La lengua escondida
Firmantes del lamentable 'Manifiesto de los 2.300' llevaban a sus hijos a escuelas de neta estirpe catalanista
y leo que un alto dirigente de Esquerra Republicana, Pere Aragonès, reconoce la necesidad de iniciar un dialogo con Mariano Rajoy. La noticia me alegra porque, a falta de un reconocimiento explícito del fracaso de la declaración unilateral de independencia, por lo menos se reconoce implícitamente que fue un error mayúsculo por parte del independentismo con Carles Puigdemont a la cabeza responder machacona e infructuosamente con “Referendum, sí o sí”. Así les fue. Y así nos fue, también, a los que no comulgamos con la independencia, a los que abogábamos por un referéndum acordado con el gobierno central e incluso a no pocos soberanistas que nunca compartieron la irresponsable unilateralidad.
El 155 nos cayó encima a todos. Y lo hizo con la desazonante sensación de que la Generalitat ya no pinta nada. Y al socaire del mismo 155, agregado el peligro de intervención de nuevas áreas de nuestra Autonomía (los medios públicos de comunicación y la Ley de Inmersión Lingüística), como se puso de manifiesto en las últimas semanas por parte del Partido Popular y C´s. A aquella esperanzada noticia, se le sumó casi inmediatamente otra de no menor calado: Artur Mas no ve claro que se insista en que Puigdemont siga siendo el candidato a la investidura para presidir el gobierno de la Generalitat.
Pero hoy no quería hablar de esta cuestión, que ya casi se hace cansina por lo repetida y, sobre todo, por lo obvia. (Por ejemplo, cómo no iba a ser obvio que el estado español no iba a reaccionar como lo hizo, incluida su furia vengativa y absoluta falta de empatía política). De lo que quería hablar es de la situación lingüística en Cataluña. Claro que no lo haré como un experto en la materia, aunque tengo mis preferencias en materia teórica, que se inclinan por los artículos de Albert Branchadell y Rudolf Ortega, entre otros. No hace mucho, caminando por las calles de Nou Barris, donde vive mi madre, me crucé con un grupo de escolares de aproximadamente entre 6 y 9 años. Cruzaban la calle Artesanía para internarse en el Parc de la Guineueta. Iban con ellos dos maestras. Lo primero que observé fue que los niños hablaban entre ellos en castellano, no así sus maestras, que se dirigían a ellos en catalán. Decidí instantáneamente iniciar una labor de campo. Fui siguiendo al grupo hasta que los niños se dispersaron y las maestras se sentaron en un banco. Me acerqué a ellas pidiendo perdón de antemano, y como quien no quiere la cosa y acabara de aterrizar de Marte les pregunté cómo era que los niños hablaban entre ellos en castellano siendo que en la escuela, pública deduje, la enseñanza se hacía en catalán. Con toda la amabilidad del mundo, me respondieron que ello se debía a que en ese barrio prácticamente toda su población era de origen inmigrante y que la lengua que utilizaban era la que escuchaban en sus casas. Con generosidad abundaron en otras consideraciones, todas destinadas a que me hiciera una idea del porqué de ese comportamiento lingüístico. Entonces, estos niños ¿cuándo usan el catalán?, pregunté. En las clases, contestaron con cierta resignación, como si esa situación fuera casi imposible de cambiar. Ni corto ni perezoso les sugerí entonces una idea que me venía rondando en la cabeza desde hace bastante tiempo. ¿Y si se destinara en vuestra escuela una hora al día para que estos escolares hablaran entre ellos en catalán? Me miraron, se miraron y me contestaron que la idea no les parecía mal, que en fin…
Esta peregrina idea, tal vez, me vino de intentar visualizar un momento en la vida de estos niños y niñas hablando entre ellos en catalán. Que se oyeran siendo auténticamente bilingües. Es decir, hablar, además de sus lenguas maternas, el catalán, tener esa oportunidad, un poco artificial si se quiere, de oírse ellos mismos hablando otra lengua a la que habitualmente oyen hablar entre sus familiares, en la calle, en la tele o en el cine. En Nou Barris la lengua que se oye de manera harto mayoritaria es el castellano. Y es aquí, durante las campañas electorales, donde vienen políticos del PP y de C´s a decirle a la gente que tienen que rechazar el monolingüismo que el nacionalismo catalán impone en las escuelas.
Ya lo escribí alguna vez y vuelvo a repetirlo. Mayúscula sorpresa me llevé un día, ya hace unas décadas, cuando descubrí que algunos firmantes del lamentable Manifiesto de los 2.300, llevaban a sus hijos a escuelas de neta estirpe catalanista.
J. Ernesto Ayala-Dip es crítico literario.
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