El alumno aplicado de Junqueras
Pere Aragonès, de 36 años, se convierte en el líder emergente para capitanear Esquerra Republicana
La puesta de largo de Pere Aragonès (Pineda de Mar, Barcelona, 1982) como nuevo hombre fuerte de Esquerra Republicana ocurrió el pasado 14 de abril, cuando el partido conmemoraba su 87 aniversario. Se diseñó un acto pensado para subir la moral de las bases, en un momento crítico, con Oriol Junqueras que cumplirá seis meses en prisión preventiva el próximo día 2 y su secretaria general, Marta Rovira, huida a Suiza.
El hombre reflexivo, poco histriónico y pragmático se adueñó del escenario, pidiendo “expulsar el artículo 155 de una vez y recuperar la capacidad de hacer leyes y presupuesto al servicio del pueblo de Cataluña”.
Rescató el tono mitinero más propio de hace diez años, en su época de portavoz de las Joventuts d'Esquerra Republicana, que del secretario de Economía de la Generalitat. El que todos apuntan como el futuro vicepresidente de la Generalitat es visto por estrechos colaboradores y rivales políticos, con matices, como un “pequeño Junqueras”. Reconocen sus dotes de negociador pero creen que ha de demostrar su capacidad de liderazgo.
Aunque siempre sintió más cómodo entre bambalinas, Aragonès lo ha hecho todo en Esquerra: concejal, parlamentario dedicado a los asuntos económicos, y alto cargo del Govern, donde lució un perfil casi de tecnócrata para negociar con el Gobierno central. Es licenciado en Derecho y con estudios en políticas públicas en Harvard y está terminando su doctorado en Historia Económica.
En las elecciones del 21-D, ERC viró su discurso a la necesidad de ganar más masa crítica a favor del independentismo y acabar con la unilateralidad. Aragonès, coinciden varios colaboradores, encarna este nuevo paradigma, pero nadie duda que es un independentista convencido. Es la figura llamada a intentar reducir la tensión con el Gobierno.
Como mano derecha de Junqueras en la consejería de Economía negoció con los ministerios de Hacienda y Economía las transferencias al Fondo de Liquidez Autonómico o la gestión de los créditos a corto plazo contraídos por la Generalitat, que fueron la auténtica pesadilla para la Hacienda catalana.
De talante progresista liberal, sus colaboradores cuentan que es partidario de que la Generalitat se siente allí donde se discutiera cualquier céntimo que afecte a los catalanes y por eso defiende la reforma del sistema de financiación. Tras la aplicación del artículo 155 de la Constitución, se convirtió en el máximo responsable de una consejería intervenida y se le atribuye el mérito de haber desbloqueado el grueso de los 400 millones que Hacienda bloqueó tras la intervención de las cuentas públicas el pasado septiembre.
El entorno de Mariano Rajoy ve en Aragonès al hombre a tener en cuenta como interlocutor en Cataluña cuando se forme Govern y se restablezca el diálogo. No solo por sus dotes negociadoras, sino porque es el nexo con el mundo económico, que le reconoce haber sido de los pocos cargos públicos que entendió la gravedad de la fuga de sedes empresariales por el procés. Sin embargo, todos dudan de si será capaz de ejercer el liderazgo en un momento en el que el independentismo se divide entre los pragmáticos y los que desearían seguir con la unilateralidad.
Desde Junts per Catalunya le reconocen su sinceridad y capacidad de trabajo, una virtud que también destacan sus rivales políticos locales. “Y tiene auctoritas”, agregan esas mismas fuentes. “Solo puede ser un gran número dos”, dicen otros a modo de crítica.
El respeto que despierta en las filas republicanas puede ser insuficiente. Tras acelerar hasta la declaración unilateral de independencia dentro de las bases de ERC cuesta entender la apuesta por reducir la marcha hacia la república. Es ahí dónde muchos ven surgir al pequeño Junqueras, para que no se reabran las disputas internas que logró apaciguar el exvicepresidente.
Aragonés está casado, le gusta caminar por la montaña y cuando puede ve series como House of Cards e, irónicamente para un republicano, The Crown. Entre sus lecturas están la economista Mariana Mazzucato, una defensora acérrima del sector público o el escritor austríaco Stefan Zweig. Sus cercanos también reivindican su buen humor. “Me han castigado con este premio”, dijo cuando supo que tenía que tomar las riendas del partido.
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