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La orquesta de las segundas oportunidades

Niños paraguayos y madrileños en peligro de exclusión llevan sus instrumentos reciclados hasta el Teatro Real

Rosario Flores en el concierto de la Orquesta Catura en el Teatro Real de Madrid.
Rosario Flores en el concierto de la Orquesta Catura en el Teatro Real de Madrid. Claudio Álvarez

¿Alguna vez habían pensado que la música es, en síntesis, una preciosa historia de reciclaje? ¿O cómo denominar, si no, a ese proceso por el que el tronco de un árbol en apariencia cotidiano y humilde acaba convirtiéndose en un sublime violín cuyas notas resuenan en los coliseos más sagrados del circuito internacional? Unos cuantos músicos locos (y maravillosos, como tantas veces con la locura) han llevado este precepto hasta las últimas consecuencias. Y por el camino no han encontrado solo (mucho) arte, sino también una manera de cambiarles la vida a chavales y chavales a los que el destino les había sido particularmente esquivo.

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La historia tiene algo de mágico, o de versión contemporánea de lo que la literatura clásica ubicaba allá por Hamelín. Solo que aquí no hay lirica ni retórica: aquí todo es cruda y asombrosa realidad. Pudimos comprobarlo anoche en un Teatro Real abarrotado como con las grandes veladas operísticas o rockeras, pero esta vez sin oropeles en el escenario ni trajes de precios prohibitivos en el patio de butacas. Los protagonistas eran niños y niñas llegados desde Asunción, por debajo de los 18 años en todos los casos. Se hacen llamar Orquesta de Instrumentos Reciclados de Cateura y son, exactamente, eso: una peculiar sinfónica nutrida con todo tipo de envases, cubiertos, vasijas o bandejas de horno recogidos del más gigantesco vertedero de la capital paraguaya. Y sus jóvenes intérpretes son humildísimos habitantes de ese barrio, chavales que, sin esta segunda oportunidad de la música, engrosarían seguramente las estadísticas de la exclusión social.

"Estamos habituados a pensar en la música en términos de excelencia. Ahora me he dado cuenta de que la élite no solo la conforman los mejores intérpretes del mundo. También son élite estos chicos que sacan lo mejor de unos violines construidos con latas y que no son nada sencillos de tocar". Lo cuenta con tanta pasión como lucidez el lutier Fernando Solar, madrileño de 37 años y tercera generación de una de las familias más ilustres y admiradas de la lutería española. Solar creció entre virutas, barnices y maderas nobles y de su taller salen violoncellos valorados en 30.000 euros. Ahora es también el creador de violines que nacen a partir de latas o bidones, de bajos eléctricos cuyo cuerpo toma prestado un viejo monopatín. Y todas las opciones que alcance la imaginación. "Mi novia puede dar que ahora voy a la compra con otros ojos. Ya no presto atención a las galletas, sino a los envases de las galletas", confiesa entre risas.

Solar es el mago constructor para los 90 niños madrileños que siguen los pasos de Cateura, críos que provienen de un conflictivo colegio público en el Pozo del Tío Raimundo, una residencia materno-infantil de Pozuelo de Alarcón y el centro de acogida de Vallehermoso. Pero los pioneros de esta historia de "alegrías, pesares, emociones y desafíos" son los críos paraguayos a los que dirige Favio Chávez, un técnico ambiental de 42 años recién cumplidos. Un especialista en clasificación de residuos sólidos proveniente de una pequeña población, Carapeguá, que llegó a Cateura en 2006 y comenzó a imaginar soluciones para esa gigantesca montaña de inmundicias. Un hombre que se vio inmerso frente a toneladas de desperdicios y quiso devolverle al mundo alguna que otra tonelada de sonidos bien armonizados.

La faceta académica o científica ha quedado relegada en la vida de Chávez frente a la melómana y solidaria. Y no, desde luego que no lo lamenta. No solo porque esta orquesta de hojalata le haya permitido recorrer 44 países, ejercer como teloneros de Metallica o mostrarle su arte insólito al papa Francisco. También porque los cachivaches sonoros y sus pequeños ejecutantes le han aportado mejores lecciones que en los doctorados de mayor pedigrí. "Uno nunca sabe o imagina de antemano el impacto de sus acciones. Por eso hay que hacerlas: para no quedarte sin saber qué cambios has podido propiciar", reflexiona con su sabiduría humilde y regeneradora.

Asiente a su lado el violonchelista argentino Víctor Gil, de 60 años, director técnico de la Joven Orquesta y Coro de la Comunidad de Madrid y ahora también director de la Orquesta Ecoembes del Reciclaje, que anoche acompañó a los chiquillos paraguayos en la interpretación de piezas como Piratas del Caribe o Billie Jean. "La primera vez que me hablaron del proyecto me sonó todo muy extraño, pero nada más ver los primeros vídeos comprendí que lo que estaba sucediendo en Cateura era un milagro", se sincera. Hoy sus jóvenes aprendices de músicos con latas entre los dedos le imparten una lección a diario: el valor de las segundas oportunidades. "El trabajo en grupo de las orquestas es el mejor ejemplo de la solidaridad", concluye. "Los investigadores que descubren remedios contra el cáncer no existirían sin los hombres que recogen la basura y evitan que nos coman las ratas".

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