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Magia, industria, campo y mar

La Orquesta Sinfónica de Galicia recorre en sus conciertos de abono música finisecular del XIX al XX

Concierto de abono de la Orquesta Sinfónica de Galicia (OSG) en el Palacio de la Ópera de A Coruña, con El aprendiz de brujo, de Paul Dukas, el Concierto para piano nº 3 en do mayor, op. 26 de Serguéi Prokófiev, y La mer, de Claude Debussy en programa y Otto Tausk en el podio. Actuó como solista de piano la joven italiana Beatrice Rana.

Tres obras de bien diferente aceptación por el público general: el filme Fantasía, de Walt Disney, fue responsable de la gran popularidad de la obra de Dukas. La interpretación por parte de Otto Tausk y la Sinfónica se caracterizó desde su inicio por la calidad y control del sonido. Destacaron los solos de fagot y contrafagot de Steve Harriswangler y Alejandro Salgueiro y los de la trompa de David Bushnell, con la excelente aportación de color del piccolo de Juan Ibáñez y el glockenspiel a cargo de José Trigueros. La obra fue muy bien acogida por el público del Palacio de la Ópera.

Beatrice Rana supera su fama como una de las más firmes promesas del pianismo actual. Su realidad es ya la de una intérprete de rara madurez por la calidad e inspiración de su interpretación. La versión que hizo de la parte solista del Concierto nº 3 de Prokófiev no parece corresponderse con su edad, por su profundidad y su excelente adecuación estilística.

Este concierto ofrece una serie de dificultades de todo tipo que solo un gran pianista es capaz de superar en su totalidad. Las de mecanismo, especialmente en los momentos del Andante-allegro en que Prokófiev parece rendir homenaje a la industria –ese mecanicismo del que hablan los manuales- fueron “sobrevoladas” por Rana con una facilidad realmente pasmosa.

Pero su trabajo fue especialmente brillante en la visión llena de lúcida musicalidad, que resaltó las preciosas armonías de Prokófiev y en el diálogo con la flauta (precioso solo de María José Ortuño) y las maderas al inicio del Tema con variaciones central, donde pasó de un poderío sonoro rotundo a la par que redondo a una onírica delicadeza y un aire entre revolucionario e irónico: más prokofieviano, imposible.

El tercer movimiento, Allegro ma non troppo, estuvo lleno de sugerencias sonoras entre una vuelta al anterior mecanicismo y un precioso aire pastoral: casi como un homenaje al proletariado industrial y campesino de los primeros tiempos de la URSS. La larga y fuerte ovación del público coruñés fue retribuida por Beatrice Rana con una hondísima versión del Preludio op. 38 nº 13 en fa sostenido mayor, de Fryderyk Chopin, que por momentos pareció suspender la respiración de la mayoría de los presentes; tan espeso fue el silencio con que se escuchó.

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La segunda parte estuvo dedicada a La mer, de Debussy. Una obra que, como me comentaba un músico tras el concierto, no siempre funciona del todo bien en su recepción por el público. Y la realidad es que esta es una obra que va de menos a más entre sus partes y dentro de cada una de ellas. Así, la primera -De l’aube à midi sur la mer- es casi un relato del transcurrir de la luz del Sol entre el amanecer y su cenit, con apenas unos cuantos destellos antes del esplendor solar del coral de metales de su final. Por medio, cantidad de matices de color orquestal que pueden perderse fácilmente entre sus sutiles temas melódicos.

El segundo, Jeux de vagues, sí contiene un mayor número de sugerencias sonoras y visuales: desde la mar rizada de las arpas (bravo por Celine Landelle y Alba Barreiro), que vuelve en la flauta y los episodios de una mar de fondo que parece remover los cimientos del auditorio desde los contrabajos y los chelos. En el tercero, Dialogue du vent et de la mer, apareció el pausado ritmo de las mareas en contraste con el de las olas en una bella sucesión de fuerza y calma coronada otra vez por el brillo y color de unos metales de suave rotundidad.

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