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La milagrosa presencia de un dios menudo

Bob Dylan ofreció una actuación buena aunque sin vértigo en el primero de sus dos conciertos en el Liceo

Concierto de Bob Dylan en Salamanca el pasado 24 de marzo.
Concierto de Bob Dylan en Salamanca el pasado 24 de marzo. N.Nuñez

Menudo como un haiku, desportillado como un mueble que estuvo completamente lacado, una pernera tapando la caña de una bota, la otra dejando a su pareja descuidadamente a la vista, andares septuagenarios, titubeantes e inseguros, ademanes poco armónicos y una voz mellada, maravillosamente personal que es usada como deben usarse los instrumentos, tal y como el instrumentista desea, no como mandan unos cánones que, además, nobleza obliga, su portador rompió desde muy jovencito. Allí solo sobraba el lugar, el envaramiento ridículo de un Liceo demasiado impoluto para un recital imperfecto por definición, impuro por esencia y despeinado porque su protagonista jamás usó peine. Sí, era Bob Dylan en su primera aparición ante los gentiles de Barcelona, era Mahoma ante los musulmanes, era el dios ante los fieles, deslumbrados por su sola presencia, por el peso de su historia y la anonadante trascendencia de su figura. Y les habló. Aunque no les dijo nada nuevo.

Cuando un artista del peso de Dylan canta, y además se sabe que no habrá muchas más oportunidades de escucharle cara a cara, se anulan muchos filtros, ahogados por el torrente de evocaciones, recuerdos, fragmentos de vida y emociones que su sola presencia despiertan. Y eso que Dylan, huraño y rabiosamente actual en el uso de su memoria, no trufó el repertorio de lugares comunes, sino que rebuscó en su pasado más reciente una vigencia que casi todos los demás hallan en sus inmarchitables éxitos eternos. El radiofonista John Peel vino a decir que para él la música era como un diario, y si nadie quiere leer el de hace una semana, ¿por qué negarse a escuchar la del día en su constante renovación? Pues Dylan es igual ¿para qué estar cada concierto refocilándose al borde de la oxidación en lo que fue si aún sigue siendo? De ahí que los temas populares que tocó, “Ballad of a Thin Man”, “Highway 61 Revisited”, “Tangled Up In Blue” o, especialmente “Blowin’ In The Wind”, estuviesen cuidadosamente enmascarados para que nadie lo pudiese hallar sin más entre sus recuerdos. El Dylan vigente que a sus 76 años se niega a capitular.

Aún con todo el concierto no fue redondo. Difícil explicar las razones, probablemente una suma de causas entre las que muchas resultan intangibles. Pero se notó en la entrega del público, atropellada al comienzo, con notables salvas de aplausos que se fueron imperceptiblemente modulando mientras en recital avanzaba. Quizás fuera el bochornoso trato al que ese mismo público fue sometido, con el constante ir y venir de acomodadores a la caza del prohibido móvil, que hallado el transgresor singularizaban con linternazos que querían ser escarnio público. O quizás, simplemente, que Dylan y su extraordinaria banda, no lograron entrar en la dinámica del concierto, ese algo mágico que impide al público marchar mentalmente de la sala y olvidar que la vida sigue e incluso pasar por alto a los que se apresuran a manifestar con aplausos de sabiondo que han reconocido los primeros acordes del tema que suena.

Y eso que hubo grandes momentos: escuchar a Sinatra pasado por el aguardiente vocal de Dylan en “Melancholy Mood” y en “Full Moon and Empty Arms”, ver cómo la lija no puede disimular la belleza lírica de “Autumn Leaves”, a la que otorgó un tono crepuscular, casi terminal, escuchar un blues ajado y por lo tanto pertinente como “Early Roman Kings” o, sin más, dejarse llevar por el sonido de un grupo que evocaba el paisaje seco y árido de las palabras de Cormac McCarthy, o la sonoridad de los Apalaches “redneck”. Pero no fue, sin duda, el mejor concierto que Dylan ha realizado en Barcelona, fue un concierto más de Dylan, ese dios tan grande que no necesita ser iluminado más que sus músicos, ese dios que, como hicieran Fugazi, no actúa bajo deslumbrantes juegos de luz, en el Liceo siempre crema, ese dios autosuficiente y orgulloso que como apagaba la luz entre tema y tema no veía a su público en pie tras “Desolation Row”, ese dios que sí, se apareció, pero no para decirnos algo revelador más allá de su milagrosa presencia.

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