Las cartas sobre el hemiciclo
Ahora falta que se creen las condiciones para reemprender la partida, necesariamente difícil porque hay heridas sangrantes
Quedan muchas incógnitas por despejar, pero la constitución del nuevo parlamento catalán ha dado pistas interesantes sobre el estado y disposición de espíritu de las fuerzas políticas.
Entre los independentistas, ha decaído la voluntad de disimular las diferencias entre Junts per Catalunya y Esquerra Republicana. Esquerra es un partido compacto y debidamente jerarquizado, en que la última palabra sigue estando en Junqueras, aunque haya sido ocultado tras los muros de Estremera. Partido republicano e independentista por definición, apuesta por un cambio de ritmo. Con la independencia como horizonte, pero por una vía lenta y pragmática, que permita recuperar el control de las instituciones, establecer objetivos de gobierno a corto plazo y ganar capital político. Para ello entiende que toca moverse dentro de la legalidad, sin forzar situaciones que juegan en contra. Roger Torrent es el intérprete de esta línea política, ¿aguantará la presión?
Junts per Catalunya, al contrario, es hoy un galimatías. El PDeCAT, un partido recién nacido, se enfrenta permanentemente a obstáculos endógenos que le impiden crecer. Con el caso Palau, su vieja guardia, portadora de la carga convergente, ha pasado definitivamente a la reserva. Pero la nueva generación de dirigentes está poseída por el liderazgo telemático de Puigdemont que, con la poderosa bandera de la máxima institución catalana y rodeado de un núcleo de incondicionales, propone y dispone ante un partido tan endeble que se ha dejado acorralar.
La estación de destino está señalada: un gobierno ERC / Junts per Cataluña al 50 por ciento, pero para llegar a ella, Puigdemont tendrá que aceptar que la adhesión a su liderazgo no es a su persona sino a la institución. Y que un presidente eclipsa al anterior. Y los partidos tendrán que asumir las acusaciones de traición de quienes no asumen los límites de la estrategia rupturista.
El retorno al gobierno y una agenda con objetivos diversificados que recuperen el debate sobre las transformaciones económicas, culturales, tecnológicas y sociales, es lo que esperan los Comunes, que no han conseguido imponer un perfil propio en este proceso. Barcelona es su carta y el área metropolitana debería ser su desafío.
En el área llamada constitucionalista, el tono particularmente agresivo de Arrimadas al constituirse el parlamento, confirma que la batalla se traslada a España, en la disputa por la hegemonía de la derecha. La tentación de Ciudadanos será la recentralización, con la ventaja, respecto del PP, de no gobernar en las instituciones autonómicas y locales, por tanto, de no tener presión desde sus propias terminales. Pintan bastos.
La desaparición del PP como grupo parlamentario eleva a categoría lo que hace tiempo que es una evidencia: la derecha española nunca ha entendido lo que pasa en Cataluña. El PP catalán, controlado desde hace décadas por un puñado de concejales celosos de mantener sus posiciones, es irrelevante socialmente. Dijo Rajoy ante los suyos que ahora tocaba ganar políticamente al independentismo en Cataluña. Si no lo hizo antes, si parapetó su impotencia detrás de la justicia, ¿por qué va hacerlo ahora? Maquiavelo le ofrece algunas pistas: “el príncipe necesita tener la amistad de los pueblos, sin la cual no tendrá remedio en las adversidades”, “aquellas ciudades y países que hablan lenguas y tienen culturas diferentes son las más difíciles de conquistar y de conservar” y “aquel que no descubre los males cuando nacen no es sabio de verdad”.
En fin, el PSC vive sin vivir en sí. Circulan estos días dos versiones de su presunta pérdida de votos en los últimos días de campaña. Unos dicen que la causa fue la apuesta de Iceta por un indulto a los políticos procesados; otros piensan que fue la desautorización inmediata del candidato por parte de diversos dirigentes del PSOE. Probablemente, las dos hipótesis tienen algo de verdad. De hecho, es la verdad del PSC.
Las cartas están sobre la mesa. Ahora falta que se creen las condiciones para reemprender la partida, necesariamente difícil porque hay heridas sangrantes y un carrusel judicial que nos espera. Abundan estos días las apelaciones al realismo. No es metafísica, está en el terreno de lo evidente: la política es lucha por el reparto del poder; la evaluación justa de las relaciones fuerzas y la capacidad de captar los momentos de oportunidad es lo que distingue al buen político; y por mucho que la lógica amigo/enemigo forme parte de la filosofía espontánea de los políticos, gana aquel que sabe trascenderla.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.