedaba cuando ellos llegaron se hace viejo junto a varios hijos varones (uno de ellos discapacitado psíquico, otro con antecedentes penales) que fueron investigados sin que se encontrase la más mínima prueba contra ellos. Los últimos que dicen haber visto al desaparecido perdieron su rastro en la rotonda que da paso a la vertiginosa carretera que lleva a Santoalla.

Andrew Becker, autor `freelance´ de reportajes para National Geographic ,izquierda, y el productor Daniel Mehrer
Andrew Becker, autor `freelance´ de reportajes para National Geographic ,izquierda, y el productor Daniel MehrerPEDRO AGRELO

En Galicia, donde actualmente se busca a 65 personas desaparecidas, este extraño caso no representa ya mucho más que un número, un misterio que dormita en los archivos de la Guardia Civil aguardando a que surja de la nada la pista que nunca se halló, o que hable alguien que sabe y que calla. Sin embargo, de manera insospechada, el suceso ha cobrado vida al otro lado del Atlántico. Si en 2010 un célebre investigador televisivo de los Países Bajos, Peter de Vries, prestó atención a la desaparición de su compatriota (“y aún telefonea de vez en cuando”, dice Pool), ahora son informadores neoyorquinos los que han clavado sus ojos en la hermosa y desmoronada Santoalla con el objetivo de arrojar luz sobre tan oscuro asunto.

En sus últimos años, Verfondern se había adherido a un programa internacional de formación en agroganadería biológica. Voluntarios de todo el planeta llegaban a Petín para alojarse en casa de los holandeses y aprender las labores del campo. Eran ejecutivos, letrados, bibliotecarios, docentes, gente urbana y quizás estresada que buscaba desconectar de su rutina de cemento. Esa pareció ser la enésima afrenta para los vecinos y el alcalde. En 2009, por Santoalla pasaron más de 30 voluntarios. En declaraciones a EL PAÍS realizadas cuatro meses antes de faltar para siempre el pelirrojo inmigrante, Miguel Bautista se quejaba de esa cantidad de “gente medio salvaje” que venía de vacaciones, a perturbar la difícil paz de Santoalla.

El día que desapareció Verfondern su mujer se encontraba de viaje en Holanda visitando a la familia. Quienes lo echaron en falta y se alarmaron por su tardanza, quienes pidieron auxilio a la Guardia Civil, fueron dos extranjeros de estancia ecológica en Petín. Tres años después, es el relato de uno de ellos el que ha calado en Nueva York. Paul Mehrer, abogado de profesión y hermano de un productor de la NBC, llegó precisamente a Santoalla la mañana de la desaparición. Iba a plantar repollos. No esperaba vivir allí la aventura más extraña de su vida.

El primer periodista norteamericano que decidió tirar del hilo de aquel cuento de terror arribó a Santoalla el pasado enero. Geoffrey Gray, reportero del New York Times y de New York Magazine, autor de un libro de éxito en EE UU, Skyjack: The Hunt for D.B. Cooper, conocía hasta entonces una España colorista y en fiesta. Pasó de seguir una gira en México de Antonio Barrera, “el torero con el récord mundial de cornadas”, un total de 23, a pisar abono ecológico entre escombros, bajo el inmenso cielo de la montaña ourensana. Gray es, entre otras cosas, especialista en “resolver crímenes no resueltos”. Marchó cargado de material, de entrevistas a personajes clave y de aquellos vídeos denuncia de Verfondern. Algún ordenador de la Gran Manzana reproduce ahora aquella escena angustiosa de la agonía de una oveja que el holandés rodó para mostrar el maltrato animal que descubrió en Petín. O el momento en que el jefe del otro clan daba impulso al cayado para deslomar, supuestamente, a quien lo estaba grabando.

A pesar de la intensa búsqueda fallida, con buceadores empecinados en hallar el castigado Chevrolet en los pantanos de la comarca, medios aéreos, equipos de rescatadores de montaña y perros de rastreo; a pesar de los grupos de apoyo llegados en 2010 de toda España y de su fracaso, Margo Pool sigue convencida de que el cuerpo de su compañero todavía aguarda oculto en algún ángulo muerto de aquellas enrevesadas montañas de pizarra. Puede, incluso, que Verfondern, el barbudo pertinaz que nació alemán, se nacionalizó holandés y se empeñaba en morir gallego, yazca en algún escondrijo del imponente monte comunal que era motivo de disputa. El extranjero desapareció inmerso en esa lucha, un pleito que según la viuda sigue vivo.

El hermano del voluntario neoyorquino, el productor Daniel Mehrer, y Andrew Becker, autor freelance de reportajes para National Geographic, marcharon hace un mes, después de pasarse más de una semana descubriendo la anatomía de una Galicia en el olvido. Su objetivo es esbozar un retrato del paisanaje aprovechando el hilo conductor de la desaparición del holandés. Planean regresar más adelante, aprovechando unas vacaciones. No saben todavía lo que saldrá de sus tomas, “probablemente una película documental”, un “proyecto personal” que aún no han ofrecido a ninguna cadena, sobre la historia de ese lugar de “desolada belleza” que es Santoalla, comenta Mehrer.

Hay quien se ha vuelto a sentir incómodo, después de tres años, viendo a los forasteros remover en los despojos del suceso. Becker y Mehrer no esperaban topar en Galicia un país, en realidad tan parecido al suyo, en el que cualquiera puede guardar más de media docena de armas en casa; en el que la soledad es tan grande que uno ya olvida y quiere olvidar que a veces toca convivir con alguien más.

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