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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Fe en los dirigentes

El depósito de la fe en la autoridad continúa inmaculado, a pesar de la fugaz y virtual proclamación de la República

Francesc Valls
El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en Girona.
El expresidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, en Girona.Toni Ferragut

En este país casi siempre se exagera. A una cueva situada entre Amer y La Cellera de Ter, donde los carlistas acudían a rellenar cartuchos, se la conocía como La Maestranza. Eran otras épocas. El rosario se rezaba todas las tardes, al menos en el requeté de mosén Galceran. Y hacía falta. Solo la intercesión divina podía hacer creíble que un pequeño cañón, obra de un fabricante de cencerros de Torelló, era capaz de inclinar la segunda guerra a favor de los carlistas. Al final todo sucedió sin pena ni gloria. Sin el más mínimo rastro de épica. Para los interesados en tales hazañas, Josep Pla las narra en Un senyor de Barcelona.

Cuentos y leyendas no decaen sino que se actualizan con el paso de los años. De hecho, el ADN de viejos comportamientos campa por las venas de cierto independentismo gregario. Tienen tal fe en sus dirigentes como los carlistas en la victoria gracias al Santo Rosario y a esa artillería que debía ser letal y a la que denominaron La chocolatera. El cañón requeté solo hizo tres disparos en el sitio de Ripoll y se desintegró sin haber causado una sola víctima. La guerra continuó.

El movimiento soberanista catalán comenzó con formas de autoorganización. Las consultas populares municipales sobre la independencia en los municipios eran vistas con recelo por la derecha nacionalista, ahora abanderada de la fugaz república. Pero en los últimos años todo mutó. El megáfono de la movilización pasó a ser manejado por los partidos y las cúpulas de organizaciones como Òmnium Cultural o Assemblea Nacional Catalana. La masa movilizada a la que se le suponían valores autónomos hizo el voto de obediencia, como los requetés en el Rosario de mosén Galcerán. La autoridad ha pasado a ser la encargada de leer los acontecimientos. Así, la efímera “traición” del presidente Puigdemont, su intención de convocar elecciones el jueves 26 de octubre, pasó poco después a ser una astucia del hombre de Amer. El artículo 155 de la Constitución y la convocatoria de elecciones autonómicas se ha transustanciado en la oportunidad nada menos que del ansiado referéndum. El mantra de que todo estaba preparado y pensado sigue vigente. De nada sirven las revelaciones del sumario del 20-S: “Las cosas están muy verdes. Eso cualquiera que tiene dos dedos de frente lo sabe”, le confiaba Lluís Salvadó, secretario de Hacienda, a un asesor del president. “El mes de octubre no hay capacidad; ni tenemos control de aduanas, ni un banco”, añadía el segundo de Oriol Junqueras. Pero esas grabaciones no existen para el discurso independentista oficial. Según la tradición budista pollivetana, un mantra no tiene efecto completo si su recitación no es autorizada por un maestro respaldado por un linaje de maestros.

Y si la dirección del proceso dice y quiere hacer creer que todo estaba preparado, es que lo estaba. Solo había que contrastar los rostros exultantes de los dirigentes de la CUP con los de los cariacontecidos miembros Junts pel Sí el viernes 27 de octubre, día uno de la era republicana.

Jordi Sánchez y Jordi Cuixart, dos dirigentes políticos, siguen encarcelados sin fianza, pero tanto la ANC como Ònmium Cultural secundan las decisiones madrugadoras del PDeCAT y ERC para acudir a las elecciones autonómicas. Todo estaba tan pensado que 24 horas después de votada la DUI no había apenas rastro del Ejecutivo. El legado fue un críptico mensaje del presidente Puigdemont, que en olor de multitudes recorrió las calles de Girona durante las fiestas de Sant Narcís. 72 horas después, Puigdemont y seis exconsellersaparecieron en Bruselas: los demás obedecieron el artículo 155. No hubo más que fugaces apariciones testimoniales de los flamantes ministros republicanos por sus despachos. Pero el depósito de la fe en la autoridad continúa inmaculado. Esta sucesión de episodios tiene una indudable vertiente cómica de no ser por el saldo que deja la aventura: tensión en la cohesión social en Cataluña; centenares de personas contusionadas en las cargas policiales por ir a votar el 1-O heridas; más de 1.700 empresas han trasladado su sede social fuera de Cataluña. Lo que queda fuera de toda duda es la eficacia de la maquinaria del Estado, que se ha activado a la velocidad de la luz con la cárcel para todo el Gobierno, y la amenaza de prisión para los miembros de la mesa del Parlament, citados ambos ante la justicia por presuntos delitos nada menos que de rebelión, sedición y malversación. Eso ya no es realidad virtual. Desgraciadamente. 

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