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Café de París

Tinta triste por Forges

El autor muestra su profunda tristeza inexplicable por el fallecimiento de Antonio Fraguas, al que nunca conoció

J. F. H.

La tinta anda triste y con un luto negro que la vuelve más espesa. Quizá por ello, los dibujos andan cabizbajos y se alargan sus sombras en una tristeza inexplicable que se enreda inevitablemente con sonrisa: evocar a Forges en su ausencia conlleva recordar la íntima galería que tenemos todos sus deudores y en la tristeza por su partida se entrelazan las muchas sonrisas que provocaba cada mañana con sus cartones. Se ha ido uno de los raros humanos –cada vez menos escasos—que combinan inteligencia con humor; capaz de condensar en una imagen la idea que ronda la mente de los demás y con la encomiable habilidad de resumir en una sola frase la consigna que necesitaba cada ciudadano al empezar el día.

Sobre todo celebro sus diálogos cortos como pequeños telegramas verbales entre dos personajes que se encuentran siempre en el recuadro en blanco y la imagen imborrable de la España profunda, la de las dos viejecitas con el rebozo atado a las sienes en espejo con las inditas sabias que dibujaba Rius en México (también recientemente fallecido al otro lado del mar). Entre Borges y Forges se podía uno inventar el decurso de una tertulia anónima con fantasmas sobre el páramo entrañable de cualquier mesa de mármol, en cualesquiera de los cafés o bares de España y de pronto presenciar el trampantojo de que al camarero se le alargaban las piernas y al señor de la esquina le crecía la nariz como globo y en un parpadero el mundo se forgeaba. Sus personajes aparecían entonces de carne y hueso, deambulando por las Cortes con parlamentos tan absurdos como los que inventaba el dibujante en globos de palabras que honraban la inventiva del lector y mostraban en pocos trazos una opinión como guía.

Por eso se llaman faros los artistas que nos señalan parteaguas y grietas, como ensayistas de una realidad que se piensa andando, con el diario bajo el brazo, los lectores contraemos un diálogo que se vuelve deuda de gratitud impagable, cuando un maestro sin toga ni mayúsculas reduce al tamaño de la mano una escena donde se reflejaba y refractaba toda la increíble locura de la realidad, el enrevesado tapiz donde la tinta de un Forges hacía periodismo en relicario donde quedaban retratadas fielmente las cosas que pasan en la calle, las ideas que se quedan para siempre y las ocurrencias que van directo al olvido. Entre líneas, Forges siempre abogó por los libros y la lectura, como escudero fiel en el combate contra la supina ignorancia que subyace como veneno de tantos males y flaquezas. Con imágenes de trazo con guiño, Forges a diario informaba en una sola vista cómo andaba España, el mundo y el íntimo patio del corazón donde sin haberlo visto jamás, hoy parece que lo conocía de siempre.

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