Canta María
El autor destaca la voz de María Berasarte, la mujer que da voz al silencio en sus fados
El silencio también tiene voz y la saudade es en realidad una feliz tristeza que supera la simple melancolía. La lluvia quería confundir la primavera con otoño y el cielo de Madrid se encapotaba con duelos lejanos cuando de pronto sonó el eco de un piano que salía de una finca de siglos pasados. Allí estaba Pepe Rivero que juega al piano como quien inventa alquimias de notas incansables y ritmos de los mares, imitando oleajes y el agua que lloran las nubes. De pronto, se elevó la voz de María.
María Berasarte es una maravilla que brotó en algún páramo floreado, germinó en canción y canta en seis idiomas. Es la voz desnuda, dicen los que la siguen desde hace tiempo, pero a mí se me figura que es la voz del silencio, de los fados que esperan en la orilla de las playas la llegada de un amor que no volverá y el murmullo de las casas de marineros que se reúnen para llorar un fado de pura alegría por el desahucio o la ausencia. María Berasarte entrelaza su voz con el piano de Pepe Rivero en versos vascos que suenan a cantos árabes, y luego un bolero que supuestamente sabíamos de memoria se convierte en una canción recién inventada en el silencio donde María eleva los brazos como ave y mira al vacío con el cuerpo entero entregado a la música que se filtra en el alma de quien la escuche.
Se trata de un delirio donde piano y voz se abrazan en todas las lenguas con las que se habla el viento con la nada, la mirada con la noche y la memoria con la imaginación. Delirio se llama el disco que han grabado María Berasarte y Pepe Rivero y hagamos fila para cuando salga a la venta y escuchemos solos o acompañados este ritual sigiloso que nos libra de tanto tedio. En un mundo plagado de ruido, de malas noticias teñidas de angustia y desolación, en una primavera que sigue añorando los fríos y mientras en las pantallas la gente se distrae con banalidades insalvables, ¡canta, María! Canta la voz desnuda de los silencios que se vuelven secretos y regala tu mirada, la que guardas al cerrar los párpados justo en el instante en que el piano de Pepe Rivero parece tocar un son cubano que repta por la piel como una mazurca antigua. Canta el instante, María, que tu voz ya se queda grabada en un sortilegio indescifrable que parecía de pronto reinventarle un mar a Madrid y salimos en andas los que te oímos por callejones inventados de Lisboa o esa calle anónima de San Sebastián donde dicen que te han visto volar cuando cantas.
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