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Cinco días viviendo a la vista del público

Un actor se instala hasta el domingo en una casa de madera construida en la azotea de las Naves de Matadero

Sergio C. Fanjul
El autor, Fernando Rubio (izquierda), y el actor que protagoniza la 'performance', Juan Loriente, en el interior del habitáculo.
El autor, Fernando Rubio (izquierda), y el actor que protagoniza la 'performance', Juan Loriente, en el interior del habitáculo.ÁLVARO GARCÍA

Hoy Juan Loriente verá, a las 15.00, la película Manuel y Elisa, de Manuel Fernández Valdés. Un rato antes, a las 14.00, habrá barrido la casa y leído algunas páginas de Solaris, de Stanislaw Lem (con las ventanas abiertas). Mañana a las 14.30 se echará una siesta escuchando a Brahms. Lo sabemos porque desde ayer hasta el domingo, durante 120 horas, este actor habita una casa de madera que se ha levantado en la azotea de la Nave 10 de Matadero, Centro Internacional de Artes Vivas, a la vista del que quiera ir a mirarle o, mucho mejor, a interaccionar con él.

Pero esta acción, esta performance llamada El tiempo entre nosotros, no consiste solamente en un actor que se encierra y vive de cara al público, no se trata de poner a prueba el cuerpo de Loriente, ni de buscar morbo o récords. De hecho, ni siquiera es un encierro: en su apretada lista de actividades también está acercarse al Manzanares y meterse en él, acudir al cementerio o “convertirse en un etnógrafo y vincularse con la gente”, según cuenta Fernando Rubio (Buenos Aires, 1975). Rubio, director, dramaturgo, artista visual y creador de esta experiencia, ya ha recorrido varios países (Argentina, Chile, Singapur, Argentina) con la casa de madera “austera y bella al mismo tiempo”, que él mismo ha diseñado, a cuestas. Una incógnita es cuánto costaría este soleado estudio en tan privilegiada posición, y si se podría alquilar a turistas. Pero eso es otra historia.

Se trata de una ‘performance’ llamada ‘El tiempo entre nosotros’ ideada por el autor argentino Fernando Rubio

“Intento, como en otras de mis obras, ver si es posible generar una nueva dimensión en la relación entre la obra, el actor y los espectadores”, dice el argentino. “Busco que el hecho estético sea más poderoso desde un punto de vista humano, espiritual”. Curiosamente, la obra la escribió fuera de casa: desde un hotel en La Habana hasta casas de otras personas, pasando por numerosos aviones y aeropuertos. “Al final entendí que el espacio de esta obra tenía que ser una casa”, dice.

Dentro de la casa hay varios asientos, un pequeño jergón donde echarse, algunos libros, un poco de güisqui; por las paredes se lee un texto escrito con tiza de manera obsesiva, como en una película de terror. Se trata del relato que Loriente, el habitante de este espacio efímero (colaborador, a la sazón, de Rodrigo García desde 1999 y con experiencia con La Fura del Baus, Carlos Marquerie o La Ribot), contará tres veces al día a los espectadores que se acerquen (visitar la casa es gratis, pero a la hora de los relatos se cobra una entrada de 8 euros. El aforo es de 25 personas).

La construcción erigida sobre la Nave 10 de Matadero.
La construcción erigida sobre la Nave 10 de Matadero.Á. G.

“La historia trata sobre la memoria, sobre la forma en la que invertimos el tiempo, sobre todo el interrogante principal gira en torno a la posibilidad de ser otro”, dice Rubio. Por las paredes, unos post its revelan algo de lo que contiene el relato: se lee “violinista”, “gran violinista”, “bruja medieval”, “astrónomo del siglo XVII” o “fugitivo”. El motivo de la estancia de este hombre en esta casa es un misterio a la manera del MacGuffin que definió Alfred Hichtcock.

Las acciones que realizará el actor en su apretado horario (bailar solo o con quien se le una, cantar una canción para sí mismo, invitar a alguien a beber) no están elegidas al azar, sino que tienen que ver con lo que se cuenta en el relato, se desprenden de él conceptualmente. También recibirá, a la vista del público, a otros creadores como el artista Sebastián Beyró, el dramaturgo Andrés Lima o la bailarina y coreógrafa Mónica Valenciano, como “una forma de ampliar el marco de reflexión de la obra dentro de la propia obra”, explica Rubio.

En su estancia en otras ciudades, siempre con la complicidad de actores locales, El tiempo entre nosotros produjo sucesos sorprendentes: espectadores que entablaron relación con los diferentes actores, visitándolos a diario, personas que trajeron regalos, o el caso de una carta manuscrita que, una noche, se coló por debajo de la puerta: “Lo que se leía parecía propio de la soledad de una persona en la vejez”, recuerda Rubio, “el último día apareció el autor: solo tenía 17 años”.

“En la dramaturgia actual hay una querencia demasiado fuerte por resolverle la vida al espectador, por dar respuestas, finales cerrados, conclusiones, que todo sea de fácil digestión”, concluye el director, “pero yo prefiero generar intriga y curiosidad, buscar espectadores activos antes que espectadores pasivos que solo se preocupan por entender”. El domingo, a las 23.00, el hombre que habrá habitado la casa durante cinco días saldrá, caminará, “y se perderá en la ciudad”.

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Sobre la firma

Sergio C. Fanjul
Sergio C. Fanjul (Oviedo, 1980) es licenciado en Astrofísica y Máster en Periodismo. Tiene varios libros publicados y premios como el Paco Rabal de Periodismo Cultural o el Pablo García Baena de Poesía. Es profesor de escritura, guionista de TV, radiofonista en Poesía o Barbarie y performer poético. Desde 2009 firma columnas y artículos en El País.

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