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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Barcelona vulnerable

La expulsión del PSC del mando municipal fragiliza la ciudad y su carrera por lograr la Agencia Europea del Medicamento

Xavier Vidal-Folch
Ada Colau, en el Smart City Expo World Congress (SCEWC).
Ada Colau, en el Smart City Expo World Congress (SCEWC).Quique García (EFE)

Barcelona era la más auténtica identidad catalana y la más indiscutible marca global española. Durante los largos años de ensimismamiento nacionalista en Cataluña, el verdadero oasis era su capital. Y lo ha sido incluso bajo la marea indepe.

Como una ciudad-Estado hanseática, con poder propio, pero en el Mediterráneo, se bastó a sí misma —o en alianzas libremente decididas— para ser económicamente rentable, culturalmente innovadora, intelectualmente cosmopolita, urbanísticamente revolucionaria, socialmente equilibrada y siempre impermeable a los avatares que quisieron trocar su internacionalidad en provincianidad patriótica.

Ahora vuelve a ese peligro que parecía descartado, arrastrada a la vulnerabilidad que el frentismo secesionista ha impuesto como dialéctica inapelable en todo territorio susceptible de contagio.

El poder comunero de Ada Colau tuvo unos inicios tan bienintencionados y novedosos como espasmódicos: el descontrol del transporte público a punto estuvo de enajenar grandes logros de sus predecesores como el congreso tecnológico anual del Mobile; el coto al turismo excesivo se revistió con ribetes de épica premoderna; el acertado énfasis hacia el reequilibrio y la cohesión social casi olvidó que la Ciudad debe ser universal, de y para todos.

La alianza con los socialistas no proporcionó al comunerismo (11 escaños sobre 41) una recomendable mayoría, pero dotó a la ciudad de mayor estabilidad. Y sobre todo, de mayor credibilidad por cuanto el modelo Barcelona, la modernidad económica, la transformación de los barrios periféricos y la proyección olímpica eran criaturas de aquellos, y de sus socios de Iniciativa.

Este pasaporte de crédito y esta pátina de responsabilidad es la que ahora pierde la ciudad. En plena huida de sedes empresariales, el debilitamiento de su gobierno municipal fragiliza más su candidatura a sede de la Agencia Europea del Medicamento, ya castigada por el caos del preadolescente procés. Algo de lo que la alcaldesa deberá dar también cuenta, junto con los prebostes de la unilateralidad gripada.

La acusación socialista a la gente de Colau de haberse pasado al bloque indepe seguramente es exorbitante. Pero no lo es que su artificiosa y aparente equidistancia se decantó hacia él al no protestar por el golpe parlamentario contra el Estatut; al ceder colegios para el referéndum ilegal del 1-O; al romper la promesa de encapsular los problemas extrabarceloneses fuera del pacto de ciudad; al regalar una coartada de legitimidad social al segregacionismo y la división social; al considerar legítimo a un Govern que destruyó su respetabilidad en cuanto violó su propia base legal, el Estatut.

El problema no es tanto que se hayan adscrito al bando de los impulsores de la división de la sociedad catalana; de los que inventan el cínico mantra por el cual todo el mundo está en contra del 155, pero todos concurren a las elecciones convocadas en su virtud; de los que defienden una cosa ante el Supremo y la contraria en Bruselas.

No. El problema es que practican el seguidismo de ese infausto, alicorto y tóxico liderazgo. No solo de ese: también se arrastran, sin defender siquiera una posición pública, tras los 323 votos de diferencia entre los partidarios de romper el pacto de gobierno y los contrarios en la votación de sus “bases”: toma radicalidad democrática, han leído bien, 323 votos. Líderes que se esconden en los referendillos minimalistas y detrás de los manifestantes encendidos —en vez de situarse a la cabeza de los ciudadanos, arriesgando y hablando claro—: de esos, ya teníamos bastantes.

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