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TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Oda a los pies arrastrados

Pol López se reconfirma como enorme actor en 'La calavara de Connemara'

Una escemna de 'La calavera de Connemara'
Una escemna de 'La calavera de Connemara'

Empecemos por una declaración que es cada vez más una obviedad: Pol López es un grandísimo actor. El mismo que dos temporadas atrás deslumbraba metiéndose en la peculiar psique de un adolescente (El curiòs incident del gos a mitjanit) y convencía hace sólo unos meses como un nihilista Hamlet, se crece ahora como el solitario Mick Dowd de La calavera de Connemara. Un hombre asediado por la implacable rumorología de una claustrofóbica comunidad del condado de Galway, rincón de la Irlanda rural que forma parte de la infancia -sin edulcorantes de nostalgia- de Martin McDonagh, el autor de esta comedia salvaje, segundo título de la Trilogía de Leenane. Un lugar tan pequeño que cada siete años hay que remover del cementerio los huesos de los muertos para dejar espacio a los futuros cadáveres.

La calavera de Connemara

De Martin McDonagh. Dirección: Iván Morales. Intérpretes: Pol López, Marta Millà, Oriol Pla y Xavi Sáez. La Villarroel, 22 de septiembre.

Enorme López por hacernos atisbar la tragedia de un ser que sobrevive entre la amable maledicencia de un presunto crimen como si tuviera incrustado en la garganta un impenitente gargajo que ni el alcohol lograr disolver. Sombra andante que de vez en cuando puede volver al redil de los vivos para desenterrar calaveras. Podría ser la historia jamás contada de uno de los sepultureros de Hamlet. Humor negro no le falta. Tampoco un ayudante para esta macabra ocupación. Un verborreico joven -hiperactivo dirían ahora- que en este montaje se transforma en un fenómeno de la naturaleza, avivado por la energía inagotable de Oriol Pla. Un aliento vehemente, desatado -fomentado quizá por Ivan Morales, el director- que se expande por el escenario de La Villarroel hasta chocar contra la pétrea torre interpretativa de López. Hay que volver siempre a Pol López para recordar con sus miradas torvas, sus pies arrastrados, el gesto cansado, su cuerpo encerrado en si mismo como un armadillo, sus silencios que callan bocas, que este texto es bastante más que en una pista de circo para dejarse deslumbrar por los múltiples talentos de Pla. Tan abducidos que nos olvidamos -y él se olvida- que además se debe a un personaje, el mismo que López retiene con preciosista amargura.

Es evidente que López también disfruta con esta idea de formar parte de una pareja artística que se parece mucho al atropellado Augusto y el circunspecto clown -incluso hay un contra-augusto en el personaje del inspector Thomas Hanton- y que la escena coreografiada de la pulverización de los huesos a mazazos con la música de fondo de Sinnead O’Connor (Nothing Compares 2U) es brillante, pero al mismo tiempo ejerce de constante recordatorio que en La calavera de Connemara hay profundas catacumbas, que como en las películas de “tontos” de los Coen (Fargo, Quemar después de leer) hay tragedia en la estulticia, tristeza en la estupidez, emoción acre en el humor salvaje, sabiduría en el teatro visceral.

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