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Rolling Stones
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Saca la lengua

La fidelidad al famoso logo es una seña de identidad de los seguidores de los Stones

Keith Richards, anoche.
Keith Richards, anoche. Massimiliano Minocri

Unos 70 euros al cambio actual. Eso cobró en 1970 el entonces estudiante de diseño gráfico John Pasche por crear el logo de los Stones, que vería la luz un año más tarde como parte del grafismo del Sticky Fingers. Anoche, en el Estadio Olímpico, este logo, uno de los más populares del mundo, decoraba las pecheras de centenares de aficionados, orgullosos de mostrar su militancia stoniana sacándole la lengua al mundo, en una muestra de rebeldía que no conocía diferencia de edades: lo llevaban sexagenarios, cuarentañeros y cincuentañeros, treintañeros e incluso algún heroico septuagenario. Heroico porque siempre es más fácil acudir a un estadio como estrella de escenario que como aficionado de a pie.

La cuestión es que la iconografía tiene en los conciertos de los Stones unanimidad norcoreana. Si en las actuaciones de Bruce Springsteen, Coldplay o U2 la disparidad de camisetas y motivos es la norma, en el caso de los Stones la lengua es la marca a la que nadie renuncia, un código de pertenencia. Puede estar coloreada con la bandera de Brasil, como era el caso de algunos aficionados, y los labios, que Pasche concibió pensando en quien le encargó el diseño, adivinen, pueden estar pintados en diversos colores, pero el dibujo se mantiene tan fiel al original como los aficionados al grupo. Y tal parece que a mayor edad mayor orgullo al lucirlo, porque en algún sentido tiene ese aire retador, esa provocación directa que no necesita explicación, un desdén orgulloso y a la vez gamberro propio de quien no cuenta años por décadas. Y a ciertas edades, parecerá tonto, cualquier pequeño detalle ayuda a mantener rescoldos de espíritu juvenil.

La cuestión de fondo es que el rock, inspirador del gesto airado de sacar la lengua, surgió para cambiar el mundo y ahora sirve para que sus aficionados lo olviden por un rato. El rock, que nació hijo del descaro para ofender a los mayores, sirve hoy para que ellos muestren juvenil rebeldía ante una multitud donde, precisamente, los menores de treinta eran excepción. No es un juicio, sólo mera constatación.

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