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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Un fracaso compartido

Las dos partes del conflicto catalán se culpan por la pérdida de la sede de la Agencia Europea del Medicamento, pero ambas han disparado contra la candidatura de Barcelona

Milagros Pérez Oliva
La ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, ayer en Bruselas.
La ministra de Sanidad, Dolors Montserrat, ayer en Bruselas.OLIVIER HOSLET (EFE)

El conflicto provocado por el proceso independentista ya tiene dos nuevas víctimas: la ciudad de Barcelona, que pierde una oportunidad histórica, y el sector biomédico, que recibe de la coyuntura política una injusta bofetada que lastrará gravemente sus expectativas de futuro. Al final, los elementos políticos han sido decisivos para que Barcelona perdiera ayer la oportunidad de albergar la sede de la Agencia Europea de Medicamentos (EMA), que debe abandonar Londres a causa del Brexit.

El hecho de que ya en la primera votación (con 13 puntos) quedara muy por debajo de cuatro de sus principales rivales —Ámsterdam (25 puntos), Milán (20) Copenhague (20) y Bratislava (15)— indica que no se llegaron a tener en cuenta sus méritos objetivos. Barcelona quedó ya segunda cuando en 1992 se decidió que la sede iría a Londres y ahora partía como clara favorita en la evaluación técnica. Pero en las semanas previas a la decisión, la candidatura de Barcelona ha recibido varios disparos y ha llegado al proceso final autolesionada y sin aliento.

Ahora viene el lamentable espectáculo de la atribución de culpas: la ministra de Sanidad culpa al soberanismo, por el desafío independentista, y Carles Puigdemont al Gobierno por aplicar el artículo 155 de la Constitución. Resulta obsceno ver este cruce de acusaciones entre quienes deben repartirse las culpas porque repartidas están también las causas del desastre: un independentismo que ha llevado su hoja de ruta hasta extremos suicidas, y un Gobierno de España que no ha sabido ni querido evitar que el conflicto llegara a este punto. Los dos deberían entonar un amargo mea culpa, pero lejos de hacer autocrítica, tratan de zafarse de su evidente responsabilidad señalando al contrario. Como si no supiéramos bien qué ha sucedido y pudieran conformar un relato a conveniencia a base de repetirlo en unos cuantos tuits.

La pérdida de la sede de la EMA es un claro revés para la tesis independentista de que se podía intentar la separación unilateral sin coste alguno para los catalanes. Que Europa, confrontada a una situación de hecho, obligaría al Gobierno español al menos a negociar. La Europa de los Estados no está ni remotamente dispuesta a transigir con el mensaje de que se pueden alterar las fronteras interiores mediante un proceso unilateral que supone la vulneración de la legalidad y pone en riesgo la estabilidad interna de un país miembro. Europa le ha dicho a Rajoy que negocie, es cierto, y le ha obligado a convocar elecciones inmediatas, pero de ninguna manera está dispuesta a admitir veleidades independentistas que pueden contagiarse. En la primera ocasión que ha tenido lo ha dejado meridianamente claro.

Puigdemont cita las imágenes de las cargas policiales del 1 de octubre como la causa de haber perdido la sede. Desde luego no ayudaron. Pero el espectáculo de la proclamación de una república sin fuerza suficiente proyectó la imagen de una élite gubernamental aventurera y poco fiable, y se llevó por delante buena parte del capital de imagen acumulado en las movilizaciones pacíficas de las Diadas y la demostración de fuerza que supuso el referéndum del 1-0.

La participación del independentismo en el desastre está clara pero ¿puede el Gobierno de Mariano Rajoy hacer ver que el fracaso no va con él? En absoluto. Es tan corresponsable como el que más. En última instancia, la decisión es también una bofetada para el Gobierno español. En primer lugar, porque significa que Europa no considera que Rajoy tenga controlada, como pretende, la situación en Cataluña. Votar a favor de Barcelona hubiera sido una forma de respaldar su actuación en el conflicto catalán y dar credibilidad a la pretensión de que es capaz de derrotar al independentismo e imponer el orden constitucional sin problemas. A ojos de quienes tenían que decidir la sede de la EMA, no está en absoluto claro.

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El Gobierno de España no para de encajar derrotas y perder posiciones en Europa. Hasta ahora, los demás miembros del club le han apoyado en el conflicto catalán, pero todos saben que si se ha llegado a este grado de enfrentamiento y ruptura es porque ha sido incapaz de articular una solución política para un problema que es político. Los dirigentes europeos no paran de decirle a Rajoy que negocie, pero tampoco han hecho nada para obligarle. Así es Europa ahora mismo. La incapacidad de Rajoy y su Gobierno para negociar una salida política al conflicto catalán ha sido el otro gran disparo contra a la candidatura de Barcelona. Pero también ha demostrado la nula capacidad de Rajoy para presionar y defender sus intereses en Europa.

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